sábado, 24 de noviembre de 2012

LA CASA Y LA ESCUELA, SEDES DE LA IMPIEDAD


Tanto se habla de la escuela, que parece que todo debe de estar dicho. Pero como todo maestro sabe, repetir es uno de los secretos seguros de la enseñanza. Por eso, lo que digo tiene que sonar a escuchado… o no, como dicen algunos políticos, (¡perdonen que los nombre, que ya harta y huele mal el propio nombre), pero no está mal decir las cosas que deben volver a sonar… o soñar.
La casa se ha vuelto lugar de impiedad y la escuela también. ¡No se molesten en discutirlo! ¡Las cosas son así! Y no es menester demostrar sino sólo mostrar con el dedo. La piedad es la virtud que inspira actos de amor y compasión entrañable a los padres y al prójimo. Díganme si la misma definición no suena ridícula o por lo menos anticuada…
Desde que se anunció la muerte de Dios, todas los antiguos valores que en él descansaban como el agua en el manantial, desaparecieron. Desapareció pues, la piedad y, como aseguraba la fina intuición nietzscheana, se avecinaban guerras de proporciones desconocidas. El siglo XX echa todavía el humo acre de las antiguas hecatombes; ya saben, sacrificio de cien bueyes         quemados en el altar de los dioses. Pero es humo laico, porque el olimpo o el cielo se ha quedado vacío. ¿Llenar ese vacío? ¡Constitución, ley, democracia… ¡solidaridad!!!!
La salida de una dictadura en que no se mató al dictador (recordemos las veces que se alude a “padre Stalin” quizá el asesino más grande de la historia y al paternalismo de Franco) ha hecho que esas palabras llenen la boca hipócrita de la política y provoquen el desvergonzado, el cínico discurso que aturde, incluso a aquellos que viven cómodos en una sociedad también impía. Nadie como los dedicados a la política asegura con tanta vehemencia y repite hasta la náusea, palabras como “libertad o democracia” que sólo son mugidos que defienden el pesebre y alejan al que se lo disputa.
Y la libertad y la democracia entraron en la escuela. Algún lector empezará a mirarme de reojo. ¡Ya, claro, se me ve el plumero y tendré que resignarme a la fácil acusación de fascista porque, para el tonto de la democracia, sólo existen él y la dictadura! ¿Pero qué libertad entró en la escuela? Entró la palabra vacía de contenido y expulsó a patadas a la piedad. El maestro dejó de lado el amor al chiquillo, la piedad que cuida con energía y ternura de enderezar sus instintos desordenados con el fin de que conquistara la libertad y tuvo que aceptar que aquel chiquillo esclavo del gusto personal era libre ya. Así se dio como conseguido desde el principio lo que era el objetivo final de la educación. Padres y niños miraron al maestro como alguien  “discutible y discutido” que podía obstaculizar la “carrera” del chiquillo. Y así también se olvidó el principio de aptitud y selección cuidadosa que había de hacerse de los maestros, dando ese precioso título a tanto ganapán, a tanto perillán como anda por la escuela. El que todavía queden tantas excepciones es una suerte. Que aún haya maestros que guardan la piedad como un tesoro y que entiendan que la libertad es el objetivo último del proceso educativo hecho de esfuerzo y disciplina, de ternura y exigencia, es una suerte. Pero un estado impío por naturaleza ha entrado a organizar la escuela imponiendo la ideología del poder que gobierne y el partido que lo sostenga. ¿Que no? ¿Que esto hay que matizarlo? ¡Claro!
Pero hay algo más grave. El poder ha entrado en la familia, el otro ámbito de la educación. Y ahí están los jueces para garantizar la libertad de los niños en el espacio en que la piedad tenía su sede por definición, aunque hubiera excepciones. Primero se atacan los pactos de fidelidad del matrimonio y se disuelve este a la menor contrariedad. Después se protege a la sacrosanta infancia… Y los niños protegidos por un conjunto de sandeces legales se han vuelto, con frecuencia, gatos asilvestrados contra los que no es infrecuente, que muchos padres tengan que pedir auxilio a los jueces preguntándose con perplejidad: ¿quién le pone el cascabel al gato, al botellón andante que es mi niño? Y muchos niños, si tuvieran conciencia, preguntarían como el Segismundo de Calderón: ¿Qué pecado cometí, contra vosotros naciendo?
-¡Será carca el tío!
Sí. Esa es la objeción que veo en tu cara, lector, pero ya contaba con ello. Yo sigo en la creencia de que la educación es un arte (que contiene la palabra “sensibilidad” para la belleza, el amor y la inteligencia) y tú piensas que es el taller… (¡vaya palabra!) de la libertad donde hay que ser libre desde que se entra en la escuela. Tú estás convencido de que la escuela es fábrica de ciudadanos para la democracia (también, rediós, hay jueces para la democracia antes que para la justicia) y yo creo que es el lugar de la piedad, donde se debe conseguir que los niños lleguen a ser niños plenamente y plenamente individuos: hombres para sí mismos o para la muerte, vaya.
Por suerte todavía hay padres que miran con piedad a sus hijos y tratan de poner corsé a la manifestación libre del instinto, y hay hijos que, cada vez que se les pregunta por la madre o el padre aquejados de Altzeimer, responden con alegría:
-¡Bien, están felices en casa! Dan un poco de trabajo e imponen sacrificios… pero están tan felices.
-¿Y no estarían mejor en una residencia? Total, no os conocen, ya.
-¡No! Están mejor en casa, porque nosotros los conocemos muy bien.
En cuanto al poder, padres y maestros les propongo un eslogan para cada vez que se manifiesten: -Tachín, tachín, tachán, ¡mucho cuidado con lo que hacéis! Tachín, tachín, tachán. ¡A Garbancito no piséis!

