sábado, 21 de enero de 2012

El verso de Antonio González-Guerrero.

Allí, donde la vida se detiene y toma carácter definitivo, allí donde el ritmo saca a empellones la relatividad de la vida cotidiana y aparece la forma prevista de la verdad, allí donde cesa la dialéctica vida/Vida, donde la Vida adquiere la perfección soñada y el pensamiento se solidifica en la forma perfecta que tendrá en el mundo platónico de las ideas, allí aparece el poeta.
Ya va para ocho años que falta entre nosotros y, sin embargo, -lo que permanece lo fundan los poetas- la muerte no sólo no ha abolido su figura sino que la ha fijado definitivamente en la perfección de líneas que emanan sus  versos. Así sus libros de poemas dan fe de vida justo cuando las veladuras de la muerte nos impiden verlo y conversar con él. El verso sigue siendo su rodela y la armadura de su existencia. En él, esquiva los golpes, las estocadas, los hachazos de lo cotidiano. En él, encuentra vendajes para las heridas, calmantes para los dolores que brotan de su propia naturaleza o de las agresiones externas. Y cuando la vida logra asestar el golpe mortal, el poeta sangra por la herida pero transforma la hemorragia en una sonrisa mitad triste, mitad heroica. Y la herida mana versos valientes, decididos, con el sello de la transgresión moral en la almendra de la atrevida selección léxica. Sabiendo que perderá la batalla, a ratos disimula la certidumbre de su muerte en el disfraz de la sonrisa hipocondríaca y se aferra al verso como el deber de dejar un trabajo bien hecho, en brega desesperada con la perfección armónica, pues sólo la perfección justifica la vida. No hay entrega sino decisión segura: coge el camino que quieras, oh, Destino, que yo te seguiré.
Cierto que no hay escapatoria, y el poeta lo sabe, pero quizá por eso, el verso como una barco seguro de su rumbo, marca el camino que debe abrir la proa y dejar en la popa una bellísima estela fugaz de esmeraldas y delfines: es la poesía de Antonio.
La forma recibida, la cómoda forma heredada que podría convertirse en elemento momificador de la idea –si se nos permitiera esta vieja dicotomía-, es recibida con júbilo y con veneración absolutos como el sacerdote recibe la ofrenda para el sacrificio, pues el sacrificio da algunas certidumbres que la vida real parece negar. La fórmula endecasilábica garcilasiana perfecta, la preferida, vuelve a ser el camino, el cauce por el que  la  Vida discurre serenamente en su superficie. Pero bajo la precisión rítmica de la superficie el río arrastra los posos turbios que dejan las tormentas vitales y todo lo que de amenazador tienen las tormentas: exultante o depresivo, el brillo externo del verso mantiene en su ritmo acentual y en la cuidadosa selección fonética una cierta impasibilidad tonal muy en contraste con los turbios fondos que la corriente arrastra. El ritmo mantiene distante la mirada del poeta para asegurar la verdad de lo que sus ojos registran.
En ocasiones, el verso limpio, exacto y claro, ata la belleza floral de la ofrenda enamorada o suaviza las esquinas, lima las asperezas y disonancias morales que podrían alterar la calma y el gozo sensual de lectores menos dispuestos a comprender la belleza luzbelmente transgresora.
Nulla stetica sine ética. Puede que lectores menos atrevidos, lectores con una escala de valores menos flexible sientan el calambre moral y rechacen una estética que quiere recolocarlos o que sencillamente propone otros valores. La transgresión ética no es categoría del arte desde luego, pero el arte no puede olvidar ningún sector del alma que quiere expresión. El cuerpo humano es una prodigiosa caja de resonancia y el poeta no quiere olvidar esos registros eróticos que atesoran su música como el arpa del salón oscuro.
También este poeta apareció con la marca romántica de la nostalgia cuando ya la nostalgia no podría ser definida como añoranza de una patria, pues la palabra patria se había vaciado en el cínico griterío político nazi o soviético, en la devastadora propaganda americana y en la ingenua propaganda franquista. Es verdad que quedan destellos románticos en el discurso heideggeriano y su reflexión sobre la tierra y lo abarcador, sobre el individuo solitario y libre, pero la palabra nostalgia tenía que encontrar su sitio en el discurso poético.
La nostalgia aparece en este poeta de forma espasmódica.
 No es infrecuente el poema en que el yo reclama, un poco, un poquito de ternura, un adarme de compasión; y la frustración suele tomar el tono desolado de un pequeño paraíso recién perdido. Se trata de una nostalgia repentina pero consciente de que la pérdida es definitiva y el ángel de la espada ardiente guarda la puerta. Por lo demás, la nostalgia pone de nuevo en evidencia el contraste entre la vida y la Vida. No se trata nunca de un juego sino de subrayar el momento en que la Vida pierde su ingravidez arcangélica para mostrar el rostro embadurnado por el barro del absurdo. Ese momento que parece poner en duda la axiología sobre la que se sustenta la Vida y una voz secreta dice, no olvides que eres hombre y nada humano te es ajeno. Repara cómo a la estancia en que trabajas, llegan los sonidos familiares, domésticos, las voces de los niños, la puerta que se abre y el olor tierno de la comida que tu hermana prepara. Ah, los versos no nacen en el vacío de la paloma kantiana, ni en las alturas abiertas, aéreas, ni en la ingravidez de las nubes. La patria ha dejado de ser aquello por lo que es dulce y honorable morir para ser la habitación desde la que se escucha la voz de los niños, sus sobrinos y el trastear de la hermana en la cocina de la que sale el olor de la comida familiar.  La nostalgia puede ser una queja apenas musitada, una queja suavizada por el pudor ante un impulso primaveral.
y yo vivo al adamo de tu lumbre
y en mi pecho es abril, y tengo frío.
Y la nostalgia toma muchas veces la forma del idilio, una forma delicadísima a la que, la exactitud del verso impide la caída  en el ternurismo o en el mediterráneo de los sentimientos banales de la adolescencia. Todo es enormemente sencillo y sin embargo trabajado por una cuidadosa mano de orfebre. La perfección y la sencillez del verso hacen olvidar el arduo trabajo de selección léxica, acentual y silábica. ¡Es tan claro y tan sencillo el verso! ¡Dice tan fácilmente lo que dice, que parece, como la lluvia, regalo gratuito de las nubes! Por eso sus versos no sufren la envidia de otro poetas, porque cualquier poeta cree que es capaz de hacerlos también y tan bien.

