domingo, 27 de marzo de 2011

Mendigo de iderechas

Ji, ji. Toma del frasco. Puta madre. El Cesáreo ni lata y yo llevo ya 7 euros del ala. Ya estoy por encima del sueldo base. Se cree que por estar en el paro todo el mundo tiene obligación. Que le den pol culo y mantenido. Que para todo hay que valer y más en este oficio que aquí lo mismo que para la política hay que ser un águila. Hay que poner la cara humilde, la vista baja y las manos a medio camino entre la devoción y la hucha, no como el Cesáreo que pide con la izquierda precisamente en esta iglesia de los Agustinos. Es que los hay. Que la gente es muy mirada y las derechas siempre han entendido la limosna como una inversión. La gabardina sucia sí la trae pero viene muy aseado. Las uñas han de estar de luto que eso le impresiona mucho la gente rica que te juzga por las uñas. ¡Gilipollas! Así se pide: con la vista perdida y la cara de cesante con almorranas. Ahora vendrá doña Virtudes tarde como siempre para perderse el sermón, con su collar de perlas y sus pieles y ese per­fume de marca que me gusta. ¡Con la pensión que  le dejó  el marido! Verás cómo ésta suelta hoy un par de euros. Por mi madre que cae. Cuando llega a la puerta respira afanosa y si oye predicar se para y me da palique. Tía candogona... qué buena está todavía. El marido, D. Pascual, que yo le conocí, cascó de una par de achuchones, seguro, que menudas ancas tiene la tía. ¿Qué tal Cayo? Yo haré como que no quiero hablar de mi familia y bajaré la cara que eso da mucha pena. Ya ve Ud., doña Virtudes. Le diré lo de la niña, lo del aborto pero con medias palabras ya ve usted lo que traen los malos pasos. Le ponen sangre por la vena y lo echa por abajo. Y del piravani que me la desgració ni señal. Un milagro haría falta. Eso. Y me miraré la punta de los zapatos, y luego la miraré a la cara y dejaré caer un poco el párpado que me da un airecillo de subnormal cosa fina. Y ahí cae sin duda. Y si no son dos euros me la corto. Pero mira el Cesáreo. A los Agustinos viene gente rica. Y nadie va a ponerse en la puerta de Jesús Divino Obrero que allí sobran voluntades pero falta el conqué y aquí hay conqué aunque falten voluntades. Ahora; en eso está el arte, en mover la voluntad. Antiguamente dicen que lloraban. Sí, señora, sí. Lo que me sobra es resignación, pero ya ve... Esta no tiene ganas de entrar al sermón, no te fastidia, con su abriguito de pieles y sus perlas. Claro, claro, Señora. Dios aprieta pero no suelta, digo no ahoga. ¿Y su hijo de usted, señora? ¡Qué suerte y cómo me alegro! En cambio mire Ud. como ando yo. Dios, qué cachonda. Pa mí que lleva una faja que la sujeta pero qué carnes, Señor mío Jesucristo. Los curas de esta iglesia dan mucho consuelo, porque no insisten mucho en lo social. Y ahí tienes al Cesáreo que sólo le falta el carné de mala leche en los dientes. Decididamente, los mendigos de derechas somos mejores que los de izquierdas. Míralo con cara de nohayderecho. ¿No querías el socialismo?, pues toma socialismo. Ahora, a los que había que perseguir es a los melenudos de la flauta o el acordeón, que nos hacen la competencia junto a la zapatería y por Ordoño II. Tenían que exigirles tres años de conservatorio por lo menos. Marranos. Cagüental.

Mendigo de izquierdas(2º acto)


