jueves, 18 de agosto de 2011

Ratzinger Z

Cuando el papa era sólo el Cardenal Ratzinger, confieso que por él no sentía simpatía alguna. Creo que me disgustaba la congregación defensora del dogma y la moral. Tampoco he sentido simpatía por ninguno de los otros papas que le precedieron desde Pío XII. Hago esta confesión en descargo, no me vaya a colgar nuestra izquierda o derecha algún rótulo indeseado, como monaguillo. Era cuestión visceral de simpatía/antipatía que resulta difícil de controlar. Con el tiempo y el equilibrio emocional se aprende a mirar esos asuntos con cierta indiferencia, por más que salten a la primera plana de los medios de comunicación de masas, como noticia y con la apostilla de “la polémica está servida” con que nuestro desdichado periodismo cierra a veces su noticiario. Los Medios de Comunicación se convierten en amplificadores o perturbadores de los acontecimientos de la calle, aquellos a los que Machado llamaba en caricatura, los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Es tanto el gozo de algunos periodistas en sacarle punta a la mayonesa que a veces resulta cruel llamarlos idiotas por eso.
Cada poco asistimos al espectáculo del macrobotellón impávidos. A la macrofiesta, impávidos. Al macroespectáculo del microcantante, impávidos. Por qué se levanta esa polvareda cuando un Jefe de Estado que se sabe líder de una ideología pide sitio para realizar un acto religioso.
Nuestra izquierda se ha vuelto cabreada (perdón, indignada) por la visita del este señor que ni invita a colocarse, ni incita a ninguna violencia, ni quiere la histeria que desata el microcantante de turno, ni reparte droga en la aglomeración (a no ser que se piense que el poquito de vino de la misa es incitación al consumo). Nuestra izquierda tiene un poco el vicio del Santo Oficio con vigilancia de la fe atea y la moral de la izquierda.
Por otra parte habría que recomendar una cierta elegancia y simpatía. Miles y miles de jóvenes quieren ese espectáculo durante un par de días en Madrid, el símbolo de las Españas y entonces, nuestras izquierdas más memas dicen otra vez: No pasarán.
Ya está bien, hombre.  Cierto que da un poquito de pena el papanatismo de muchos de esos jóvenes, pero, oye, no hacen daño a nadie, vocean, aplauden, se emocionan, aceptan buenos consejos, Y de paso viajan, chicos y chicas se achuchan un ratito y se confiesan y escuchan misa. Algunos hasta lloran con el espectáculo de su líder y la retórica fija que trae en su voz un tanto aflautada como la de los otros papas.  ¿A quién hacen daño?  Diviértanse en buena hora, si les divierte el rosario y la estupefacción que produce la repetición de oraciones… ¿A quién molestan?
Ah, sí. Molestan a nuestra izquierda más retorcida, la indignada. La que no se ha indignado hasta ahora por el latrocinio sistemático en los medios políticos o financieros. La que ve que sus líderes van a tener que dejar el machito a otros líderes de cuya probidad también hay dudas. No se resignan. No. En fin. Qué le vamos a hacer.
Pero el Gobierno no puede desatender esa petición masiva. Y si no actuó en la Puerta del Sol contra el 15M por ocupar ilegalmente una plaza cómo lo hará con los que piden su permiso reglamentario con un líder que es además Jefe de Estado.
Es que, existe la cortesía diplomática y la generosidad.
Algunos han empezado a contar los euros que va a costar al Estado la visita, pero a simple vista, parece que trae más que se lleva. ¡Qué horror! Tener que andar contando las perras que nos cuesta una visita que se siente feliz de venir a casa. ¡Miseria! ¡Jodíos miserables!
 No, no encuentro razones de malestar hasta el punto de que la gente se manifieste en contra y reclame su derecho a la apostasía. Sus padres, con la mejor intención o por circunstancias los llevaron al bautismo en el que no creen. Y si no creen, ¿por qué se sienten bautizados? ¿Por un poquito de agua y un poquito de aceite que les puso el cura en la frente, tanto follón? ¡Hombre, por Dios, vaya histeria! La Iglesia Católica se está destruyendo sola por falta de curas, verás tú cómo estos que se cabrean con ella van a provocar el efecto contrario y los seminarios se vuelven a llenar de jóvenes. O va la iglesia y suprime el celibato. Yo a la iglesia le pediría… no. No le pediría nada porque para el caso que me iba a hacer…
Pero a la prensa y a nuestra izquierda más exaltada les pediría, moderación y cortesía con estos acontecimientos y generosidad para aceptar que haya gente con derecho a vivir sus supersticiones o su fe, según se mire. Y como medida de cuidado les pediría también, que cuando se despierten, si el dinosaurio está todavía allí, no hagan ruido; no vaya a despertarse él también. Ya hace mucho que desapareció el bosque jurásico.