Con frecuencia, la vida impone sus reglas y el poeta revuelve los posos del alma y de su fondo turbio brota una rara música que evoca aquel paraíso. El contraste es mayor y la nostalgia se transforma en herida existencial cuando súbitamente surge la menesterosidad. Entonces el ritmo, la medida, el acento suavizan las aristas, atenúan las luces y apagan dulcemente los colores. No son infrecuentes esos momentos de carencias pero el verso los resuelve donosamente. Necesito unas manos, una piel, el contacto estrecho de la belleza carnal, te necesito amor peligroso, tibieza hermosa de unos senos donde apoyar esta dolorida cabeza de alabastro. Y sin embargo el alma de Quevedo y su agria nostalgia aparecen tiernamente suavizadas

Recíbeme en el polvo y la ceniza
y en la llama candeal de los cerezos,
hazme nido de luz junto a tu ausencia
de desdén y rencor donde enterrarme.

Pero esa misma necesidad habla de la nostalgia de un amor arquetípico, que la Vida reclama y la vida niega con rotundidad. Nuevos significados ha cargado la palabra hombre. Se trata de la nostalgia de un hombre que la realidad niega, de un hombre que había quedado perdido en los gases de las trincheras de la primera guerra y que se perdió definitivamente unos años antes de que el poeta naciera, en los campos de exterminio nazis o en los gulag soviéticos o en las cenizas atómicas de las dos ciudades japonesas. Lo que del Hombre queda después de aquello, no puede ser objeto de poesía sino de la televisión, el consumo y todas las formas de demencia, desde el absurdo que escenifica S. Beckett a la estupidización de las masas y la insania del rap y la publicidad televisiva. Por eso el camino del poeta es salir al encuentro del hombre y devolverle a la heredad del padre.

