lunes, 27 de febrero de 2012

Qué verdadero es lo que conviene

Lo que “políticamente conviene o no”, es la formulación enmascarada de “la verdad que en cada momento convenga”. Es decir: la verdad es lo conveniente. ¡Eterno retorno del sofisma!!!
Ante Pilatos, quizá un tanto aburrido de las discusiones  y la sofística farisaica, Jesús hubiera debido responder cínicamente: No es momento de discutir acerca de la verdad, ¿verdad amigo? Tú y yo sabemos muy bien que vas a hacer lo que te conviene. Que vas a interpretar un hecho abominable según conveniencia, como corresponde al político que eres.
Todo es interpretación. Todo lo que ocurre es observado y conocido desde atalayas de valores. Uno desearía sin embargo, que esos valores tuvieran una jerarquía fija, para que nunca hubiera confusión al interpretar los acontecimientos por dispares que fueran y siempre pudieran ser reducidos a discursos sencillos y analizables según criterios lógicos de verdad/falsedad. Pero ni el mundo ni su discurso se dejan analizar así y los valores desde los que se comprenden fluctúan a conveniencia del intérprete… como es natural.
Todo es opinable. Desde luego. Todo es opinión. El hombre se mueve en una especie de nebulosa de opiniones que no se dejan atrapar en una lógica mínima siquiera para poder alcanzar alguna certeza. Y los discurseros parlamentarios y los llamados creadores de opinión, usan la palabra de forma tan irresponsable cuanto indecente, precisamente para que, en la comprensión, haya siempre zonas de sombra y la opinión, por necia, banal, sectaria o mentirosa que sea, sea aceptada sin posibilidad de contraste.
Que el mundo es opinión es verdad. Pero que todas las opiniones sean iguales es una tontería muy extendida y una sencilla mirada sobre el mundo de la opinión certificaría inmeditamente lo contrario. Más aún, certificaría que la mayor parte de las opiniones son infundadas y alocadas y su no-verdad o su positiva tontería no dependen de la relevancia del cargo de aquel que las profiere sino que adquieren gravedad cuando proceden de quien ocupa un puesto de relevancia. Aquella Ministra de Cultura que constataba que en el español había muchos “anglicanismos” es una muestra de lo que quiero decir. Pertenecemos (porque ese es el modelo) a la época del tontaina que al pasear le ponen un micrófono y una cámara delante.
¡OPINIÓN! El mundo es opinión, sí pero no todas pesan lo mismo desde el punto de vista informativo o emocional.
 Hubo un momento hace unos años, cuando se buscó casus belli contra Irak, que la gente se echó a la calle bajo el eslogan “no a la guerra”… un eslogan de tipo político que se apoyaba en la idea de la legalidad/ilegalidad de la guerra. La guerra es siempre una salvajada. Curiosamente la legalidad puede serlo también por muy paradójico que pueda parecer, como testifican los asesinados “legales”.
El eslogan quería ser más de lo que era. Quería ser una especie de axioma, una verdad intuitivamente clara y distinta para que, si alguien hacía crítica de ella, se le pudiera arrojar de la tribu cargado con las tablillas de san Lázaro, aquellas que el leproso tenía obligación de llevar para avisar, con el tableteo, de su presencia. De entre las voces independientes que hicieron crítica es de destacar -¿cómo no?- la del filósofo Gustavo Bueno. Algo de lo que sabiamente decía va a continuación. 
El eslogan decía sin más: ¡no a la guerra!
La pose de pacifismo, aparentemente cándido de los políticos, levantó el eslogan como bandera contra el apoyo español a la guerra de Irak. El eslogan no se apoyaba en  reflexiones lógicas o filosóficas previas, en una teoría verificable del mundo. Era expresión de un sentimiento ni verdadero ni falso, sino conveniente a intereses políticos. Era una expresión poética si se quiere, pero vacía de contenido, de significado. Una exclamación, que naturalmente movía más que cien sesudas reflexiones.
Su carácter absoluto y lo inapelable de su formulación negaba la posibilidad de un sí a la guerra, que sólo un loco podría enarbolar y sería corrido a pancartazos por los gritadores del eslogan. Toda aquella burla pseudomoral se oye en discursos actuales comparando guerras y muertes de soldados en unas u otras.