Picojón es la picazón que se te pone en semejante parte. Yo me rasco sin miramiento porque estas tías me dan alergia y no puedo poner la cara de panoli que pone el Cayo. El Cayo dice cosas muy graciosas: que si pedirlo es mejor que robarlo, que si el aborto de la niña, que si no tienen ni butano lo cual que algunas beatas se llenan de felicidad cuando pone cara de mongolazo y sacan ostentosamente una moneda de un euro y se la ponen en las manos que las junta como si estuviese rezando. Y luego me mira de reojo: ‑Gilipollas que no sabes pedir. Y yo digo: ‑Cayo desgraciado que te han quitado hasta el LA de tu nombre. Hay que pedir con dignidad y si te lo dan que te lo den pero que no te babeen con la compasión que eso no hay quien lo aguante. Yo tiendo el culo de la litrona de cocacola y si cae algo digo en voz baja: ‑ ¡Que Lenin se lo page, camarada! A mí siempre me ha gustado el dinero limpio aunque sea poco. Me acuer­do de la ensalada de leches que me dieron hasta que confesé que recibía oro de Moscú. ji, ji. Oro de lo que cagó el moro. Se lo gastó el partido en vodka. Y en las "primeras" pegué todos los cartelones de Felipe que quedaba tieso con un solo escobazo de cola y vaya cola que ha traído todo, que ahora les correría a escobazos a él y a Solchaga. No hay justicia, y menos con un mi­litante. Así que ni arte tengo para pedir que todo tiene su aquello. Ahora, hay otros peores que Cayo, que es un mendigo discursero, de esos que te meten un discurso en el tren que te joroban el viaje entero. Hay un portugués en Ordoño que se pone de rodillas con un letrero que dice: Tengo ambre que se come hasta la hache y eso no es mendicidad sino terrorismo. Y luego están los chavalones de la flauta dulce que si la tocaran con el culo sona­ría mejor, la madre que los parió marranos que están en edad de trabajar maricones. Y la señora que va por la cafetería y pide que está enferma y si no le dan se cabrea y de un tufazo a Cariñena que tumba. Y luego las gitanas que peinan León señorito deme pa leche pal niño y otro que te asalta en Ordoño y te pide para viajar a un pueblo de Galicia y hasta un camionero holandés que dice que necesita para cenar que mañana le manda dinero la compañía de transportes. Y lo pide con un español como muy británico. A mí todos me han pedido y yo doy la vuelta a los bolsillos y me vengo a los agustinos rascándome la entrepierna que estas beatas de las pieles me dan alergia. Y saco el culo negro de la litrona porque no me gusta tender la mano y si me dan me dan, y si no, ya buscaré por el Instituto que los cabrones de los chavales suelen tirar los bocadillos sin tocarlos. ¡El cuarenta y uno tenía que volver! Yo para el discursito y poner cara de gilipollas, no valgo y no lo haría aunque me lo pidiera el mismo Lenín. La dignidad ante todo. Unas pataditas en el suelo que hace frío moscovita y el cura dale que dale que si celebramos esto y lo otro. ¡Corta el rollo, tio centollo! y deje salir a la gente que suelen dar algo más que a la entrada y con el barullo ni se fijan en la cara de vinagre que pongo cuando echan algo. Me iría a la puerta del Bingo, pero un hombre como yo con esta trayectoria antiburguesa no puede caer tan bajo. Yo pido por solidaridad con la madre Rusia. ¡Viva Lenín! ¡Abajo el clero!

viernes, 25 de marzo de 2011

Ite missa est (mendicidad en tres actos)