miércoles, 17 de agosto de 2011

La moda y la Señora Gonzalez-Sinde

Tengo que reconocer mi debilidad por la Señora Ministra de Cultura. Mi debilidad por ella no es un gesto machista como le podría parecer a alguna miembra de esa tontería que algunas féminas poco cerebradas  llaman feminismo, así, como si le lanzara un velado piropo a la Señora Ministra. No. Nuestra ministra es modosa equilibrada, sencilla, de manos recatadas, acompañadas de un dulce mirar; una mujer casi garcilasiana. Ella se niega a lucir bobamente ropas que provocan esa curiosidad  la pregunta: -¿Es de Balenciaga? ¿Es de Dior? Aunque  se siente orgullosa de que algún hombre “exquisito” le pregunte por su abrigo y con un puntito de vanidad responda: “¿Le gusta? Es de Jesús del Pozo.” ¡Bah, pequeña vanidad!La Señora Ministra no tiene gustos “ostentóreos” como aquella vicepresidenta llena de foulards y perifollos coloristas donde los brillos ocultaban por desgracia su viva inteligencia. ¡Qué gracia!

Lo que pasa es que la Señora Ministra se inclina a pensar que la moda divide el mundo femenino en dos: las mujeres desastradas y las emperifolladas. Como si en el mundo femenino, no hubiera mujeres que prefirieran otra división en mujeres de inteligencia y sensibilidad señeras, para las que cualquier moda es asunto secundario y aún banal es decir frívolo, y mujeres emperifolladas y desastradas, donde los modelos de su vestir y abrigarse vienen de la firma de un modisto o de la propia firma del mal gusto.
Pero las hay “desastradas” como ella dice que hacen el esfuerzo de disimular su desastre con ropitas discretas de diseño del Jesús de Medinaceli, digo de la calle Almirante, digo del Pozo. Ella es de estas últimas y eligió bien.
Yo quiero llamar la atención de la Señora Ministra sobre la definición de frívolo. A las mujeres de inteligencia y sensibilidad elevadas no les debe de gustar (insisto) que la Señora Ministra de Cultura divida así el mundo, dejándolas fuera con su brillante inteligencia, su sensibilidad y sensualidad no menos brillantes.
-Son frívolos los que consideran frívola la moda- así dice la Señora Ministra en El País del día 14 en su personal homenaje a Jesús del Pozo. Yo alabo el homenaje porque Jesús se lo merecía, creo. Pero no puedo estar de acuerdo. La moda es frívola por natura.
El vestido se ha convertido en una forma de comunicación tan ligera, banal, veleidosa e insustancial como la cháchara que genera entorno, tanto en el papel cuché como en la telebasura. Más. Creo que la moda es el ideal de la veleidad en sí misma porque cambia con las estaciones e incluso en el “entretiempo”. Es ligera y superficial porque se ocupa de la superficie del cuerpo y porque falsea la forma natural en que uno debería querer ser comprendido. Sin querer ser pedante, habría que decir que, la comunicación del vestido ha pasado a ser la forma radical del engaño y habría que pensar que, la que viste a la moda “habla por boca de ganso” que es la voz de otro: el modisto. Es como si yo me empeñara en hablar con las palabras y las frases de don Quijote y pretendiera que el discurso me pintaba bien y me reflejaba psicológica y culturalmente. No. La comunicación tiene que ser personal, con la voz y con el cuerpo. Pero hay más y resulta imperdonable. La exhibición de los modelos se hace sobre una belleza desnaturalizada en el andar, el peinarse y maquillarse, bajo luces artificiales y escenario falseado. Puro engaño, conversión de la imagen femenina en objeto de consumo. ¡Antifeminismo!
Ahora, donde la moda, por muy seria que crea ser pierde el norte es en la necesidad de que el vestido sea sensual. ¡Lo sensual carácter esencial de la moda! No me lo negará, Señora Ministra. Y lo “sensual”, carácter de la frivolidad, es la condición en que se mueven modelos y “modelas” que diría Aído (Por cierto, ¿se fue lejos con sus frivolidades feministas? Eso también es de agradecer). 
Si yo fuese ministro de cultura reformaría las pasarelas o las suprimiría como espectáculo de la memez. Y la frivolidad, claro. Aunque sopesaría, y mucho, su valor industrial y su cotización para la Hacienda Pública.
Luces, decoración, perchas humanas, belleza falseada y fosilizada y deshumanizada, para destacar la belleza de unas bragas o un sostén, ten, ten, tengo para mí que es espectáculo frívolo por más profundidad que quiera uno darle. Otra cosa es el ejercicio de la llamada alta costura, ejercicio personalísimo que quisiera eternizar bellas formas de vestir trabajando, ay, sobre materiales ligeros en cuanto a resistencia, color, etc. ¿dije eternizar? Ya se sabe: la eternidad en este terreno tiene de cuatro a ocho límites temporales. Mi respeto por Jesús del Pozo y mi respeto por la Señora Ministra que le rinde homenaje aunque sea hiperbólico en su afán de dar seriedad a la frivolidad. Del dinero que mueve la moda no hablaré por no descubrir lo que de bobería contiene la fidelidad a esa arte menor. Y el oxímoron que yace en el fondo de esa forma de mirar la vida, donde todo es moda e imagen, es el de que, el pensamiento más serio es el frívolo. Así nos luce el pelo –lo dice un calvo-. ¡Oye! ¿Y por qué no reconocer que España se ha vuelto frívola y que, emperifollada en todos los terrenos, no la conoce ya ni la madre que la parió?