martes, 13 de noviembre de 2012

Nosotros, aeronautas del espíritu


Todos esos pájaros atrevidos que vuelan hacia los espacios lejanos, cada vez más lejanos, llegará ciertamente un momento en que no puedan ir más lejos, en que se colgarán de un mástil o de un árido arrecife, felices todavía de encontrar ese miserable asilo. Pero ¿quién tendrá el derecho de concluir que no hay ya, ante ellos, una vía libre y sin fin y que han volado tanto, que ya no pueden volar más? Sin embargo, todos nuestros grandes iniciadores y todos nuestro precursores han acabado por detenerse y, cuando la fatiga se detiene, no toma las actitudes más nobles y más graciosas; ¡así será contigo y conmigo!
"¡Otros pájaros volarán más lejos!
Este pensamiento, esta fe que nos anima toma impulso, rivaliza con ellos, vuela cada vez más lejos, se lanza como una flecha por los aire, por encima de nuestra cabeza y de la impotencia de nuestra cabeza y, de lo alto del cielo, ve en las lejanías del espacio, bandadas de aves mucho más poderosas que nosotros, que se lanzarán en la dirección en que nosotros nos lazamos, hacia donde todo no es más que mar, mar, mar. ¿Adónde queremos ir nosotros? ¿Queremos remontar los mares? ¿Adónde nos arrastra esta pasión poderosa, que domina sobre toda otra pasión?¿Por qué ese vuelo perdido en esa dirección, hacia el punto donde, hasta hoy, todos los soles "declinaron" y se "apagaron"?¿Se dirá de nosotros, quizá, un día que, también nosotros, gobernando siempre hacia el oeste, esperamos alcanzar una India desconocida, pero nuestro destino era fracasar ante el infinito?
O que, amigos míos, o que... Aforismo final de "Aurora" de F. Nietzsche Edit. Aguilar. Pág.189 (traducción de Eduardo Ovejero y Maury) 
Un libro que termina con estas preguntas, bien puede llamarse optimista. No sé quién hablaba del pesimismo nietzscheano.

¿Espíritu del vino o borrachera literaria?

Yo tenía especial predilección por los autores que sabían extraer del  vino su espíritu, porque estaba convencido que ese espíritu dionisíaco despertaba el suyo propio, y de que la musa actuaba desde el dulce zumo de la uva. Generalmente lo bebían mezclado con agua, pues el espíritu es peligroso aún en el vino. Después me di cuenta de que muchos de los escritores, buscaban en el vino, algo que el vino no podía darles, porque la diosa no había tocado sus labios con la magia de sus dedos y consiguientemente carecían de espíritu. Últimamente he descubierto algo más pobre. Ha desaparecido el espíritu del vino. ¿Cómo ha ocurrido esa catástrofe? ¿Será cierto que los dioses han huido y no queda esperanza? El artista de la lengua no hace libaciones sacrificiales a Diónisos y ha abandonado los ritos de la sangre del Crucificado, que ha huido también espantado. Ahora el escritor hace gala de ser discípulo de Ceres, ya en su forma de cerveza, ya en la de güisqui. No busca el espíritu porque, ni lo hay, ni lo quiere, sino el efecto miserable del alcohol. Por eso poemas, novelas y dramas que pretenden ser hondas fuentes de musicalidad dionisíaca, terminan en una pobre vomitona, pues se ha abandonado a las musas y se ha arrancado  a Ceres  el secreto del alcohol puro que no contiene espíritu sino que lo embrutece. (Me olvidaba. Vomitonas son todos los bestsellers) La mayor parte de los autores españoles ha abandonado a Diónisos, o el dios ha huido lejos. Hoy, los más jóvenes buscan la inspiración, no tanto en bebidas angloamericanas, cuanto en autores de palmaria borrachera etílica. Y nada más patético que escritores españoles, destinados desde Cervantes a ser adoradores de las musas, buscando citas literales de autores ingleses para demostrar su "estar al día". O peor aún, autores españoles de grosera pedantería, que balbucean frases en inglés de bachillerato para epatar a los lectores más ingenuos; esos que por las mañanas se atiforran de periódicos (atiforrar es palabra de mi familia, mucho más gruesa que atiborrar). Lo decía Nietzsche: un siglo de lectores de periódicos y el espíritu mismo olerá mal. ((María se acerca a Jesús ante el sepulcro de Lázaro: -¡Señor, ya hiede! Pero Jesús le contesta: Sólo donde hay sepulcros, hay resurrecciones)) ¿Queda esperanza? Invoquemos por nuestra parte a Diónisos por si todavía escucha en la Ribera del Duero.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Que el gusto refinado no lo es todo