 ¡Dios mío, que se echa la hora encima y no acabo de desenvolverme! El collar de perlas que me regaló Pascual que en paz descanse y el abrigo de garras que me compré con los atrasos de la pensión de viudedad y andando, que en los Agustinos son muy puntuales. Menos mal que Margarita me habrá cogido sitio que el sermón no hay quien lo aguante de pie y más con el reuma que me tiene cogida esta cacha. Al de la izquierda no le suelto ni diez céntimos. Es un mendigo como muy soberbio que se le nota en la manera de decirte que está en el paro. Mucho vicio y mucho orgullo es lo que tiene. Que se puede estar en el paro y tener mucha resignación cristiana. Un desfachatao. Un guarro que pide con la izquierda y se rasca las partes con la derecha como si se riera de una. El otro en cambio es más noble y más humilde y bizquea un poco y no tiene ni para comprarse un platillo de plástico que pide con el culo de una litrona. Ese sí me gusta. Con esa gabardina tan sucia, el pobre. A la salida le doy un euro como está mandado (Y va que jode, ji, ji, que decía el mi Pascual) que si todas hiciéramos lo mismo, se acababa la mendicidad, que los socialistas dijeron que iban a acabar con ella, sí, pero de boquita. Ahora han venido mendigos rumanos como moscas. Ni en las novelas de Galdós de mi difunto, hay tanta pobretería como con los sociatas. Los tenían que multar y dejar a los más necesitados. Y hay que ser buena cristiana que es muy fácil decirlo como Margarita y luego cuando ve un pobre dice que por si acaso se lo gasta en vino...‑¡Hija, qué olfato tienes! ‑le digo. ‑No. Te crees que voy a ser como tú que le das limosna al primero que se presenta con cara de hambre, ‑me dice. ‑Que hay mucha trampa. En eso tiene razón pero yo prefiero no andar pensando en si lo necesita o no, le suelto mi euro y ya salgo muy tranquila y muy sosegada de la iglesia. 
Margarita está donde siempre. ¿Ha empezado hace mucho? Hija que me retrasé con el mendigo de la puerta. No, el bajito y bizco. Me ha dicho que tiene a su hija enferma. Teníamos que prepararle un paquete ahora para las navidades, mujer que a lo mejor es verdad... y con tu espíritu lo tenemos levantado hacia el señor es justo y necesario. Madre mía no sé si me valdrá la misa, porque he llegado tan tarde. ¿Ha predicado mucho? Madre, que pesado. Ten cuidado con el bolso, Margarita que te he dicho mil veces que no lo dejes en el asiento. Lo que lleves mujer, si no es el dinero sino el disgusto. ¿Tú crees que me valdrá la misa? Bah, boba. Lo importante es la caridad. No iba a dejar al pobre con la palabra en la boca. Ya te contaré... Parece que por fin su hija abortó y está muy mal la pobre, que no saben si saldrá de ésta. En el vicio está el castigo, desde luego. Contra más mugre, más miseria espiritual... Nosotras, gracias a Dios... Como decía Pascual que en paz descanse que en eso sí que tenía vista: ‑Un día nos vamos a encontrar al Gorbachov y al Fidel ese, pidiendo en la puerta con la gorra en la mano que bien merecido se lo tienen por rojos. Marga, ¿Después nos tomamos un mosto? Y con tu espíritu.¡Hija, cómo me aprieta la faja! Demos gracias a Dios. (Continuará)

El tipo del espejo