viernes, 20 de enero de 2012

Los Músicos de la Primavera


Hay días en que el invierno, de heladas barbas, se manifiesta con una crueldad especial. La escarcha blanquea los prados y salir a la calle sin un sombrero es recibir en la pobre calva que los años le regalan a uno, la perdigonada de la inmisericordia. Pasado san Valentín hay algunos días primaverales ya, casi como al descuido. Hay un airecillo fresco pero no crudo. La navaja esconde su filo. Pero esta entradilla, querría que fuese homenaje nostálgico a los músicos de la primavera. Antes que apareciera la primera golondrina, antes de que algún viejo distraído dijera aliviado, “ya ha vuelto la golondrina”, aparecían ellos. Eran cuatro gitanos llenos de humor y de fe. Eran cuatro: el de la trompeta de rostro cetrino y mejillas hinchadas,  el del tamboril que lo aporreaba fieramente, la niña que pedía premio dinerario por el espectáculo, y ella: la cabra, una especie de piyayo barbudo girando con la precisión de un reloj suizo, sobre un minúsculo cilindro de madera. Era la melodía entre  inocente y pícara de un pasodoble. Ya algunas comadres sacudían las alfombras por las ventanas y contemplaban divertidas el espectáculo.
La última mañana en que los vi está lejana. Me he ido a vivir al campo y esa preciosa profecía urbana de la primavera me queda lejos. Aquel día, como quien repentinamente encuentra sentido a la vida me asomé a la ventana, y allí estaba el grupito. ¿Los convocaría quizá un destino ineludible? No lo sé pero satisfacían un deseo no consciente. Era ya la primavera y yo no me había percatado. Aquella trompeta y aquel tamboril me dijeron con más certeza que la las flores de los ciruelos japoneses, que la primavera (y estábamos en febrero)  acaba de instalarse en el aire frío de la mañana. ¿Cuántos años tendría la cabra?
El sol caía oblicuo sobre su lomo erizado y sus ojos brillantes estaban concentrados en la infinita seriedad de dar vueltas sobre un fino tronco de madera. Los dos músicos vestían de forma estrafalaria de acuerdo con su profesión de músicos y hombres del espectáculo. El trompetista llevaba una levita negra y una pajarita en el sucio cuello de su camisa. El tamborilero llevaba, debajo de un gran blusón gris de corta manga, un jersey azul roto por el codo. Completaba el grupo una niña despelufada y vestida de colorines, que pedía dinero a los viandantes mostrando el negro fondo de un gran sombrero de copa.
Bajé de mi apartamento para ver el espectáculo más de cerca. Los músicos me hicieron un saludo con la cabeza sin dejar de tocar. Pronto aparecieron unos cuantos niños que se encaminaban al colegio. Luego un cura que se quedó boquiabierto, y por fin, unas chicas de servicio que se quedaron prendidas en la magia de la música y el espectáculo. Los músicos atronaban la plazuela en forma de U del inmueble y eran muchas las comadres que se asomaban a las ventanas para verlo... ¡Ah, el espectáculo gratuito! La niña se acercó a mí con su gran sombrero y lo agitó un instante haciendo sonar la calderilla.
Cuando deposité mis monedas, toda la naturaleza se me reveló santa en los sones estridentes de la trompeta, en el ingenuo aporrear del tamboril, en los labios azulados de la niña, pero sobre todo en la melancolía barbuda de la cabra y en la dulzura de sus ojos pensativos de científico judío concentrado en su trabajo creador. ¡Benditos seáis deseados músicos maravillosos de mi infancia que cada año me traéis el alegre soplo de la primavera! ¡Bendito tú, sabio animal que giras eternamente sobre tu palo con los ojos perdidos en el horizonte infinito de tu soledad! ¡Bendito, dulce rostro semita de estoica mirada, girando eternamente al contemplar el mundo! ¡Bendita sea vuestra puntualidad! Vosotros traéis el tiempo fresco todavía, pero lleno de esperanzas. En los colores chillones de un pasodoble desafinado, me regaláis el secreto del mundo que yo no alcanzo a columbrar. Volved, volved siempre. 

martes, 17 de enero de 2012

Palabras tristes para Grecia



Estamos pagando una deuda que nunca contrajimos, un bienestar que nunca tuvimos. Pero han dicho que somos perezosos, porque nuestro trabajo no rinde suficiente dinero a la avaricia. Nos llaman vagos y aseguran que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, pero nunca hemos tenido posibilidades para vivir por encima. Parece ser que somos como los zánganos de la colmena europea, que nos apoderamos del alimento de la miel que otros han libado trabajosamente, pero hemos trabajado penosamente para terminar llevándonos un mísero mendrugo de pan a la boca. Y hemos de decir a nuestros hijos que no se coman el escaso panecito amargo que les damos para ir al colegio, que no se lo coman todo.