lunes, 8 de agosto de 2011

Alma de bolero


Qué desgraciado soy! Si sigo por este camino hasta mi mujer descubrirá que soy un imbécil. Desde la adolescencia hasta hoy, todo ha sido un progreso en el camino del sentimentalismo. Soy un sentimental, feo y hasta católico aunque menos que Valle. Llevo un tiempo descubriendo los boleros que llenaron de emociones los días de mi adolescencia. Ju, ju. Mi adolescencia transcurrió entre motetes y boleros. (Ana Cristina se reía cuando le dije que tenía alma de bolero). Mi educación sentimental fue un desastre. Pero no lo puedo remediar. Otros salen tuertos o cojos o babosos o legañosos. Y si encima son sentimentales pues fíjate, amigo lector.
Estos días me enganchó un bolero que me ha llenado la cabeza de paisajes de mi adolescencia y juventud que, por muy desastrosas que fuesen, (¡santo cieno, nací en el 42; tres años antes de las bombas atómicas que redujeron a ceniza y sagrado cieno radiactivo las dos ciudades japonesas!) están embellecidas por la nostalgia del nido. Y a pesar de mi pesi-mismo misma-mente voy a hacer un elogio del mismo, digo del bolero. Se trata de un antiguo bolero de Genaro Salinas, aquella voz de oro salida de Méjico, y truncada en Venezuela por la policía asesina del dictador, en plena juventud aunque en un bache de su popularidad y economía. “Mis noches sin ti”. Ya ves qué poca cosa de título. Un posesivo, un nombre, una negación y un pronombre casi sin entidad. Te la copio porque está tan llena de melancolía que me gustaría que te traspasara, -ya sabes que la melancolía es una vaga tristeza por la pérdida de algo, que no se sabe que es, pero que-… Bah. Tonterías de definición. Don Quijote es un tipo melancólico y nostálgico de la Belleza, el Amor y la Caballería perdidas. Con eso te lo digo todo. Te la copio ¿eh?
Sufro al pensar que el destino logró separarnos,
guardo tan bellos recuerdos, que no olvidaré,
sueños que juntos forjaron tu alma y la mía
en las horas de dicha infinita,
que añoro en mi canto y no han de volver
Mi corazón en tinieblas te busca con ansia.
Rezo tu nombre pidiendo que vuelvas a mí,
porque sin ti ya ni el sol ilumina mis días,
y el llegar la aurora me encuentro llorando
mis noches sin ti.
Hoy, que en mi vida tan sólo queda tu recuerdo,
siento en mis labios tus besos que saben a miel.
Tu cabellera sedosa acaricio en mis sueños
y me estrechan tus  brazos amantes,
al arrullo suave del amor de ayer.
Mi corazón en tinieblas… Etc.
Esa es la letra. Con romanticismo indio que casi toca lo cursi. ¿Pero qué ocurre con la música de Demetrio Ortíz el compositor de Piperebuí, en el Paraguay? ¡Sí, hombre, sí que lo conoces! Fue el creador de una canción inmortal que se titulaba “Recuerdos de Ypacaraí”, una canción más conocida que la ruda e interpretada millones de veces por miles de conjuntos de la época. (Si quieres oír una interpretación difícilmente superable, escucha la versión de  Caetano Veloso).
Mis noches sin ti en la voz de Genaro Salinas alcanza una altura emocional formidable. Porque también la interpreta Nino Bravo, pero Nino Bravo de tan hermosa voz, está muy lejos del alma guaraní y de la melancolía india. En cambio ese mejicano, Genaro Salinas ha dado en el mediastino de la nostalgia. No te entretengo más, amigo. Pica en Google, escribe “Genaro Salinas Mis noches sin ti” y si no te emociona la canción… ji, ji, o no has perdido un amor soñado o no tienes alma de bolero o a lo mejor careces de esa potencia romántica que profundiza en la infinitud de las emociones. Y eso es grave, ¿sabes? Bueno. Tampoco me hagas demasiado caso, porque mi sentimentalismo, con los años se vuelve tontería de pedagogo o pedabobo, no sé.

