lunes, 29 de noviembre de 2010

EUNUCOS VOLUNTARIOS

La idea de que, como el Maestro era célibe, el mejor servicio que se le puede hacer ha de hacerse poniendo como base de la vida el celibato es una de esas majaderías históricas que producen pudor a cualquier inteligencia mediana. Su muerte en la plenitud, como toda muerte, plantea enigmas de todo tipo y preguntas irresolubles y vanas: ¿Si hubiera vivido más no habría tomado esposa como pide la cultura judía? (Pa mí que la misma María de Magdala era una bella opción que seguro que el maestro no descartó).  No hay que olvidar que Jesús ha sido embellecido y divinizado desde los primeros tiempos y cuyo atractivo personal debió de ser muy alto si hacemos caso de sus cuatro borrosas, dudosas biografías. Como quiera que sea, el celibato resultaría una actitud admirable si toda la potencia del erotismo se orientara a una actividad altruista en donde brillara de forma absolutamente clara el altruismo que los cristianos llaman caridad. Pero eso sería un celibato libremente abrazado. Cuando resulta impuesto y aceptado, es una estupidez que tiñe de imbecilidad todas las “buenas acciones” del célibe y no es infrecuente que la naturaleza se cobre cruelmente una renuncia que nadie le pidió, pues como parece que dice el propio Maestro: -El espíritu está pronto pero la carne es flaca es decir, sucumbe al menor guiño.
Ya ve usted, señora, que parece que quiero hablar de pedofilia dentro de una Institución cuya jerarquía ha impuesto el celibato de forma tan terminante como cínica para quienes entran en ella deseosos de quemar su vida por los demás.
El voto o juramento de castidad, que se exige al cura desde el diaconado y en la ordenación, y al religioso desde su profesión, debería hacer nulo el contrato implícito que se hace con la Institución, porque en el fondo es un contrato de servicios, con una cláusula que niega el desarrollo de una parte hermosa del existir ante la propia divinidad en la que creen. Es una cláusula aberrante que arroja a muchos célibes a una vida llena de contradicciones y desesperación. ¿Quién duda de que otros alcanzan en él una plenitud hermosa?
Esta denuncia del pacto contra natura que es el celibato eclesial impuesto, se ha hecho muchas veces y parece que en las mentes más estrechas de la jerarquía, ni entra ni puede tener eco. Y cuando la Naturaleza y la Sociedad exigen responsabilidades basta rostro y discursito compungidos y afeminados para que –ellos se lo creen- se borre y olvide el pecado.
Ahora hay dos discursos vanos que incitan a la comprensión del pecador por parte de la jerarquía. El uno relativiza el pecado –uso esta palabra por ser suya entendiéndolo como transgresión y no como ofensa a ninguna divinidad, ofensa que la hay y gorda a cualquier divinidad– diciendo que el porcentaje de casos de pedofilia no es tan alto como se puede creer y que no se puede olvidar la vida de sacrificio de tantos y tantos que parece que rebajan con su conducta limpia la gravedad de los hechos.
El otro quiere suavizar el crimen diciendo que es algo pasado,  que incluso prescribe ante la ley y que, antes, no se consideraba tan criminal el hecho del abuso a menores por parte de un eclesiástico.
Las atenuación del crimen cometido sobre niños inocentes e indefensos es una forma cínica de justificación del mismo, o por lo menos de comprensión indecente. Y la agravante de “eclesial” debería hacer reflexionar tanto al papa como a la jerarquía con poder de decisión en ese terreno.
En los internados de la postguerra española esas prácticas fueron frecuentes y allí la imbecilidad de las Instituciones con sus pactos de silencio alcanza límites terribles. En lugar de cortar por lo sano y perseguir el crimen, se cambiaba al religioso de comunidad o se expulsaba a la víctima, cuyo silencio estaba garantizado por la vergüenza y la poca credibilidad que se daba a las confidencias infantiles. Era un raciocinio idiota pero que funcionaba en algunas mentes de la jerarquía regular de entonces; “Si las víctimas no aparecen y no aparece el cuerpo del delito, no hay delito”. Así surgía el espacio de impunidad ideal para el delincuente.

¿Y si se suprimiera el celibato o se diera como elección libre, se corregirían totalmente esas desviaciones indecentes? Totalmente no. No lo creo. Sin embargo, a muchos de los que se ordenan sacerdotes, con una formación sexual perversa por lo pobre y torcida, la libertad de elección entre celibato y matrimonio les daría ciertas garantías de librarse de desviaciones procedentes de una sexualidad mal elegida, aberrante o delictiva. Si además la Institución fuera vigilante y orante como pide su maestro, la protección del menor estaría más garantizada y no asistiríamos al vergonzoso espectáculo que tenemos todos los días en la prensa. Y en fín, se perdona mal la conducta libertina en un cristiano, pero esas conductas en quien ha jurado limpieza y pulcritud o castidad y tiene como destino el ejercicio de la caridad, son imperdonables. Y además adquieren proporciones monstruosas cuando se trata de niños indefensos y pobres padres que, careciendo de medios, depositan su confianza en una institución católica.
Y más aún; el cinismo eclesial debería suspender cualquier comprensión o relativización del delito y el delincuente, y radicalizar su postura considerando a los encubridores de la pedofilia tan delincuentes como los pedófilos, porque tanto peca el que sodomiza a un guaje, como el que vigila la puerta de la sacristía para que no se entere ni Dios.
¡Piedad para la Iglesia! Sí. Es terrible decir esto de una Iglesia que sin embargo, reúne en tantos otros terrenos, tantos méritos y tanto esfuerzo en favor de los demás. Pero hay que decirlo. Porque sólo de la verdad y la transparencia se puede espera una reforma moral y una selección cuidadosa de los eclesiásticos que han de dedicarse al cuidado de almas. Aquí sólo se quería denunciar a los lobos disfrazados con pieles de cordero, con el fin de que se vigile la puerta del redil con mayor finura.