domingo, 22 de mayo de 2011

Blablabla

Toda la historia de nuestra cultura está traspasada por el silencio. La razón es que nuestra cultura se ha hecho sobre la escritura por la ventaja de que lo escrito permanece. Al final de la misma, el silencio es estruendoso. Las guerras sin precedente que Nietzsche predijo para el siglo XX trajeron el silencio como resultado. El hombre había traspasado los límites de lo humano, y lo inhumano configuró su rostro. ¿Para qué la palabra y para qué esa memez socorrida de “diálogo” si todos sabemos que el diálogo se ha convertido en charlatanería y chalanería?
Cuando el latín por efecto del aislamiento y lejanía del lugar donde se habla correctamente, evoluciona hasta el punto en que los romanos y la gente “bienhablada” del imperio no lo entiende, aparece la idea de que estamos de nuevo ante Babel que significa confusión. Un pequeño cambio en la palabra babel una metátesis como dicen los lingüistas y tenemos la palabra “bable” El asturiano- leonés se convierte en bable del latín, idioma del que se va diferenciando como “latín confuso, incomprensible”. La misma raíz de babel la encontramos en la palabra griega “bábela” que es nuestro bla, bla y en cierta manera resume el espectáculo deprimente de lo que se llama actualmente “diálogo”.
La retórica que era el arte del bien decir, comenzó muy pronto a ser el arte de bien mentir, para llegar a ser el arte del silencio, el de no decir nada. Ya sabe blablabla.
Claro que el silencio puede ser una insufrible verborrea. Haga un momento abstracción de su realidad y piense en los millones de frases que en ese mismo minuto están cruzándose en el aire merced a las ondas hertzianas. Todo el mundo habla de todo. Usted no puede controlar ningún sentido. Usted ha quedado desposeído de lenguaje, usted es mudo. Tiene suerte si en su familia hay una parcela sanitaria de comunicación. Si es así aprovéchela. Nietzsche decía: no te cases si no estás seguro de poder mantener una conversación con tu esposa toda la vida. Si usted tiene esa suerte, aprovéchela. No pierda un minuto fuera de su conversación porque ese es el espacio reservado al amor. Pero ese espacio está dentro de babel. Si usted sale a la ciudad de babel ya no tendrá ningún control sobre la palabra y su significación.
Ya sé. Me dirá que usted habla con la gente y se entiende con ella. Me dirá que hay gente estupenda y que usted tiene amigos… Ya. Observe mejor y verá cómo los amigos se reducen, con buena suerte, a UN amigo. ¡Si tiene suerte! Pero no es esto lo que quería decirle. Estoy intentando recapacitar sobre el hablar radical: ese hablar en el que usted deposita el alma y deja que esta hable. Ese hablar compromete porque en él va el alma y lleva el sello de la originalidad. Desde que el hombre perdió su rostro humano perdió también el habla. No le extrañe pues, que el cotilleo, la mentira, el juego del engaño, la falta de probidad de juicio, la falta de fidelidad al pacto, el prometer para salir del paso, la cita oportuna que sustituye el propio pensamiento, la frase vacía, el latiguillo y la frase hecha, la repetición de lo que “se dice”, la imitación de lo que se oye en la radio, la tele o el periódico, la frecuencia con que se utiliza el habla del ascensor limitada al tiempo que hace, el tópico, el fútbol o los clichés idiotas sobre religión y política o la conversación lela de la “telenolela” y la defensa o ataque a los famosillos de la tele de los que cuanto más se habla y hablan, menos se sabe… ¡un horror! ¡El horror que nos reserva el vivir de cada día.!
Encienda la radio y verá que la charlatanería banal no da reposo, que las noticias se repiten hasta la náusea.  Que los políticos hablan y hablan para no decir nada y callan cuidadosamente para confundir o (como dicen ellos mismos) echar balones fuera.
Repase la nómina de esa gente de la telebasura que se dice periodista y verá cómo la grosería de las preguntas para encender discusiones, no tiene límite. La zafiedad de la manipulación de la pobre gente que sigue esos programas produce sonrojo. La inmediatez y vulgaridad con que se manipulan los sentimientos de algunos participantes da náusea. Allí se ha sustituido la información veraz o verídica por una asquerosa salsa picante que se supone que le gusta a la gente. Un miserable teatrillo que (aseguran) genera audiencia. Es decir no hay palabra sino palabrería, blablabla y una audiencia que domina ese blabla.
Acuda a la iglesia, que es la transmisora de la Palabra, y la mudez y el silencio no será la condición de la recepción de la Palabra o Verbo hecho carne y alma, sino un discurso ritual y un sermón rutinario que obliga a las “ovejas a sestear” bajo un implacable vacío solar.
 ¿Cuál no será la miseria moral y el vacío interior a que se ha llegado que muchas de las amas de casa encienden la televisión o la radio porque se sienten “acompañadas”? No sigo. No quiero cansarte, lector amable. Pero algo habría que hacer. Quizá volver al silencio para llenarlo de nuestra palabra/pensamiento. Quizá tengamos que replantearnos la vida sobre el hecho de que hay que volver a la palabra y adorarla como lo más sagrado, aquello en lo que todo un dios quiso encarnarse. Quizá haya que cerrar los oídos al blablabla y buscar la conversación que nos devuelve la humanidad a un rostro que cada día tiende a la fijación de rasgos inhumanos. Habíamos llegado a ser una larga conversación y nos hemos convertido en un mudo sepulcro de la palabra.
Me he puesto grave. ¡Socorro! Tengo miedo de que descubras que soy un imbécil.

