domingo, 24 de febrero de 2013

LA PIEDRA CLAVE



En la gran corte pontificia, siempre habrá un cardenal de duro granito sobre el que edificar la Nueva Iglesia. El papa que se retira al cenobio benedictino XVI a orar, sabía que la moral debe brotar de la fe, de las convicciones y no al revés. De ahí que se le acusara de fundamentalismo y rigidez en tantos grupos católicos “progres”. Parece que estos grupos prefieren adaptar la fe a las costumbres desde principios “indiscutibles” de acción. ¡La evangélica elección entre Marta y María!
En el sintagma “principios indiscutibles” es posible que se asiente un nuevo fundamentalismo moral que quiere una fe a la medida de las nuevas costumbres, tan voluble y cambiante como la moda.
¡Hombre! Pudiera ser que el Espíritu Santo los escuchara y decidiera retirar el don de entendimiento al cónclave dejándole elegir “libremente” una piedra menos dura o un timonel menos sabio/fundamentalista que dirija la nave de Pedro peligrosamente hacia una escollera o hacia mares más procelosos.
Teniendo en cuenta la empanada teológico mental que padezco, pienso que tal vez el Espíritu Santo (dicho esto sin ironía), usaría de piedad para con los católicos de menos discernimiento o de pragmatismo más acusado,  para que acomodando estos su fe a su moral, dirijan sus pasos fuera, donde la fe deje de ser el cielo protector y piedra fundante. Lo que se quiere entre ellos no es un fundador como dice el evangelio sino, alguien que se "adapte a los tiempos" sin saber muy bien qué sean estos. No queda nada que fundar o fundamentar.
¿Sería esta escisión un acto purificador de la Iglesia? ¿Acabaría esto con la eterna discusión de si la fe debe entenderse como acción desprendida del amor, o si el amor y su actividad deben resultar de la claridad de la fe? 
En esta encrucijada mi sabio demonio escéptico me dice al oído que la risa debiera presidir la gran asamblea, ya porque allí puede que nadie sea creyente (tener fe no es lo mismo que hacer actos de fe), ya porque, siendo todos "creyentes" sui generis, acepten el divorcio entre fe y moral y todo siga lo mismo. (Como indicio de incredulidad, póngase el lujo y el boato de la corte vaticana, tan lejanos al ejemplo evangélico).

sábado, 23 de febrero de 2013

Cencerros de la moral


Uno se mueve ufano en los principios morales que mamó de niño, en la casa y en la escuela. Que nadie los toque, que nadie los ponga en duda. ¿Estaría dispuesto a morir por ellos? Si se le preguntara diría que sí… y se sentiría un héroe. En el medio en que vive se le admira por su coherencia y por la certidumbre, que su forma de conducirse da a algunos imitadores. Algo hay de inflexible y desagradable en su conducta, sin embargo. Se irrita aunque reprime el gesto cuando alguien pone sombra de duda en su fidelidad a los imperativos de que presume y, sobre todo, cuando se pone en tela de juicio la solidez y coherencia que los cimientan. El escepticismo es una lupa capaz de mirar a través del alma y desenmascarar lo que de torcido hay en esa “fidelidad”... y eso es molesto. 
Pero hay un caso todavía más sorprendente. El hombre solamente  afirma creer en esos valores. A ese le importa menos que se ataque la solidez de los mismos que la solidez de su fe en ellos. Es el vanidoso de la moral. Suele tener dos rostros como Jano, el dios de la puerta. Uno es su comportamiento hacia dentro, otro su comportamiento hacia fuera. Hacia dentro suspende la crítica, hacia afuera finge con mucha o poca arte. Ese desdoble genera doblez en las dos direcciones; doblez que en algunos casos degenera en desequilibrio mental pero en la mayoría  lo que produce no es más que triste alienación y cinismo estúpido. Si es sorprendido actuando contra su fe, o disimula o sonríe cínicamente, en caso de que conserve cierta lucidez; en otro caso, no solo asume impávido las contradicciones sino que llega a asegurar que es preciso gestionarlas bien, porque en esa “gestión” se encuentra la tranquilidad frente a cualquier situación en que la vida le ponga; ello genera el oxímoron de la paradoja: su fe en los principios es exactamente falta de fe en los mismos. En todo caso no conviene contradecirle porque no percibe lo que sea una contradicción y consiguientemente —como diría Machado—, una cabeza con déficit de pensamiento, puede embestir y no siempre se tiene a mano el capote adecuado para ese toro.

sábado, 9 de febrero de 2013

La adivina


La medium no leía en la bola, leía sus manos, y las encontró viejas y sucias. Es la antigua sabiduría del riguroso examen de conciencia pero, en él, sucede lo que Ortega decía de Castilla al preguntarse por la esencia de España: Castilla hizo a España y Castilla la ha deshecho. Mis manos hicieron mi vida y la perdí con mis manos acariciando bolas de cristal. Esta situación absurda suele evidenciarse al final. Mientras se vive en plenitud, ¿qué me importan los signos escritos de mis manos? Pero frente al enigma del muro, cuando, como dice Quevedo, la muerte, "de tierra el débil muro escala", una mirada a las manos es la búsqueda de un justificación. Ay, entonces es necesario escuchar dentro la voz insobornable: tus manos hicieron la vida que querías y tus manos clavadas a un madero, perdieron la que te esperaba como una hermosa doncella espera al amado de su alma.