Junto a la palabra guerra colocan algunos el adjetivo “legal” que parece un talismán y no es más que otra palabra que pretende suplantar a lo que antiguamente se entendía en el término "justa". Pero entre los dos adjetivos, legal y justa, hay una enorme distancia. La legalidad brota de un convenio que, aparentemente, pone orden y racionalidad en ese acto de fuerza bruta que es toda guerra. Es idiota pretender que la legalidad mana de otra fuente que la de la fuerza de un Estado capaz de imponerla con la no-razón del ejército, la violencia o la guerra. ¿Qué legalidad puede imponer la ONU cuya fuerza reside en los ejércitos de los países que la componen? No es la ONU una nación de naciones (interesante que “nación de naciones” sea superlativo judío). Sólo una entidad ficticia creada ad hoc, por las naciones que la componen, sin otra fuerza que la que le den esas naciones de las cuales, unas cuantas tienen derecho de veto. No es la ONU un “Estado de Estados” con autonomía suficiente y con poder (militar) suficiente para imponer la “legalidad de legalidades”. La ONU es una coartada para que los estados más poderosos con derecho a veto, puedan imponer su voluntad a los demás aprovechando, encima, el poder militar y la colaboración de estados menos poderosos.
La legalidad es la violencia ejercida tras un largo adoctrinamiento cultural que la hace aceptable: razonablemente aceptable. La legalidad no es otra cosa que –como la escuela o lo que se llama cultura– un mecanismo de amansamiento de  la natural fiereza humana. De modo que va mal encauzado lo de “esa guerra no es legal”. Por eso, porque la legalidad brota de la fuerza y la capacidad para imponerla al otro. Cualquier justificación de esos términos es cinismo y del más bruto. Lo digo por Afganistán y la previsible de Irán.
Yo no me enfadaría pues, con el hecho de que los gobiernos no busquen legalidad supuestamente más alta (la de la ONU, por ejemplo) para justificar una incursión bélica en otro país, ni andaría cambiando el lenguaje para justificarla. Legalizarla es fácil, justificarla, imposible. ¿Y lo del ejército ONG? ¿A qué viene lo de que “nuestros soldados están en misión de paz”? El ejército está para imponer por la fuerza una legalidad. Y hay algo más. Se olvida que el ejército es un conjunto de profesionales de la guerra y no una ONG que es siempre no gubernamental. El ejército no es un grupo formado por muchachos arrancados de su hogar por levas “violentamente legales”. Son voluntarios, profesionales adiestrados para matar y si llega el caso para morir. El lema “es dulce y honorable morir por la patria” ha perdido su vigencia. Morir es el último acto obsceno de una vida obscena que es toda vida. El morir de un soldado en acto de guerra no es ni dulce ni honroso, sino el resultado de un fracaso personal en la misión encomendada por causa de la fuerza de un enemigo al que se puede llamar de todo: terrorista, asesino, violento o patriota, pero que en realidad ha aplicado su fuerza contra el que considera su enemigo. La elección profesional del soldado le ha colocado en una situación en que la muerte tiene muchas posibilidades de ocurrirle. El distintivo rojo o amarillo son mandangas de “reconocimiento de servicios prestados” que en definitiva eran obligaciones libremente aceptadas. Pretender tener un ejército en misión de guerra o de pacificación, que es lo mismo, sin bajas es un buen desideratum para los mandos y los estrategas. Pero por parte del soldado, está aceptada la posibilidad de la muerte cuando se entrena, recibe la soldada y jura bandera. Son los políticos los que remueven los fondos de inhumanidad que todo ejercicio bélico implica, para convencer cínicamente a los que están fuera de esa tángana, de que hay formas más seguras y “legales” en el matar y más nobles en el morir. No se le da premio al albañil que se mata al caer de un andamio, ni al torero –estúpido- que se pone ante un toro y fracasa, ni al camionero que se mata cuando lleva subsistencias a un mercado. Y es admirable la modestia de los soldados, pues son los primeros en reconocer que no hay mayor mérito en sus acciones que en las de cualquier otro profesional. Y si al azar encuentran la muerte, (pues la vida es un azar, como dice el himno de la Legión) la muerte, su muerte, es un acontecimiento más en la concatenación de hechos ciegos y estúpidos que allí lo han llevado a morir. Pero así tiene que ser, porque el mundo no es ni más ni menos estúpido que siempre. Y la comprensión idiota de un mundo idiota y su formulación cínica, pueden recibir sin sonrojo la calificación de “políticamente correctas” porque el que usa ese sintagma estúpidamente cínico, suele tener cara de cemento armado (valga el adjetivo bélico). 