martes, 3 de mayo de 2011

Tatuaje

En el principio fue la escritura. Los biólogos dicen que se trata de una escritura bioquímica, pero escritura es.  Somos una tabula rasa, una limpia pizarra en la que la vida se irá escribiendo. El presente no es otra cosa que la punta del stilum latino; el presente es como el punto de articulación de las vocales y consonantes cuyo automatismo no nos deja ser conscientes de los sonidos. Los traspiés de niño, los azotes justos e injustos, los besos y los gritos, la ternura y el despego, la atención y la indiferencia, la exigencia amable y la brutalidad sufrida o presenciada, la belleza y la fealdad, el descubrimiento del amor, el dolor y la muerte, todo queda registrado en nuestro… ¿dónde? Pequeñas cicatrices, engramas de experiencias inolvidables: miradas en la penumbra, besos apenas rozados, palabras de afecto o desprecio, humillaciones, alegrías y tristezas … etc. todo ha dejado en el alma una marca, un tatuaje, que las hace imborrables. Recordemos que, por otra parte, los libros utilizaron durante siglos el pergamino y la vitela como soporte de la escritura. Nuestra vitela, “la piel del alma” está tatuada desde antes de nacer, desde esas cálidas sensaciones acuáticas olvidadas, con un corazón latiendo tan cerca, llenando de promesas nuestra ingrávida presencia; escuchando palabras de amor y gozos tiernos de la madre, hasta el momento de la catástrofe del nacimiento, nuestra alma recibe señales, marcas, dibujos secretos que sólo nosotros somos capaces de dar forma en el lenguaje. Quizá la vida sea un libro; quizá no seamos más que mensajes encriptados que viajan por la galaxia; neuronas de un gran cerebro inmenso que se llena de información, quiere autoconciencia, y viaja eternamente por espacio-tiempo. Seguramente vivir no sea otra cosa que nuestra forma de desencriptar ese idioma secreto que somos en monólogos o diálogos. Cuando el último empujón de nuestra madre y el tirón de la comadrona nos arrojan fuera, al deslumbramiento de la luz y la "libertad" el proceso de escritura sigue; sigue el tatuaje. Venimos de una caverna y terminamos en una caverna cerrada donde la lápida es la tesela clasificatoria en que se escribe la signatura que nos asigna estantería, y el registro, el número de entrada en la biblioteca.