domingo, 7 de agosto de 2011

El microrrelato

Te voy a decir una cosa, Augusto. Un relato hiperbreve no es propiamente un relato, como un conceto áureo no es un soneto de Quevedo. Un dinosaurio al final de un sueño no es un relato porque sugiera tantas cosas con un simple juego de conmutación: -Cuando despertó, el Borbón todavía estaba allí. Cuando despertó el dinosaurio, el paleontólogo deseó estar en cualquier otro sitio. Cuando despertó Mourinho el Barça todavía estaba allí (David Torres). Se trata no más de una frase que ha dado en llamarse relato literario. Algo conserva todavía del relato como es la apertura al mundo. Es un destello, pero de destellos del mundo está hecho el relato hasta componer una imagen completa aunque sintética del mismo. Claro que  un destello no hace mundo como una golondrina no hace verano. Augusto, te lo digo aquí. Sé muy bien que tu inteligencia rechaza la adulación y que un público lector perezoso y sin tiempo, aprecia desmesuradamente los microrrelatos, pero tú no te engañas. Estás ante la misma afición que a la de la frase ingeniosa, el retruécano, el refrán o la sentencia, que no siempre son tan ingeniosos o tan sabios o llenos de esprit como el vulgo dice. En microrrelatos como el de tu dinosaurio, hay narrador y personaje, pero se trata de un personaje carente de rasgos de individuación. ¿Cómo es el hombre que despierta? ¿Cómo es el dinosaurio: pequeñito, simpático, de trapo, arrugadito, sin dientes, cansado, enfermo? Y además un personaje se hace en contacto con otros de tal modo que en un relato hiperbreve como el tuyo, en el que los personajes carecen de entidad mínima es propiamente una construcción lingüística que tiene un vago referente fuera del tiempo y el espacio. Y espacio y tiempo han sido reducidos a un punto. Y un punto es el nombre de una abstracción geométrica adimensional. Un hombre solo no es un hombre, un corazón solitario no es un corazón, Un dinosaurio solo no es dinosaurio. Un microrrelato como el de tu dinosaurio, no es relato sino microlindeza si se quiere. ¿Y el narrador? El narrador es casi mudo, afásico. No te enfades conmigo allá en tu cielo literario, pero tampoco con el mundo, que tiende a hipervalorar aquello que le resulta fácil de entender y de retener. Pero voy a decirte más. Tu relato  de una línea ha tenido un efecto desastroso en todos los escritores en ciernes que creen que sin esfuerzo pero con ingenio se llega al Olimpo como has llegado tú; que han decidido abandonar el trabajo callado, arduo de la elaboración silenciosa, despaciosa y minuciosa que es la construcción de un verdadero relato por una convicción que puede enunciarse así:  “Si acumulo 1500 líneas sueltas con ingenio, ya casi tengo un libro para el Nobel.”  Tu relato ha sido destructor en cierto sentido y también purificador. Destructor, porque muchos autores abandonan el trabajo de preparación para seguir el camino fácil de la escritura (hoy mismo se pueden contar por millones los microrrelatos que cuentan una minucia). Purificador, porque aparta al alto número de los tontos del intento de hacer un verdadero relato. Si no hay tiempo, si no hay espacio, si no hay aires entre los personajes... no hay relato.