El tiempo que la barba me platea... Leí este verso de Machado y me fui corriendo al espejo. En la cara del otro lado encontré los signos inquietantes de su transcurso. Recordé gravemente la definición del tiempo de S. Agustín: -Si no me lo preguntan lo sé, pero si me lo preguntan, no lo sé. ¿El tiempo? Para Ud., Señora, comprender lo que es el tiempo es mucho más fácil que para S. Agustín. Si no tiene miedo, míreme a la cara, y sabrá con facilidad lo que es. Hoy olvidé afeitarme. Normalmente todas las mañanas cerceno a fuerza de Gillette su manifestación más alarmante: las canas en la barba, la plata que dice D. Antonio. Pero el día que me descuido comienzo a ver en derredor miradas más insistentes, rápidas miradas que reparan en lo que antes no veían, pestañeos de duda, (¿es el mismo y está más triste o es uno que se le parece?). Algún amigo con más confianza me recuerda con una palmada en la espalda que en este mes he cumplido años y que ¡vaya joven que estás! ¡Leches! 
Mi amigo José María decía que a partir de los cuarenta el alma se esculpe en la cara. El tiempo se esculpe en la cara. Paisajes devastados de nuestra alma asoman de forma inequívoca en nuestras facciones. ¡Desdichados si nuestra alma se ha afeado progresivamente desde nuestra hermosa juventud!... porque entonces la gente que nos mira descubre  nuestro peor tiempo, el de nuestros sentimientos más bajos: el desamor, la cobardía, la indiferencia, el egoísmo, la mezquindad, la intemperancia, el fétido aliento de una sensualidad paticoja entre el deseo y la frustración,  el tedio, la impotencia.
El tío que me miraba desde el espejo, parecía decirme: -No te engañes. Todas las horas hieren. La última mata. ¿Todavía no has realizado tu gran obra, la que te justificaría y daría sentido a todo lo que has vivido o soñado? Y si no,  ¿para qué has vivido, para qué has soñado?
-Calla la boca. ¿No ves que me he dejado la barba por ver si me parezco al tío ese de Corrupción en Miami?
La broma sin embargo, no afectó al otro que me siguió mirando con gesto adusto:
-Has cumplido años (no diré cuántos, pero muchos) y deberías meditar un instante en el hecho de que todo se hace de plata en tu alma: las sienes, la  barba y el vello de tu tórax. Todo, pues, se cubre de melancolía en tu apariencia externa, desgraciado: tus labios, tus mejillas y tu mirada. Y en tus sentimientos el oro palidece.
Aquí decidí parar los invisibles pies del hombrecillo del espejo:
-Censor estúpido, imagen vana, falso simulacro. ¿Qué sería de ti si cerrara los ojos, qué de ti, cuando me vaya del espejo?
-Desgraciado, -me contestó. Ante ese problema, amenazas como la mayor parte de la gente que se dedica a la política y toda la gente de poco seso. Amenazas con cerrar los ojos. Allá tú. Pero el avestruz es pájaro del desierto. Y tu gesto de avestruz declara, más que ningún otro, el desierto de tu alma.
Me fui del espejo con enojo. Salí a la calle sin afeitar y con una chaqueta blanca como el tipo ese de Miami vice, por ver si el acto lo transformaba todo en una broma. Pero fue inútil. Llevaba impresa en la cara todo lo feo que el agua turbia de los años deja en los márgenes de la vida. Mecháis en la pena negra. Miré desafiadoramente a la gente que me miraba con curiosidad no más. Saludé de lejos a los amigos que hicieron el intento de parar a saludarme... (-No os permitiré que os moféis de mi alma, desgraciados.) Tampoco este invierno, tampoco este año he dado a mi vida la forma más deseable. Pero pronto llegará mi momento. Pronto alcanzaré a realizar aquello a lo que nadie se ha atrevido. Pronto podré enfrentarme al espejo sin la tristeza de D. Antonio y ver que la plata de mi barba y de mis sienes  es más una corona que el estigma del tiempo envenenado. ¿Qué? ¿Que no? ¿Creéis de verdad que navegando siempre hacia Occidente habré de fracasar, que no habrá una escollera para el pájaro aliquebrado de mi alma? ¿Que caeré algún día al agua como Icaro, ignoradamente, cuando el sol se oculte iluminando todos esos mundos que faltan por descubrir? ¿Lo creéis de verdad, eh?