Tendemos a juzgar a los hombres por lo que llamamos gustos y a valorar, sobre todo, al que tiene gustos que consideramos refinados. En las tardes de lluvia, me gusta escuchar el violín de Tchaikovsky en su concerto en D mayor op. 35. ¡Ese instrumento divino que parece traspasar el alma con el dulce estilete de la lluvia en los cristales!… El oro de las tardes otoñales lo disfruto con un paseo entre los arces y fresnos de junto al río, que se desnudan lentamente de sus hojas de luz mientras el río parece volverse llanto silencioso; en la montaña, los peñascos, gigantes redivivos que parece que nos miran pensativos y que rezan por nosotros su plegaria (Ardavín)… son conversadores, testigos mudos del bello tiempo pasado irrecuperable; contemplo, en primavera, las evoluciones de las golondrinas en el jardín, observo como rozan el agua de la piscina convertida en estanque y dejo volar el pensamiento con ellas hacia otros países lejanos, otras edades felices; acompaño al anciano en el paseo húmedo y acepto agradecido sus palabras despaciosas, sus sentencias perfumadas de experiencias alegres o dolorosas; contemplo las torres de la catedral, seria, inmóvil, sereno receptáculo de plegarias y esperanzas, y las nubes, las maravillosas nubes, que le dan fondo sagrado a la gravitación de la piedra; sin perder de vista la brutalidad y ceguera del mar, me siento a veces, a contemplarlo, iluminado por el sol que se apaga y converso con él sobre las ansias infinitas que agitan mi corazón… Todos estos momentos podrían considerarse placeres refinados, gustos de una sensibilidad hiperestésica que caracterizarían a un alma sensible. PERO... Ah, siempre un pero. Esa emocionalidad refinada no dice absolutamente nada acerca de un alma que puede estar llena de rencores, indiferencia para el dolor ajeno, avaricia o desamor para el más cercano. Por debajo del espejo del mar, hay muchas veces, cieno revuelto.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Una vida menos fea



El ritmo y la rima ponen dificultades, a veces, a la marcha del pensamiento; otras, le dan la luminosidad y la sutileza que le faltaría en su expresión prosaica. Un objeto cualquiera, bajo el chaparrón de la luz, carece de la sugestión que tiene el mismo objeto entrevisto en la penumbra, bajo la falsa luz de las candilejas. Una idea de tres cuartos, bajo el efecto ventana, es más sugestiva, que expuesta en una fórmula de precisión formal absoluta. Así en la vida. Un desnudo a la cruda luz del mediodía carece de la sugestión de un desnudo suavemente iluminado, con zonas de penumbra y densa sombra, sombra que no quieren revelarlo todo. Un desnudo que oculta es más eficaz artísticamente que un desnudo que todo lo muestra. La vida es así. Un llanto imitado en el escenario es más eficaz que un llanto real. El arte lo sabe muy bien y el juego de luces de la escena genera en el espectador, emociones que potencian el pathos de la misma. Y el ritmo… El ritmo impone reglas, aísla, separa, aleja, acerca, hiere, reduce y silencia—por innecesarias—, palabras que creía imprescindibles. Sombras. En el ritmo, el pensamiento se baña de luz y se llena de sombras y la vida se carga de tono y tensión, de serenidad y placidez, de angustia y tierna alegría. 
¿Y la rima? Ese susun molesto como zumbido de mosquito, que pone cinturón de hierro a la idea, dirigiéndola por caminos que no hubiera deseado; que constriñe el pensamiento imponiéndole sentidos modulados que quizá no esperaba; que añade resonancias emocionales insospechadas a la voz del pensamiento; que vierte sobre la idea unas cuantas notas musicales; que, a veces, lo llena de riqueza musical, otras de humor y otras lo rompe impidiéndole que llegue a perfección como quien rompe un bello jarrón casi terminado; que lo ilumina a veces y a veces lo llena de sombras…
Es fea la vida. Nadie me lo negará sino el optimista impenitente o el que espera otra mejor. Es fea. Pero la poesía, con sus artilugios de escultura de la palabra y la idea, pone en la vida esa sombra que necesita para ser amable.  Claroscuros, escorzos, tensiones, pérdida del espacio y el tiempo cuando la experimentamos, —¿Dónde estamos cuando escuchamos música?— luces y sombras, densas sombras y falsas, hermosísimas luces para ver mejor la vida. No. No soy optimista, pero confieso que sin la poesía, la vida sería no fea, sino insoportablemente fea.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Don Nadie