sábado, 6 de agosto de 2011

L' infinito

Sempre caro mi fu quest’ermo colle
e questa siepe, che de tanta parte
dell’ último orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella,  es sovrumani
silenzi, e profondíssima quiete
io nel pensier mi fingo; ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infintio silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Cosí tra questa
immensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.

Hace muchos años que este bellísimo poema de Leopardi me golpeó en la fuente misma de las emociones. Era mi caída en el camino de Damasco sin duda, y en el poema me llegó todo un mundo dormido en mi interior. Así comprendí que en el “alma” hay mundos que repentinamente alcanzan conciencia. Quizá ese sea el secreto de que algunos movimientos literarios aparezcan cuando suena su hora en el reloj del espíritu como diría Lucàks.
Se lo leía en clase, a mis alumnos del Instituto de Alcantarilla y en la lectura creo que alcancé la comprensión de un romanticismo que hasta entonces era no más que “literatura” en el peor sentido. Era como si los románticos alemanes e italianos del XIX me hubieran tocado una fibra especial en la que hubieran escrito todas sus inquietudes. Comprendí entonces lo que era la inalcanzable flor azul y la necesidad de buscarla; la tristeza del hogar perdido; la nostalgia como la herida de Filoctetes en la pierna del alma; el vacío infinito que sólo se llenaría con el amor, y la pasión que sólo encuentra concreciones limitadas, engañosas  que no pueden llenar ese vacío; la certeza de ser único y extraño, y la necesidad de corazones semejantes que ¡oh, desgracia! han podido nacer en otras épocas; el estremecimiento de sentirse vivo en la crisálida del misterio y, en fin, la expansión que abre el alma a lo infinito y se siente arrastrada a la vorágine de un espiritual agujero negro en el que uno se quiere perder sin resto ni retorno.
Esta última peligrosa sensación la viví años más tarde en mitad del Mediterráneo en la profunda media noche sobre un mar quieto y brillante. La atracción del infinito me hizo colgarme unos instantes fuera de la borda con la tentación de soltarme y hundirme en el abismo. Era ese punto que los físicos llaman horizonte de sucesos y los pilotos, punto de no retorno. Por suerte lo estoy relatando.
Ahora sólo quiero llamar la atención sobre una frase de poco contenido semántico, pero de una potencia alusiva extraordinaria: e il suon di lei. Una sola palabra llena semánticamente suon “sonido” en una frase de cinco palabras. El sonido de las estaciones, de las épocas pasadas y de la época presente y viva.
No es esta entrada un desnudo exhibicionista, sino una pequeña confesión romántica también, que quiere destacar aquí solamente la sensibilidad enferma de un poeta enfermo que escucha el latir del tiempo como Machado. Ese latido, ese silbo que asorda el sentido del oído, lleva en sí el abismo y el deseo de hundirse en la inmensidad  del mar interior cuya superficie es un espejo, pero  tras la cual está el abismo insondable. Bravo Leopardi. Dulce naufragio en la mar amarga. Al terminar el poema uno puede decir con Nietzsche: “Pues yo te amo eternidad”. Dicho sea con la desolación romántica. 
Si quieres, lector mío querido, escuchar el poema recitado de forma romántica, tal como podría hacerlo Leopardi busca en google L'infinito Vittorio Gassman. Es un gozo. Gassman recita lentamente, como meditando las palabras, convencido de que una música interior a los versos ejerce la misma función que un Lieder o un Nocturno. Pone el énfasis donde cree que lo puso el autor y deja que el ritmo penetre el alma de la misma nostalgia del infinito que el el poeta padecía desde su infancia.