OFRENDA


Aquí, en mi corazón, traigo granada,
confitura de tuera y de ternura,
aquí el brillo de un sueño, tu figura:
un flautín-ruiseñor de la alborada.

Traigo un azud de niebla limonada,
y un claro arpegio de violín que dura
como dura la tarde en la dulzura
de tu lánguido brazo demorada.

Una acequia de luz traigo, dorada,
para el jardín de rosas de tu pecho,
y una inmensa almohada hecha en el cielo

porque descanse tu cabeza alada.
Hecho de paz y verdiamargo helecho,
aqueste aquí dolor, de nube y hielo.













jueves, 24 de marzo de 2011

Algarabía


A las cinco de la mañana cuando cantan los gallos en algunas terrazas de la ciudad y en el horizonte florecen las margaritas del alba como te decía, lector mío curioso, se encienden las mezquitas en un canto unánime, que llama a los creyentes a oración. Algarabía significa "idioma árabe" y de su impenetrabilidad y aparente desorden, de su fonética gutural, los cristianos sacaron la palabra algarabía para designar el desorden lo que no se entiende. Desde la cama escuchas la algarabía del canto, que se mezcla en el aire de la mañana, cuando se desprende de los altos minaretes. Entonces te levantas, miras por la ventana y ves, que un cielo pedregoso y mudo, hace opaca la oración musulmana. "Dios es grande. No hay más Dios que Dios. Venid a orar creyentes". Se alumbran las ventanas de algunas casas y la calle se anima un instante. Es el primer latido de la ciudad que despierta y el primer latido es una oración. La magia del sol que nace, magia de la luz que viene de Oriente. Despertar mágico del día que necesita la voz de Orfeo. La mañana es milagrosa porque nadie tiene asegurado el día. Abres los ojos y te asalta la luz: -Amanece, -piensas, y el mundo sigue ahí. Una pena. El mundo es una gran pena. Amanece. ¿Acaso no es milagroso? Ah, pero nada es lo mismo porque cada mañana  trae su pena y la pena es lo que da el color del mundo. El mundo es del color de la pena, más o menos esplendorosa según sea el amanecer. Pena. Penita. La pena es algarabía. Un desorden que asalta cada mañana al alma y tiñe todos los objetos con el color dulce del hastío. La oración es algarabía, un pequeño desorden lingüístico sin receptor que espera alcanzar respuestas del vacío. ¡Una pena!
 Digo yo como decía la gallega: -Ay, Dios, cuánta tristura sin consolancia ninguna.  ¡Qué bien rezaba la gallega sin pedir nada! 
Digo yo como el inglés, como decía Kierkegaard: -Mi pena es mi castillo. No. Mi pena es la casa en que me refugio. Pero de ninguna manera quiero dar pena. Sólo sufrirla como se sufre una muela que se traspasa con la bebida caliente y con la bebida fría. Miro por la ventana y la luz es a-pena-s un aire antiguo de violín: el aire de un tango en el violín de un ciego que yo escuché en la calle Embajadores cuando era un pobre estudiante en Madrid. Estaba entonces buceando en el origen de la pena. Estaba estudiando. Quien pone conocimiento pone pena. Ahora miro por la ventana. Las luces de las casas se vuelven a apagar. La silueta de las mezquitas se recorta en un azul pálido que parece subir del mar como un aliento sagrado. ("Dios alentando sobre el muñeco de barro") De nuevo la ciudad se sumerje en el silencio y sé que es inútil volver a la cama. La pena se ha desencadenado y será necesario darle cauce hasta que la luz como una bebida muy fría traspase su nervio y se haga insoportable un instante. Luego la pena se estabiliza y la convierte uno en trabajo, en actividad, en dinero. Pero todo ello no son más que variantes de lo mismo. No sé qué impío pudo decir lo de que las penas con pan son menos. El pan, el conocimiento, el trabajo son no otra cosa que penas: algarabía. 
¿Y la esperanza? ¿Cuál esperanza? ¿La que eterniza todas las penas? Qué bien lo decía la canción sin querer: -¡Ay, qué pena me das Esperanza, por Dios, tan bonita pero no eres buena! ¿Y cómo habría de ser buena la esperanza? Los cristianos identifican la esperanza con el infierno. Lo que ocurre es que la niegan en aquel lugar, pero, como todo concepto cristiano, incurre en paradoja pues la desesperación sólo es concebible cuando hay esperanza. Sin ella la desesperación es una palabra sin sentido que no apunta a ninguna realidad. Esperanza es el sentido pleno de la palabra algarabía. Salen los creyentes de las mezquitas. Salen de su pena y se dirigen a su pena, digo a su casa. Tal vez se acuesten un rato hasta las ocho de la mañana. El sueño. Cuando no se puebla de fantasmas fríos, el sueño es el alivio. Ah, las verdades de nuestros sueños nos hacen más felices que las verdades de la vigilia y no son, sin embargo, menos verdaderas. En el sueño se suspende la pena. Tal vez por eso es, a veces, deseable la muerte por su parecido con el sueño.
 ¿Y el amor? Un sueño. El repetido sueño de lo lejano.
Me acostaré yo también para soñar, para soñarte un rato, amada mía lejana. Ya habrá tiempo y día para decir lo que decía el pobre Hernández, más lúcido y apenado, por tanto, que ninguno:  -Tanto penar para morirse uno.

Voy a dormir un rato, pues, voy a soñarte. Voy a arrojar de mí esta algarabía que me trapasa la dentadura. Si no m'espertara. Tengo una cansera...

martes, 15 de marzo de 2011

LA MENTIRA (reflexión cínico-melancólica)

¡Menuda hincheta de moralina!

Ahora, como andan en campaña, mucha gente se asoma al periódico para denunciar las mentiras de los candidatos. Pero la mentira se ha revelado como el mecanismo por excelencia para conseguir lo que se quiere, y no veo yo por qué hay que señalarla como inmoral cuando la utilizan los políticos en campaña electoral. Los políticos están más allá del bien y del mal. Parodiando los versos de Machado habría que decir: -“ Cuando dos políticos hablan, es la mentira inocente, se mienten y no se engañan”. Y como el hombre es un animal político, pues eso: nos mienten y nos mentimos pero no nos engañamos. Mintió Bush padre, mintió Bush hijo y mentirá Bush espíritu santo. ¿Y qué? Miente el hijo a la madre y la madre al hijo; el padre, a la madre, al hijo y al abuelo; el alumno al profe; el profesor al Ministerio y el Ministerio, al profesor, al padre y al alumno. Y el Gobierno nos miente a todos. Y en tiempo de elecciones no veo por qué los políticos tendrían que decir la verdad. Buena gana de rasgarse las vestiduras, con el precio que tiene la ropa. ¿Mienten? ¡Muy bien! ¿Y qué? También tienen que besar a todo el mundo y nadie, ni ellos se quejan. (judas se queda chico) ¡Siempre ha sido así y todavía no he visto hundirse el mundo -perdónenme los japoneses-! ¡Y siempre será así! Si el mundo ha de hundirse será por otras razones, porque si la mentira lo socavara, ya habría desaparecido bajo nuestro pies.