Ipomoni. Paciencia. Nuestra casa es pobre, pero nuestra puerta está abierta para todo el que pase. Compartiremos con él la sombra, el pan de nuestros hijos y un vasito de agua fresca y con suerte, una copita de ouzo de Lefteris. Parece ser que se lo debemos todo a Europa y sin embargo nuestros maestros nos enseñaron desde antiguo que Europa nos lo debe todo hasta sus cimientos.
Ipomoni. Paciencia. Los hijos a veces, tienen la crueldad de apalear a su propia madre: -Nos lo debes todo, desgraciada. Tienes que pagar la lavadora que te trajimos de Alemania, el coche que te enviamos de Francia… nos lo debes todo. Ya no necesitas viajar en burro, ahora tienes trenes y aviones, pero hay que pagarlos. ¡Que no los necesitabas? Ya, pero has estado disfrutándolos. Te dimos dinero para que hicieras el transporte subterráneo. Sólo te pedimos hacerlo nosotros, ser tus jornaleros, que nos compraras la tecnología y que nos devolvieras el dinero con sus intereses. Sólo pedíamos eso pero tú has despilfarrado todo y te has dedicado a cantar como las cigarras y a bailar sirtaki.
-Si, sí, sí. Os pagaremos hasta los sobornos con que nos habéis corrompido, os pagaremos la buena vida de los de siempre. Os lo devolveremos todo. Pero dejadnos con nuestro dolor, nuestra pobreza. Dejad que disfrutemos solos de nuestra lengua; y la belleza desgarrada de nuestra canción.
Se ríen y aseguran que no valemos para el trabajo; que nuestras manos son débiles; que, por desgracia, nos hemos convertido en mendigos de Europa. Somos muy pocos para haber gastado tanto dinero como dicen que debemos, somos pocos y pobres. Nunca hemos visto un euro que no saliera de nuestro bolsillo miserable, así que tendremos que enumerar una por una las horas de nuestro trabajo y el dolor de una vida sin horizontes. Esto sí que lo sabemos desde la turcocracia y desde la cuna.
Europa, nuestra Evropi, ha pervertido el lenguaje y a los ladrones les llama "mercados", pero sabemos que el ágora europeo, siempre estuvo lleno de amigos de lo ajeno.
                   La casa griega. La canción de la conciencia desgarrada. Vivimos en la pobreza pero los expertos dicen que vivimos por encima de nuestras posibilidades. Nos liberamos de la opresión turca y contuvimos la fuerza nazi del máuser, pero parece muy difícil que nos liberemos de la opresión de Europa que nos debe hasta el nombre. 
Paraponemena logia. Tristísimas palabras. Así lo canta el pueblo griego. Me pregunto cómo su canción ha penetrado en la esencia misma de su vida. Escucha esas palabras, amigo como si fueran una oración, una queja de tu propia madre. Las canta el pueblo y Yorgos Ntalaras no hace más que apoyarlas. Yo te las pongo en griego porque es donde más tristes suenan, en la certeza del aislamiento y la incomunicación. Perdona, amigo mío, que vuelva sobre Grecia. Un buen hijo no puede olvidar a su madre, ni la penuria a la que la ha reducido la canalla. ¡Rescatar a Grecia! Menuda ironía. Rescatarla de la opresión de la avaricia y la brutalidad. Sin ella, andaríamos todavía nadando en la barbarie. Te pongo en castellano su canción y te pongo abajo el poema y el link para que puedas oír su "verdad".
En los duros bancos de la necesidad y en la pobreza de la escuela, aprendimos la vida común y el antiguo dolor. Las más tristes palabras tienen nuestras canciones porque la injusticia la estamos padeciendo desde la misma cuna. Nuestro vagar por el mundo se reduce a un solar de unos diez metros; lo que ocupa una casa y cierra el muro de un patio. Las más tristes palabras tienen nuestras canciones porque la injusticia la estamos viviendo desde la misma cuna. 
Anda amigo. Si sabes un poco de griego canta con ellos y si no, escúchalos. La letra es de Manos Eleftherios y la música de Yannis Markopoulos. La canción no es de ayer, ni mucho menos:
Στης ανάγκης τα θρανία / και στης φτώχειας το σχολειό
 / μάθαμε την κοινωνία / και τον πόνο τον παλιό
/ Παραπονεμένα λόγια 
/ έχουν τα τραγούδια μας  
/ γιατί τ' άδικο το ζούμε 
/ μέσα από την κούνια μας / Το σεργιάνι μας στον κόσμο / ήταν δέκα μέτρα γης / όσο πιάνει ένα σπίτι
 / και ο τοίχος μιας αυλής 
/ Παραπονεμένα λόγια 
/ έχουν τα τραγούδια / μας
γιατί τ' άδικο το ζούμε / μέσα από την κούνια μας.

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lunes, 16 de enero de 2012

HOMBRES SOLOS

http://www.youtube.com/watch?v=Pz-M_EPF_yM&feature=related

Υπάρχουν άνθρωποι που ζουν μονάχοι
σαν το ξεχασμένο στάχυ
ο κόσμος γύρω άδειος κάμπος
κι αυτοί στης μοναξιάς το θάμπος
σαν το ξεχασμένο στάχυ
άνθρωποι μονάχοι

Υπάρχουν άνθρωποι που ζουν μονάχοι
όπως του πελάγου οι βράχοι
ο κόσμος θάλασσα που απλώνει
κι αυτοί σκυφτοί βουβοί και μόνοι
ανεμοδαρμένοι βράχοι
άνθρωποι μονάχοι

Άνθρωποι μονάχοι σαν ξερόκλαδα σπασμένα
σαν ξωκλήσια ερημωμένα, ξεχασμένα,
άνθρωποι μονάχοι σαν ξερόκλαδα σπασμένα
σαν ξωκλήσια ερημωμένα, σαν εσένα, σαν εμένα...


Hay hombres que viven solos
Como una espiga olvidada
El mundo entorno es un campo vacío.
Y ellos, en su borrosa soledad
Como una espiga olvidada.
Hombres solos.

Hay hombres que viven solos
Como las rocas  de la mar
El mundo entorno es un mar extendido
Y ellos, doblados, mudos y solos.
Rocas azotadas por el viento.
Hombres solos.

Hombres solos como secas ramas esparcidas
Como ermitas solitarias, olvidadas,
Hombres solos como tú, como yo...


No sé por qué tengo esta pasión por la canción griega. A lo mejor, mi querido lector, te estoy dando una tabarra sostenida pero no sostenible (por usar el adjetivo preferido de la jerga política actual que encierra la tontería sostenible y sostenida). Lo mejor que tiene un blog es la facilidad con que, con un clic, se dice adiós a
la pesadez,
la sandez,
la brillantez
y toda hez
que pulula por la red.
No sé. Si quieres, dale clic en este punto y me abandonas con mi griego, más pobre cada día y cada vez más dependiente de su historia. Además, como la imbecilidad política ha dicho tantas veces lo de que nosotros no somos Grecia(¡qué más quisiéramos!), pues eso: un clic de ratón, salir y a tomar por la Prima de Riesgo.