viernes, 5 de agosto de 2011

Mi pasillo (Riendo con Sloterdijk)

Durante mucho tiempo, tuve una preocupación extraña que me mantenía desazonado. En los inicios de la vida espiritual (yo era por entonces ingenuo novicio de una orden religiosa), después de leer la poesía de san Juan de la Cruz y haber meditado mucho en el pecado, la miseria humana y en la grandeza de los grandes; después de ver al papa Pío XII en lo alto de su silla gestatoria, con sus finísimas gafas y sus pulcras y estilizadas manos bendiciendo a troche y moche llegué a una conclusión insólita. Los santos no van al retrete. Con esta convicción no sin dudas, me fui a mi maestro espiritual y le pregunté directamente: -Padre. Una obsesión me perturba en estos días. Puede parecer absurda pero para mí es importante: ¿Iba Jesús de Nazaret al retrete?
Mi maestro espiritual un viejecito ascético y pulcro, una brizna intolerante con el pensamiento atrevido, me miró, me remiró, brilló en su ojos un rayo de cólera, sus mejillas enrojecieron. Me señaló la puerta y antes de que estallara su santa indignación yo ya lo tenía decidido: Jesús de Nazaret no iba al retrete. Retrete significa retiro. Jesús se retiraba de la visión de los suyos, pero era para orar y nada más o, como mucho, para arreglar los caminos del reino. No. Jesús de Nazaret no iba al retrete. Y me paré en medio del pasillo y concluí: el miedo condiciona el conocimiento del mundo.

En otra ocasión se me presentó, como dificultad de fe, una posibilidad absurda. Absurda en el sentido de que, puesto que no había ocurrido, su sola imaginación carecía de sentido. En las clases de teología, la demostración de que Jesús era Dios discurría por los argumentos de la Escritura, la Tradición y los Santos Padres y finalmente la Razón, como exigía el tomismo más rígido. Aquí entraba mi sentido crítico un tanto infantiloide pero atinado. Si el Hijo tenía la Naturaleza del Padre y el padre era Dios, el Hijo era Dios.  –Padre, -dije a mi maestro- si Jesús de Nazaret que era Dios hubiera tenido un hijo –un suponer con María de Magdala o de Cleofás o con cualquiera otra u otra cualquiera- ese hijo sería también Dios?
-Hijo mío -me dijo mi maestro un tanto mosqueado, pero sin argumentos-, tienes que controlar la imaginación que como decía santa Teresa es la loca de la casa o se nos va a llenar el cielo de dioses otra vez. Y en el pasillo, concluí: la burla y la ironía deciden también sobre la forma de conocimiento. 