martes, 7 de febrero de 2012

Metoikía

Mi amiga Isabel me ha confesado su miedo a la muerte. Pero yo le recuerdo el contenido de la palabra tránsito. Tránsito no es sólo el paso de un lugar a otro y por consiguiente una metáfora de la muerte, sino que la palabra tránsito encierra el significado de tantas veces como hemos transitado: de la noche al día, del sueño a la vigilia, de la alegría a la tristeza, de la tensión a la atonía, de la fe a la duda, de la generosidad a la cicatería, de la amistad al desamor, de la reflexión a la pasión ciega, etc. Hay otros tránsitos que han cargado de sentido la palabra: del trabajo a la jubilación, de León a Candás, del sol a la sombra, de la apacible lectura a la pequeña o grande cirugía, de la soltería al contrato matrimonial, de la tensión del stress a la relajación del masaje. Cambiamos de casa, cambiamos de traje, cambiamos de sentimientos, cambiamos… Cambiamos de casa… de hogar muchas veces. Eso que en griego se llama metoikía. Cambiamos de casa al nacer (tras un terrible estrujón, caemos en el mundo y empezamos a acomodarnos y adecentarlo para vivir en él) Y en él cambiamos y cambiamos de hogar. Nunca vivimos dos días en la misma casa. Eso nos distingue también de otros animales que permanecen sujetos  a un espacio. Teresa de Jesús habla de varias moradas por las que el alma realiza su metoikía y se dirige sin pesar a la última. Desde ella el camino físico a la morada definitiva es corto y amable si hacemos abstracción del dolor que a veces, precede a la muerte. Pero aún así, quién llegó serenamente a la última morada sabe que el dolor si es suave es pasajero y si es muy fuerte no dura. Ya te das cuenta, amiga, que la alusión a las Moradas no es gratuita, porque al fin se entiende que la vida no ha sido más que un camino de perfección en el que nos es dado mejorar día a día el oikos, que es el hogar. Del agujero inicial estrecho y viscoso, al agujero final duro y estrecho entre seis tablas, hay siete hogares de perfección, decoro y decoración. ¿Los hay? Siempre trasladándose, cambiando de hogar, el hombre se convierte en el que “ahora es”, “ahora se ausenta” y la ausencia se vuelve temible. Lo que en el tránsito se queda atrás genera la conciencia que tenemos de lo perecedero. Y lo perecedero asusta. Por eso mi amigo Isidoro asegura que lo que asusta es la vida que se queda atrás, el sinsentido de la meoikia, del cambio. ¡Claro!
Qué me importa a mí que haya o no otro mundo, si soy feliz afirmándolo y viviendo en consecuencia… Eso me dijo un día una amiga. Pasmao me dejó. Porque estaba pasando la vida recogiendo y transportando los muebles del último traslado y la morada definitiva no parecía segura, de modo que fiaba todo a la inseguridad del tránsito.
La vida, para mi amiga Isabel se ha construido en el drama de la “verdadera morada” y la exigencia de un lugar, que aparecerá en el tránsito definitivo, sin ninguna duda. Un lugar naturalmente metafísico por el que se ha de sacrificar el mundo que llamamos real. Ese era el secreto de lo que se llamaba en la vida espiritual “contemptu mundi” Desprecio de las moradas por la Morada.
¿No das una respuesta? –me dice otro amigo.
No la tengo. ¿Cómo la negación de lo que nos viene dado por lo supuesto ocurre en la metoikía y qué hacer? Para mí es un enigma. Pero en esa afirmación de lo que parece absurdo, se han forjado hombres cuya excelencia  queda fuera de duda. Por consiguiente hay que andar con cautela en este terreno, aunque no es necesario decir que esa etapa antropológica del contemptu mundi, pudiera ser que fuera una etapa histórica terminada para este animal metafísico que es el hombre.