Esta canción tiene una letra tan delicada que (también por eso me gusta) tiene que molestar por fuerza a esas bobonas sedicentes feministas que en cuanto abres la boca ya te colgaron el sanmachista de los ovarios.

Lo que quiero decir amigo es que estos versos de Kalamitsis encontraron su sitio natural y la plenitud de su melancolía en la música de Yannis Spanos  y ésta en la voz virginal, sensitiva y transparente, grave a veces, y a veces desgarrada de Haris Alexiou (o sea, Caridad la hija de Alexis, un campesino de Tebas. ¡Tebas! Seguro que -pues eres hombre culto- ese nombre te trae a la memoria la figura doblada del viejo Edipo, el viejo adivino Tiresias y la maldición de soledad que cae sobre el incesto). 


La canción está editada en un CD precioso que lleva por nombre, Yurisontas ton Kosmo que te recomiendo. (¡Cómpralo si puedes, hombre. Yo lo compré hace años!)
Haris o, en diminutivo afectivo Harula, tiene la voz y la mirada más dulces que la mirada y la voz fatales de Irene Papas y en esta canción parece que sus ojos penetraron en la almendra vital de tantos hombres solos, (atención, no solitarios que implica decisión personal sino solos). La voz constata la soledad del hombre, de tantos hombres que por fin, una mujer mira con ternura porque la soledad en el hombre tiene algo de estremecedor vacío, de abismo amenazador. Hombres-espigas olvidadas, hombres, doblados, mudos-rocas marinas que el viento azota, hombres-secas ramas esparcidas en el bosque, ermitas solitarias…
Todo cerrado y constatado y sellado volviendo la mirada del individuo a su intimidad: “solos como tú y como yo”, que es la imagen de la soledad más comprensible porque es experiencia personal de cada cual. Por ello en el último verso, la voz se retarda, se aquieta meditativamente en la comparación más exacta… Y parece decir: ya sabes a qué me refiero… a la soledad que tú y yo conocemos tan bien. Una soledad como la tuya, como la mía.
Verdaderamente los versos de Yannis Kalamitis tienen una rara fuerza evocadora, pero, escucha, escúchalos en la música y la voz de Alexiou. Y ten cuidado no te enamores de esa bella mujer, como me ha pasado a mí. Arriba tienes el enlace de la Haroula, pero compra su disco.