Don Nadie es nadie hasta que un día empieza a opinar. ¡Curioso! Don Nadie cree en la originalidad de sus propias opiniones que, sin embargo, están en el ambiente como tópicos de la conversación, y las sostiene con terquedad. Incapaz de crear otras por sí mismo, acepta el regalo que procede de lo que Sartre llama “charlería” y que nosotros podíamos traducir a nuestro gusto como “opinión pública”. Son los Media quienes regalan esa opinión a troche y moche. Cadenas de radio y televisión difunden ese discurso vacuo y se dan a sí mismas el indecente nombre de creadores de opinión. Don Nadie es una esponja en lo que a opinión pública se refiere. Absorbe opiniones contradictorias, defiende hoy lo que ayer aseguraba que repugnaba a su inteligencia; mañana defenderá con testarudez la opinión que hoy rechaza y es amigo del latiguillo: “yo soy de la opinión de que”. Tiene además un argumento estúpido como la mayoría de los que usa: cambiar de opinión es de sabios. Porque en el mundo de la opinión cambiar de opinión es de tontos o de sabios. El tonto cambia de opinión, sin considerar que las dos valen tanto como ninguna y según sople el viento de la veleta, y el sabio lo hace sopesando la solidez de la misma por pequeñita que parezca. Pero él se colocará en el lado de los sabios. ¿Por qué no piensa en fundamentar racionalmente su opinión? Primero por pereza, vicio compatible con el activismo. Luego, porque cree en ella (cuestión de fe), y la da por buena y sólida, justa y ridículamente, porque no es suya.
Poco a poco, con el paso del tiempo, va consolidando un suelo de opiniones incoherentes, de tal modo que aquel que era nadie y llevaba una feliz vida apartada, desconocido de todos, ya es don Nadie lleno de opiniones, incapaz de otra cosa que de hablar, como vulgarmente se dice, por boca de ganso. Desde ese momento don Nadie está capacitado para ser presidente, ministro o parlamentario, alcalde, concejal o jefe de sindicato y, en general, alcanzar los altos puestos de la política reservados a don Nadie. Y no es posible quejarse porque Don Nadie ya no escucha otras opiniones y, a cualquiera que se digne pensar por sí mismo y con razón quejarse, le sacudirá un discurso hecho de lugares comunes que llama “políticamente correcto”. Y el pueblo se quedará embobado de lo bien que habla. Al fin y al cabo es el mejor representante de la opinión pública que lo eligió. 

Chopos


El árbol es más hermoso que la más bella catedral. Esta frase no es más que un remedo generalizador de la frase de Verlaine: La mer est plus belle que les cathédrales. Los encontré en el camino del Hayedo que comienza a enrojecer. Son dos chopos de luz y de espiritualidad. Ya sé que es bobería comparar cosas de diferente naturaleza. Es bobo comparar un perro con un gato, una manzana con una patata o, como se hacía en la Edad Media, disputar sobre las bondades del agua superiores las bondades del vino. Junto al camino que lleva a lo profundo del bosque los dos chopos me recordaron las torres de la catedral de León que parecen traducir en piedra, (un lenguaje pesado) el ansia, la tendencia a la altura y la secreta voluntad de la hoja y la piedra de convertirse en oro. Torres y chopos tienen el mismo impulso ascensional; torres y chopos se bañan en la misma luz; por las torres y los chopos, sube la misma vida que empuja (la historia en las torres, la savia mínima y poderosa en los chopos). Lo sabía, pero lo degusté en ese momento de luz del Hayedo, que aun conserva el tañido de las campanas de la espadaña de Olleros y mis gritos infantiles entre las hojas rojas de las hayas.