lunes, 6 de febrero de 2012

Cifosis

El paisano me miró y dijo escuetamente: -Son todos unos descebrados.
Rompió el brazo de suspensión y el cárter de su viejo Chamade en uno de esos pasos de cebra con rotonda y cifosis (chepa en román paladino), con que los alcaldes han decorado calles y carreteras del término municipal. El hombre me miraba pasmao, con un sí es no es de estrabismo, que parecía desolación. Yo intentaba explicarle que podía denunciar al Ayuntamiento por poner semejantes obstáculos en una carretera, mortales si se va descuidado y siempre dañinos para el coche. ¡Demasiado castigo por un descuido! Cuando terminé, el paisano me miró cabreado:
- Como paberme matao. No ay derecho. Bengo del pueblo donde han quitao todos los vaches de Franco,  y resulta que, en León, casi me rompo el halma en un paso de cebra con chepa, que viene a ser un vache al rebés, ¿verdá usté? Cagüen la madre que los parió, son todos unos gochos descebrados. (No te asustes, lector, mi paisano hace faltas de ortografía cuando habla.)
- ¿Querrá decir descerebrados? –dije yo.
- Eso. Descebrados, como usted dice –insistió él.
Lo que no sé es a quién se refería mi paisano: si a los alcaldes, a los políticos en general, a los jueces, a los pasos de cebra o al sursum corda.
El caso es que no se puede hablar de malversación porque seguramente  los fondos con que se construyen glorietas por doquier, con esculturas aberrantes de los artistas locales supongo que llegan bajo el epígrafe de “infraestructuras”, y la falta de imaginación y la voluntad de cepillarse ese dinero como sea, les lleva a los alcaldes y urbanistas municipales a tirarlo en semejantes imbecilidades. Algunos sostienen que estos artilugios son para regular la velocidad y que no se exceda el límite con peligro de peatones y parece que con ese propósito idiota se pone en peligro a todos los coches y conductores.
Yo me inclino a pensar con mi paisano de Boñare. Es problema de cerebros de munícipes poco evolucionados que creen que el dinero que viene es para gastarlo inmediatamente y como sea… si no es que ya tenían preparada empresa de amigote para destruir lo que se había conseguido durante muchos años: acomodar las carreteras, hacerlas cada vez más seguras y ayudar a los conductores. El coche paga impuestos tanto si anda como si se detiene, impuestos por aparcar, por usar calles, impuestos por combustible y últimamente por contaminar, impuestos por permisos de conducción, impuestos para entretener a la guardia civil y policías locales, por matricular y por revisar su funcionamiento, y por cada una de las piezas de recambio y por mandarlo al desguace. ¡Ya está bien! Ahora hay que llevar cada año el coche a revisión de la suspensión porque calles y carreteras municipales se han llenado de chepas o baches al revés. Años y años luchando por buenas carreteras de las que se eliminaran los baches y estos idiotas han puesto baches y rotondas hasta en el pasillo del váter.
El paisano, de Boñare, se sentó en el bordillo se llevó la mano a la entrepierna y se echó a llorar… -¿Sabusted? No hay derecho. Hera casi de noche, el tobogan no lo vi, el susto fue morrocotudo, el desaguisado me ha costado uno y la llema del otro y no me dio tiempo ni a decir ¡eeeepa! que parece que te ayuda a controlar el coche. Y luego, ¡el cariño que yo le tenía a este coche! Y la cara que va a poner la mí parienta…
Ya sé que me pueden contestar con esa tautología de que la ley es la ley. Pero ¿me puede certificar alguien que la ley obliga a poner semejantes obstáculos y   disparates en las calles y carreteras?
Estos despropósitos generalizados por el país, obligan a mayor gasto de combustible y mayor contaminación; obligan a extremar precauciones innecesarias aumentando el estrés de los conductores; desgastan los automóviles y la paciencia de los conductores; y se beben parte del presupuesto de los ayuntamientos. Seguramente alguien los encontrará de utilidad. Dudo mucho que nadie en su sano juicio la encuentre.
La calle está encifosada. ¿Quién la desencifosará? El desencifosador que la desencifose, buen desencifosador será. Repita, amigo lector. Y si le ha gustado la protesta, haga a bolígrafo doscientas copias de la  misma y mándelas por correo certificado a doscientos conocidos. Si las envía mientras toca la cifosis de un cheposo, la suerte le sonreirá. Si no, puede tener una desgracia. Un amigo mío las mandó y le tocó la lotería sin comprar cupón. Otro, que no quiso mandarlas…esmorró el coche en un paso de cebra y pretende que el Ayuntamiento le arregle el coche y la chepa que le quedó.

domingo, 5 de febrero de 2012

La novela

Cuando llegó la muerte, el divino Aquiles, el más ligero en la carrera, la miró rectamente a los ojos y dijo: -"¡Has velado mi vida tantas noches!... He corrido mucho tiempo delante de ti y ya no quiero ir más allá. Por fin ha llegado tu hora. Te sigo, pues aunque no quisiera tendría que seguirte". ¡Qué bien sabían morir los héroes antiguos! ¡Qué hermosas palabras salían de su boca un poco antes de dar de ojos en la madre tierra. Y cómo se quedaban luego contemplando los rostros cambiantes de las nubes, en el mismo campo que los vio derrumbarse como montes eminentes sobre el palpitar esmeralda de la hierba. ¡Perfume amargo de la sangre! ¡Destino informe escrito en el cielo estrellado!

¡Aquiles, el heroe que tanto me ha hecho soñar!