domingo, 15 de enero de 2012

Prenatal

…No habla Otto Rank de la mortalidad infantil invisible que hoy, en el Primer Mundo, es más elevada que la visible del Tercer Mundo. P. Sloterdijk
Bum, bum, bum. Hablara de delicia pero allí no había voz ni palabras. Y a cada zumbido, -bum - acompañaba el siseo de un líquido que escapa por una gran tubería y se dispersa y luego le alcanza a él llenándolo de una rara emoción. Flota. Por encima de su cabeza está el misterio de aquel sonido que tiene diversos ritmos pero se mantiene en uno durante largas horas en que la caverna permanece en reposo. Tiene doblados los brazos, tiene encogidas las piernas. Hecho una bolita está más seguro frente a cualquier choque repentino contra las pareces. Pero está encogido en torno a un punto central de la esfera: el corazón. Siente que ese centro es el centro del mundo. De vez e cuando se roza con una soga viscosa y tiene sumo cuidado en que sus giros no enrollen aquella cuerda a su cuello.
A veces choca con una pared blanda y golpea con sus pies en ella para volver al centro. –Ja, ja, será futbolista- dicen, pero él ríe porque aunque no entiende, ha comprendido la alegría que hay fuera, la alegría de un estar-fuera y quizá, que él es la causa de esa alegría.  Escucha voces al otro lado de las paredes de su estrecho recinto y a veces escucha melodías y la caverna entera se mueve rítmicamente y él se coloca en el centro y danza suavemente al compás. Son momentos de indescriptible alegría. Tiene un recuerdo extraño que le emociona. El instante en que empezó a sonar en el centro de su cuerpo el eco minúsculo de aquel latido que se escucha con fuerza por encima de su cabeza. Una cosita en su propio centro, empezó a sonar bum, bum, bum. Sonaba más rápido que el otro formidable, pero igual de compasado. También notó que el  bum, bum se alteraba a veces cuando sonaban fuera ruidos, voces de cólera o palabras de amor. Que nunca olvide el momento en que apareció ese sonido en mí. Lo llamaré “centro del amor”. Fuera de la caverna, ¿sabría alguien cuánto amaba ya sin conocerla a quien lo llevaba suspendido en aquel líquido protector que impedía que se golpeara contra las paredes? Conoció entonces la certeza y la felicidad ingrávidas, que parecían hermanas y las guardó como un tesoro en aquel bum, bum de su centro de amor.  Y luego estaba la presión sosegada que viene de arriba. Es rítmica también: se encoge la caverna, se expande la caverna. Baja el cielo, sube el cielo. Sabe que se prepara su salida del paraíso.
 Sabe que vivir es estar en el centro de aquel río. Sabe que ocurrirá un día el cataclismo, que el agua del río se irá y él quedará en la orilla, que un día se caerá en el “afuera”, donde la luz todo lo confunde, pero jura que se llevará la felicidad primera de la vida ingrávida, la que no pesa y que siempre guardará el amor de aquella cálida caverna. Ahora se está tan bien flotando en el agua original, primera...  
Pero ha escuchado, allá afuera, una palabra que no entiende, porque no entiende las palabras, pero sabe la emoción que traducen. Interrupción. Como si todo se encogiera, como si repentinamente “el afuera” fuera una ilusión vana, ha dado una vuelta sobre sí mismo, sobre su centro y ya tiene miedo de la luz. Sabía que iba a producirse una catástrofe, que caería a lo abierto, a la claridad y desde el comienzo sintió la fascinación de aquél tubo, el agujero por el que, en angustioso estrujón, tenía que pasar para gozar de la luz. ¿Gozar? Ahora comprendía que el amor quería cerrar la salida hacia la luz. Que aquello que sonaba bum, bum, bum por encima de su cabeza era un mecanismo que le había dado toda la felicidad que podía darle: la ingravidez; pero quería evitarle la amarga luz de la mañana. Interrupción llevaba consigo una sensación horrible pero salía de aquel gran "centro de amor" que sonaba por encima de su cabeza y de allí no podía salir nada que le diera miedo. Su latir se hizo más tranquilo, más sereno. Aquella emoción placentera no era del amor a la luz. No. No saldría nunca. Había aprendido repentinamente el dolor del “afuera” y no quería aprender el llanto. Aquel sonido cálido que venía del cielo, había aclarado el gran secreto: lo mejor es no nacer, no ser expulsado del paraíso de sensaciones maravillosas, donde no existía tiempo para el dolor y la angustia de la luz en cualquiera de sus formas. ¿Quién desea la luz? Sólo un poquito de calor, lo que dure. Y entonces, empezó a estar pendiente del momento en que aquel bum, bum que venía del cielo, dejase de sonar y la luz dejara de ser una amenaza. No tenía palabras pero en el centro de su ser, donde sonaba el eco del gran latido, apareció una emoción nueva y triste: agradecimiento. El “centro del amor” en que había aparecido aquella emoción que le llenó de felicidad, se encogió, se hundió en la sombra y ya no importaba lo que sucediera. Todo podía pararse, o continuar. No importaba.  Ahora le llenaba de horror la caída en la luz, el deslumbramiento. Sintió que sus manos se cerraban en unos minúsculos puños durísimos.

miércoles, 11 de enero de 2012

O καημός


Eίναι μεγάλος ο γιαλός
είναι μακρύ το κύμα
είναι μεγάλος ο καημός
κι είναι πικρό το κρίμα

Ποτάμι μέσα μου πικρό
το αίμα της πληγής σου
κι από το αίμα πιο πικρό
στο στόμα το φιλί σου

Δεν ξέρεις τι ναι παγωνιά
βραδιά χωρίς φεγγάρι
να μη γνωρίζεις ποια στιγμή
ο πόνος θα σε πάρει

Ποτάμι μέσα μου πικρό
το αίμα της πληγής σου
κι από το αίμα πιο πικρό
στο στόμα το φιλί σου

La tristeza
Es grande la costa
y está lejana la ola
Es grande el dolor
Y amarga la pena.

Dentro de mí, un río amargo
es la sangre de la herida que me hiciste
pero más amargos que la sangre
han sido tus besos en mi boca.

No sabes lo que es la frialdad,
las noches sin luna,
¡Y que no llegues a conocer
el instante en que te atrapará la tristeza!...

Dentro de mí, un río amargo
es la sangre de la herida que me hiciste
pero más amargos que la sangre
han sido tus besos en mi boca.


He aquí una bellísima Canción de Mikis Theodorakis.
No conozco más que dos poetas que recitaban bien sus propios versos. Dámaso Alonso y Antonio González-Guerrero. Con Theodorákis interpretándola pasa lo mismo que con la mayoría de los poetas recitando sus versos: que es un desastre. Pero la canción no pierde belleza poética y musical. Iva Zanichi hizo una interpretación memorable de la canción muy bien traducida al italiano; y hace unos años, hizo también una bella interpretación Dulce Pontes con Giorgos Ntalaras. La han interpretado y la interpretan cientos de cantantes. Algunos clásicos como Bithicotsis, extraordinarios… pero a mí la que me seduce es la interpretación de María Faranduri, como también le sedujo a Thodorakis. Esa cantante menuda, colaboradora asidua con el compositor tanto en su vida musical como política, tiene un precioso timbre de voz que verdaderamente conmueve. Si encuentras su versión discográfica antigua, disfrutarás de esa voz sin el estorbo que a veces, genera un vídeo. Si no, en You Toube, pica el nombre de la canción añadiendo el de Theodorakis y seguro que la encontrarás enseguida.