jueves, 7 de febrero de 2013

EL SALMO VEINTIUNO



Esperaba en el charco agónico de un pathos de muerte. Pensándolo bien y después de enfrentarse con su propia vida ¿se había ido al huerto a orar o con la débil esperanza de esconderse en la maleza de la colina? El Hombre, como todos, llevaba dentro la contradicción. Su inquietud, el presentimiento ese de la muerte, que se verbaliza con humor en la frase “te quedan pocas”, lo llevó a despertar a sus amigos: -Eh, amigos, vigilad. Pueden venir en cualquier momento y sorprendernos. Y si tenéis sueño poned turnos de vela. ¡Que haya siempre alguien para dar la voz de alarma! ¡Pedro, amigo, vaya un soldado para un Rey,  durmiendo con la espada sobre la barriga!
Entonces el Hijo del Hombre sonreiría lleno de ternura: -¡Ay, Pedro, Pedro. Una espada para enfrentarse a la policía del Imperio!
Bueno, es una interpretación. La actitud de los amigos, (“Hombre, no será para tanto, no seas pesimista”, etc.) les lleva a la tentación de dormir y se duermen, y el desamparo del Hombre crece hasta lo insoportable: miedo, angustia, tristeza, soledad … Vaya unos amigos que tengo. ¿No habéis podido velar una horita de nada?
Es conmovedora la sencillez del texto, pobre de recursos y efectos literarios, frente a la alta estética que desprende la “Apología de Sócrates”; el valor estoico del filósofo que bebe la copa de veneno sin aspavientos, frente a la angustia del Hombre que mira la muerte y la “degusta” imaginativamente en todo su horror, como destrucción… Mi simpatía personal se inclina hacia la figura de Sócrates.
La estética de Sócrates es la que desprende su clara inteligencia de la vida y del último momento de la vida. La de Jesús… Jesús carece de estética. No hablo del pasaje, sino del personaje. El pasaje tiene la estética sencilla del autor y del lugar: un huerto de olivos, higueras y granados; una gran luna llena del viernes de Nisán, la sombra vacilante de los árboles, y la de un hombre solo y angustiado que se entrega finalmente como… ¿Como un cordero?… ¡Claro! Los judíos toman ese día un riquísimo meshui, de ahí la imagen que nos conmueve: el inocente cordero de Abraham sacrificado en lugar del hijo. Basta que un cordero haya lamido tu mano una vez, para saber definitivamente lo que es la inocencia y el crimen. 
Pero volvamos a la figura. No tenía estética Jesús en sentido radical porque era el impulsor de una idea exclusiva: el reino de Dios. Fundaba una religión que no quiere discusión sino aceptación. Todo lo demás…
Sócrates en el huerto de Getsemaní le diría al Hijo del Hombre: -¿Por qué te angustias, amigo? ¿Tanto amabas la vida? La muerte tiene siempre un enigma bondadoso. Si del otro lado no existe nada, entonces ES liberación de los dolores, miserias  y mezquindades que conoces y que la hacen insufrible. Pero si hay un Dios como dices y ese Dios es tu Padre, la muerte es un paso amable a su encuentro y conversación, en un “topos uranós” donde cesarán las paradojas, y la verdad será la luz del mundo… de tu nuevo mundo. De modo, amigo mío que no es hora de angustiarse sino de hacer música o poesía, porque como tú dices, "el que ama la vida la perderá".
Quizá Jesús pudiera contestar: -De acuerdo, querido amigo. Pero si todos los dolores del hombre caen sobre ti, si eres la diana de todas las flechas envenenadas de la injusticia, si el absurdo y la maldad te hubieran puesto cerco ¿qué sentirías? ¿Acaso no sentirías la misma angustia? 
Seguro que Sócrates se quedaría un instante perplejo porque, sobre lo que se puede sentir nadie tiene conocimiento previo, pero enseguida volvería a la carga: -En cuanto a los dolores si son agudos como será en tu caso… ya sabes que no duran gran cosa. ¿Qué son las cinco horas que hay de aquí a la de tercia? Por otra parte, si sufrir la injustica te angustia ¿no sería más atroz haberla cometido? Y en cuanto al absurdo… ¿No te parece divertido y lleno de alegría poner tu inteligencia a trabajar para disolver paradojas, que seguramente proceden de un mal uso del lenguaje? Por eso amigo mío, deja la angustia para otro que no esté al tanto de la verdad.
Y Jesús callaría, pero seguiría angustiado. La inteligencia no lo consuela. Jesús no acepta dictados de la inteligencia como consuelo. Jesús carece de estética. Jesús vive en otras profundidades de las que no es posible salir cuando se ha dado el salto religioso y se cae en el absurdo existencial. Es el gran Quijote de la fe. 
Unas horas después en lo alto de un madero desangrándose y padeciendo la sed más horrible, por probar su propio valor, rechazaría, recordando a Sócrates, la esponja empapada de vinagre y ajenjo o beleño para soportar el dolor sin ayuda, pero luego, antes de caer en el enigma, rezaría el salmo de la angustia. El salmo veintiuno.