Nadie, amando como él amaba la luz, ha mirado la muerte con tan perfecta seriedad, con la divina impasibilidad de quien sabe que hay cosas peores que la muerte. Cosas que ya han sucedido... como la pérdida de Briseida la de las hermosas mejillas. Pero Aquiles era... el más fuerte, porque era... el más fuerte  Educado para el combate y para las bellas palabras, Aquiles sabe vencer. Vencer es saber imponer la fuerza moral al vencido y señalarle su destino con la profunda voz de la verdad. Dice Aquiles antes de matar a Licaón que le ha pedido clemencia:

¿Por qué te lamentas de ese modo? Acaso no murió Patroclo que en todo te sacaba ventaja...  ¡Mira cuán gallardo y cuán alto es mi cuerpo, yo, a quien engendró una diosa y un mortal! ¿Lo ves? Pues también a mí me espera ella. También a mi el destino cruel. ¿Vendrá una  mañana, vendrá una tarde, un mediodía vendrá  en que alguien me arrancará la vida en combate hiriéndome con la lanza o con la  flecha del arco despedida?Así dijo.

Desfallecieron entonces las rodillas y el corazón del Teucro que escuchó las últimas palabras del héroe y arrodillado tendió sus brazos. Aquiles sacó la espada de su bien labrada vaina y la hundió en el cuerpo de Licaón clavándola por encima de la clavícula. La hoja de doble filo entró entera y Licaón cayó de bruces: brotó la negra sangre y empapó la tierra.
 
            Era fácil caer en el cuadro emotivo, profundamente musical. Era fácil dar rienda suelta a la piedad y que esa emoción traspasara la pintura. Pero la epopeya no lo admite. Esos tipos barbudos que danzan en los vasos o sujetan su escudo o amenazan son su pica, lanzándonos desafiantes una pregunta, carecen de piedad, porque la piedad es signo de la blandura del alma.

Mucho más tarde, cuando ya en el mundo  no caben los héroes o se han vuelto cosa risible, se dejan morir de un ataque de melancolía,  "Hunde tu lanza caballero, y pues me has quitado la honra quítame la vida"... -dice don Quijote, caído en la playa de Barcelona. Y luego, cuando recobrada la razón, espera la muerte con la conciencia sosegada, Sancho, los ojos arrasados de lágrimas, le dice a su señor: "Siga mi consejo y viva muchos años. No se deje morir sin que otras manos le maten que las de la melancolía"... Con el destino del héroe aparece el destino de una nueva forma literaria: la novela.
Es el de don Quijote un destino que no querríamos, porque don Quijote no muere dentro de la epopeya, sino dentro de la novela. El tramo narrativo que hay desde su vencimiento hasta su muerte, es nada menos que el momento en que triunfa la novela y desparece toda la epopeya en que, como en una burbuja, como una transparente e irisada pompa de jabón vivía el héroe. Un héroe crepuscular, un deslumbrado (había demasiados en ese siglo), que muere decentemente en su cama derrotado. ¡Piedad de la novela para el héroe de la epopeya! Piedad extraña, ambigua la mirada sobre el héroe que cae derrotado en la arena. Tras la máscara, la voz espiritada del héroe, al contrario de Licaón, pide la muerte porque no puede vivir sin honor. Sobre el lector cae como lluvia benéfica un sentimiento que no se hallaba en la epopeya: la piedad. Y la piedad es otra forma de la melancolía, el principio de estilo esencial a la novela.
Pero no es sólo de la contemplación del héroe de donde brota la melancolía, sino de la racionalidad también. Es el mundo lógico y metódico el que va a imponer definitivamente sus criterios. Es la tecnología la que en definitiva impondrá sus leyes a la naturaleza y para un héroe cuya vida se penetró de mitos el mundo se vuelve incomprensible e indócil a la mirada. Los datos de los sentidos se interpretan en el texto de los mismos, se comprenden dentro del mundo de concepciones del héroe. Y también esa razón metódica, sufre de melancolía. Eran las bellas mentiras las que daban a la vida un sentido que en la época de la novela ya no existe. Y aunque la razón va a volverse instrumento, herramienta y va a dirigir el mundo por caminos de deshumanización, ella misma es sabiduría melancólica de que el corazón del hombre no llenará nunca por esos caminos el amplio, el profundo hueco del sentido...
  Si yo no hubiera querido ser Aquiles, desearía haber sido don Quijote y no para morir como él de melancolía, no decentemente en mi cama, de acero si puede ser con las sábanas de Holanda. De ser don Quijote yo hubiera querido morir en la playa en que fuera vencido por otro caballero.