Mi esposa me ha ayudado en la traducción, nada fácil, para que el idioma no sea escollo. Te diría, si no fuera inmodestia, que la traducción es buena y que sólo tiene alguna licencia para respetar el sentido que creo que tiene el verso griego.

Disfrútala, amigo, y concéntrate en ideas que tienen resabios de Quevedo… en el viejo tema del río y el amor amor fracasado. Hoy no quiero entretenerte con nada más que con este capricho. Anda.

Hincheta


Fui al Ayuntamiento y lo encontré cambiado.
Ya sé que el pueblo ha crecido. Ya sé que si crece tengo que pagar más y que si disminuye tengo que pagar más. Lo uno, porque si crece, las necesidades aumentan y lo otro, porque los ingresos disminuyen. Pues bien. El Ayuntamiento  estaba vacío pero lleno. Quiero decir que no había ciudadano que gritara, reclamara educadamente o se mantuviera silencioso y cabreado. Persone! Nobody. (Mierda que no sé en que hablo y ganas me dan de convertirme al catalanismo, no más por avergonzar a Montilla chapurreando un catalán infecto pero mejor que el suyo). Sin embargo, ¡oh, milagro! La gran sala estaba llena. En dos legislaturas y como cada edil coloca los suyos, los ayuntamientos que jamás despiden se llenan.
Me habían mandado al buzón un aviso de carta con toda la pinta de ser una notificación de multa -el Ayuntamiento o manda notas de recaudación o revistillas de cuché (que las pague de su bolsillo el cabrón) para alabanza y gloria del alcalde y sus obras-. (¡Por sus obras los conoceréis! ¡Cuánta más obra, más cuerno y más saca!)
Y ahí comienza un peregrinaje duro:
-Tengo una notificación que no he podido recoger en correos: ¿me querrían decir si hay alguna multa impagada? Había tres chicas en el mostrador que acudieron solícitas.
-Verá es que nosotras somos de servicios sociales. ¿No sabe de qué es la notificación?
-No sé pero tiene pinta de multa de los aguerridos polis de esta casa.
-Ah, pues la que lleva eso está de vacaciones…
-¿Ah, o sea que no están todos los que son? –pregunté asombrado. –
No. Hay unos cuantos de vacaciones. ¡Pregunte a aquel chico que está en aquella mesa!
El chico que se estaba comiendo el bocadillo in situ por miedo a perder el puesto en un ERE intempestivo, me dijo limpiándose los morros con un pañuelito, farfullando con la boca llena:
-Perdone. ¿En qué puedo ayudarle? Era educado el chico y tenía encendido el ordenador.

–Pues vera… Y le expliqué mi problema. Lo siento mucho pero mi compañera es la que lleva eso y está de parto… Cuando vuelva… Pregunte en aquella otra mesa a ver si le pueden ayudar.
 Allá me fui a exponer mi lacrimosa querella. La chica me miró atentamente. Tenía el ordenador encendido y el periódico medio abierto al lado:
 –…Claro, es que si no sabe de que departamento procedía… Este es el departamento de juventud… La tía dijo esto con recochineo porque sin duda adivinó mis años.
–Verdaderamente es difícil… Mire a ver si… Marina –dijo levantando la voz. ¿Puedes atender a este señor?
Fui hasta la mesa de Marina ti voglio al più presto sposare.
-¡Dígame! Era guapa la cría y dudé de que pudiera atenderme…
-Este es el departamento de la mujer –me dijo abroquelándose tras el título.
-No es posible sin datos saber qué notificación es esa. Pero sí. Tiene pinta de multa. ¿Loli puedes tú atender a este señor? Loliii…
Loli la de deporte, festejos y cachondeos  varios no estaba, había salido al café. Y para que se viera que su ausencia era momentánea había dejado el ordenador encendido y el periódico abierto sobre la mesa.
-Si quiere esperar un poco… Me hubiera quedado un ratito no más por mirar aquella sílfide “edílica”.
–Es que ando con un poco de prisa, porque mi mujer se ha quedado en el coche al sol y a lo mejor la encuentro convertida carbón.
–Ya… Pues mire vaya a aquel otro mostrador a ver si allí le pueden ayudar. En el otro mostrador  había un señor de los de antes:
 –Este es de los míos! –pensé.
Bigotito compensador de calva, regordete y con cara de mala uva de esas con la que algunos intentan disimular la poca educación. Le faltaba un diente delantero y también faltaban los manguitos, pero se conoce que ya no los necesitaba porque en su mesa había un ordenador apagado. Me acerqué y antes de abrir la boca me ladró: -Esto es el mostrador de maltrato a las mujeres.
–¿Las maltrata usted mismo?  -iba a preguntar, pero me contuve.
–Pregunte en recaudación… -me dijo.
-Es que allí no hay nadie…
-Y a mí qué me cuenta…
-Este es de los míos. Es el único que no me ha despedido con una sonrisa… Así me gusta. La autoridad es la autoridad y el maltratar a un hombre discriminación positiva. En la pared había un póster con un tío agachado sobre una mesa con un rótulo disuasorio. “Aquí trabajamos para usted. No levante la voz. No se admiten malas caras, todo puede arreglarse con una sonrisa.”
Debí de poner cara de gañán atocinado y me vino a la garganta el grito de Tarzán en el tono de carcajada. Pero me contuve. Fui hasta la puerta y le pregunte al poli:
-¿Podría ver al alcalde?
Con la barbilla me señaló un mostrador vacío sobre el que pendía el letrero de “información”. Lejos oí una cisterna y pronto apareció una señora gordita y frescachona:
-¿Qué desea?
-Pues verá… -
¿Tiene la nota de correos?
–Si claro pero la casilla marcada indica que es notificación del ayuntamiento. 
-¿Y no le dice más? 
-No.
–Pues no podemos hacer nada pero puede ir a la policía a ver si allí eso...
Y el alcalde ¿puedo ver al alcalde?
–El alcalde, señor, ¿para qué quiere verlo? -Pues… -No está. Y  no creo que vuelva en toda la mañana. Se ha ido con el de urbanismo a recalificar…
-¡Diantre! Así.
Al salir me encuentro a un amigo que viene con un papel dispuesto a informarse.
-Vamos. Protégeme de mi mujer que debe de estar hecha carbón en el coche y te invito a una cerveza. –No. Espera que voy a ver si veo…  -No te canses. Todo está perdido. Ya lo dijo Sartre u Ortega y si no lo dijo ninguno debieron haberlo dicho: -El infierno es cualquier Ayuntamiento. Mi amigo puso cara de resignación. -Es cierto. Y lo malo es que tenemos que sostener a toda esta jarca. 
(No me atrevo a poner aquí el letrero de "continuara" por que no me acusen de pesimismo.)