Perdóname, lector, por estos arrodeos que no son otra cosa que dar vueltas sin juicio. No te irrites conmigo si te cuento otra peripecia de mi pensar de entonces. Leyendo el Génesis, me encontré con el célebre pasaje de Caín y Abel. ¿Recuerdas? Aquellos dos hermanos, uno bueno y otro malo (no sabemos por qué) uno pastor y otro agricultor. Los dos ofrecen a Dios sus bienes en sacrificio. Abel las primicias de su ganado (¡Pobres corderos sacrificados!) y Caín las primicias de sus campos (con lo caras que están las cerezas del Jerte, sobre todo las primeras) Pero el humo de los sacrificios de Abel subía recto a las narices de Dios y Dios debía de aspirarlo con fruición y simpatía mientras que el de Caín (¡menudos humos!) no alcanzaban a elevarse hasta Dios… en fin que a Dios le complacía más Abel que su hermano, cosa natural por eso de que el amor no tiene porqué justificarse ante nadie. Así que Caín, cabreado o mejor, hortalizado porque las cabras eran de su hermano, y muerto de envidia “se alzó contra su hermano Abel y lo mató. Preguntó Yavé a Caín: -¿Dónde está Abel, tu hermano? Contestóle:- No sé. ¿Soy acaso el guarda de mi hermano?”

Ya no me atreví a ir al buen maestro de novicios, pero me quedé muy pensativo en mi pasillo sin ventanas. El tal Yavé  seguro que era gallego para preguntar tan capciosamente. Y Caín si no era de Lugo, era de Pontevedra por que el tío responde con otra pregunta. Podía haber dicho: Le prefieres a él porque sí. Desprecias el sacrificio que te hago con todo lo que me cuesta trabajar el campo mientras mi hermano toca la flauta bajo una palmera. Depositas en mi corazón la envidia, me pones en la tentación, me dejas caer en ella y luego me preguntas algo que ya sabes. Vete a freír espárragos de los que te ofrecí en mi último sacrificio o a hacer una barbacoa con mi hermano Abel y su rebaño. Lo que hagas me importa un pito. Pero no. Caín responde cínicamente a la pregunta cínica, porque tiene miedo (A ver qué me va a hacer este… ) y le contesta a la sombra del paseante solitario,  a la gallega:“-¿Soy acaso el guarda de mi hermano?” ¡Vamos, que le sigue el juego con absoluta desvergüenza!  (Me ha divertido mucho leer esto en un filósofo alemán. El castigo, por lo demás, es bastante bobo. “La tierra te negará sus frutos y andarás por ella, fugitivo y errante.” Yavé ni siquiera le aplica la ley de Talión sino que al contrario, le marca para que nadie lo mate. Le condena a ir fugitivo y errante por el mundo, y que la tierra le niegue sus frutos, Entonces apareció en mi pensamiento una idea que me dejó indefenso: -Yavé está viejo o agotado del esfuerzo creador del cosmos y los asuntos humanos se le escapan. Chochea. Caín es un tipo símpático. Un asesino simpático, como tantos otros, más tarde, de esos que salen en la tele y la gente dice que tenían cara de buenas personas. Además, Caín poseía un raro sentido del humor pero le molestaban las bromas y las preferencias del poder. (La administración está llena de enchufados)
Y dice Dios: -La tierra que labores te negará sus frutos… y Caín: Gracias por el aviso porque va a trabajarla Rita.  Y Dios: -Andarás fugitivo y errante… Y Caín: -Y ¿adónde voy a ir si todavía no hay hay una puñetera agencia de turismo? Me iré tan ricamente al este del Edén y a vivir que son dos días.
En la soledad de mi pasillo sinteticé: el cinismo es una forma preciosa de comprender el mundo y escabullirse de muchos de los golpes con que la vida parece vengarse de nosotros. Los gallegos son sabios.
Amigo lector. Que esta pequeña parodia no te parezca idiota. Si acaso una brizna irreverente pero se justifica por una lección que sacaremos otro día y que te anuncio ahora. El mundo no es más que interpretación. El texto sagrado, tan hermoso, ha sido interpretado tantas veces, que es posible que no quede palabra sin analizar en el microscopio del interés personal o de grupo. Cada cual lo entiende a su manera… cada cual… pero de eso hablaremos otro día con otras dudas que tengo, cada vez mayores, desde que me quedé sin maestro espiritual. Quédate tú con estos hermosos y sabios versos de Campoamor que tan bien resumen lo que te quiero decir: En este mundo traidor/ nada es verdad ni mentira/ todo se ve del color / del cristal con que se mira.