De modo que decir que Aznar mintió sobre las armas de destrucción masiva es decir una solemne tontería que es mucho peor que una solemne mentira. Mintió, vale, ¿y qué? ¡Vaya murga! Y, mirado de otro modo, volver una y otra vez sobre las armas de Irak cada vez que se hace declaración de lo malo que es Aznar, es mentir tanto como él, porque lo que se quiere es que la gente sancione a su sucesor. Y si no mintió sobre las armas, sino que las armas existen, la cosa es más grave todavía, porque indicaría que anduvieron lentos y lerdos a la hora de liquidar un régimen que, vete a saber en manos de quién puso esas armas. Así pues, denunciar la mentira es una forma de mentir tan honesta como todas las que hacen labor de zapa (perdóneme José Luis que no hago burla del apellido) y también labor de exaltación de los candidatos. No se sabe por qué, el pueblo piensa que si alguien ha llegado a ser presidente de esto o aquello es porque se trata de un gran hombre sin reparar en que, frecuentemente, el presidente de esto o aquello lo es porque mintió mejor que otros y, muchas veces, no es más que un ganapán, un memo, un canalla, un gilipollas o todo junto: un Rovira.

A la gente le gusta oír mentiras en todas sus formas y estilos: promesas, cotilleos, devaneos, crímenes y confesiones; quien dude de esta manera de ser, asómese a cualquier canal de teleguarrería, que parece que, por su proliferación, tienen gran demanda entre el populo barbaro. La gente es la repera. Ahora que se le pide el voto, votará dirigido por una convicción, un direme o un direte, o porque el candidato le pareció más guapo, más serio, más simpático, pero nunca porque el otro dijo verdad o mentira. ¡Naturaca! ¿Qué importa la verdad o la mentira? Y además, hay en el aire tal nebulosa de información que habría que ser un lince para extraer alguna verdad. Pero no se cansen. Aún diciendo la verdad se puede mentir porque la ciencia de la mentira es llevar al otro al error, la confusión y la ignorancia de lo que está en juego. Recuerdo que hace veinte años, un español que decidió volver de Marruecos donde había vivido y trabajado toda su vida, después de enviar la mudanza, le quedaba el problema difícil de pasar sus ahorros -un millón de dirhams; más o menos quince millones de pesetas-. Ni corto ni perezoso, decidió pasarlo en su propio coche. Nunca le habían preguntado nada en la frontera de Beni Enzar donde ya le conocían, pero ese día, en la frontera marroquí, un experimentado gendarme lo paró y le preguntó: -¿Qué llevas en el maletín? Y el otro impávido, decidió decir la verdad: -Un millón de dirhams. El gendarme se rascó bajo la gorra sebosa y sudada del verano y sonrió ampliamente: -¡Qué gracia tiene la gente! Anda, pasa. Esta tarde te veré en Melilla y me invitas a una copa en el Bristol.

¡Mientan! ¡Mientan los candidatos! No pasa nada. Prometan para no cumplir nada. ¡Qué más da! Pero por Dios, no digan la única verdad que está en el ambiente y que todos conocemos. No digan que el otro candidato es un mentiroso, porque caerán en la paradoja de Epiménides. Ya saben; siendo los políticos mentirosos, si dicen que el otro es un mentiroso, dicen una mentira al decir una verdad y dicen verdad diciendo mentira, con lo cual la confusión va a ser enorme. Y, además, por economía, sean parcos en las mentiras y traten de ser graciosos porque aburre el discurso: “-...Y yo quiero decir, bla, bla, bla...” Y no repitan, hombre, no repitan. Ya sé que la repetición es una forma muy pedagógica de adoctrinar o enseñar, pero es que aburre tanto como los quince misterios del rosario. ¿Se imaginan la cara de la Virgen después de escuchar ciento cincuenta veces la misma cantilena de la boca de una beata o de Zaplana? Pues al pueblo, al desdichado pueblo votante que vive en este valle de lágrimas, ea pues, Pepiño, ea pues, Cospedal, no se lo repitan tantas veces, que no es subnormal, ni tontolculo y suele discriminar con agudeza la mentira. Mientan lo que quieran, pero no pretendan que el bendito pueblo se lo crea y déjenlo con sus misterios doloroso-domésticos. Como me decía un dominicano ¡Favor de no porculizar!