domingo, 1 de enero de 2012

Falsificación

“La expresión de un sentimiento no falseado es siempre banal. Más banal cuando menos falseado, pues para que no lo sea hace falta esfuerzo”. Adorno

Quizá esté aquí el secreto de la ausencia de interés por nuestro cine:  la falta de esfuerzo de los cineístas en la observación de la vida y su reproducción estética. En el cine, la retórica de la exageración para contenidos tan simples, así como la naturalidad del diálogo que no debe distinguirse del de la calle, unido a esa voluntad de “transgresión”-supongo que moral sobre todo- para epatar a un supuesto lector muy dentro de un sistema de valores tradicionales… igualan por lo bajo a todos los espectadores, la mayor parte de los cuales, en venganza, opta por no asomarse a la sala o hacer zapping cuando se encuentra con ese cine en un canal de televisión. Esta es la razón por la que las películas de Almodóvar no resisten una segunda lectura si no es por adictos a ese tipo de imagen de colorines o al mito que se ha creado del autor. Con pretensiones de profundidad y aún de cargas de profundidad, como aseguran algunos, sus películas son irremediablemente banales. Si además llevan un propósito catequético con propuesta incluida de otros nuevos valores éticos (con burla incluida de los venerados por la “moral establecida”) el asunto puede bordear la indecencia que tenían aquellas películas que hace años calificábamos de “españoladas” cuando defendían esa moral establecida (no se sabe bien por quién).  
La falsificación a que se refiere Adorno es la misma que aquella a la que se refería Platón cuando decía que lo poetas eran todos mentirosos. El trabajo de mentir es el trabajo de reproducir según reglas y respetando los materiales y sus legalidades internas. Y el esfuerzo ha de conducir a la reproducción de la esencia misma de la vida: aquello por lo que la vida es vida y no otra cosa.
Cuando lo que trasparece es la vida vana, la cáscara de la vida y su insufrible verborrea, el cine se acerca peligrosamente al reality. Y cuando la imitación versa sobre estereotipos, la falsificación significa sencillamente impotencia de percepción. No otra cosa revelan algunos personajes falsos de Almodóvar: el mariquita emperi-follado, el cura cruel o pederasta, la chica desinhibida, la monja folclórica, o el lenguaje obsceno disfrazado de naturalidad… etc… Pero lo intolerable es la forma directa del lenguaje tanto el observado en la calle como el de la gestual propuesto por el autor. Se trata de un lenguaje simple, carente de sutileza, recitado porque no procede de un mundo interior que quiere revelarse, acompañado de una gestual estereotipada o en función del gag y el humor más inmediato. El cine, así, miente en cada secuencia, en cada sintagma, en cada proposición. A muchos, la sorpresa puede compensarlos y divertirlos (¡ojo! compensarlos de los euros malgastados en la entrada) pero al ojo, analítico muy pronto se le hace patente la banalidad en un bostezo irreprimible.
Es preciso el esfuerzo falsificador capaz de imitar la magia de la vida que late bajo una superficie vulgarmente coloreada. Es preciso esfuerzo de falsificación.