jueves, 29 de septiembre de 2011

Nikos Gatsos/Hadjidakis



Αερικό Αερικό 

λένε την κόρη που αγαπώ

Αερικό Αερικό 

λένε την κόρη που αγαπώ


Βγήκα στο δρόμο μια βραδιά 

κι είδα να παίζουν τα παιδιά

μα πιο ψηλά στον ουρανό 

έπαιζε ένα άστρο μακρινό


Αερικό Αερικό 

λεν το λουλούδι που αγαπώ


Πήγα και βρήκα χρυσικό 

για δαχτυλίδι μαγικό

μα ήταν το δάχτυλο μικρό 

και το χαμόγελο πικρό


Αερικό Αερικό 

λένε τα μάτια που αγαπώ


Τώρα θα ανάψω μια φωτιά 

στα κυπαρίσσια του νοτιά

και στην ψηλότερη κορφή 

θα σ' έχω μάνα κι αδερφή


Αερικό Αερικό 

λέν την αγάπη που αγαπώ


Aerikó, Aerikó
se llama la doncellita que quiero.
Salí  a la calle, una tarde
y vi niños que jugaban
Pero muy alto, allá en el cielo,
una estrella lejana también jugaba.
Aerikó, Aerikó
Se llama la flor que yo amo.
… Y me encontré el orfebre
que le hiciera un mágico anillo,
pero tenía un dedo chiquito
y una  sonrisa amarga 
Aerikó, Aerikó
se llaman los ojos que yo quiero.
Ahora levantaré una llama
hasta los cipreses del mediodía,
y en lo más alto de su copa
te tendré como a una madre y una hermana.
Aerikó, Aerikó 
se llama el amor que amo.


Se trata de una bellísima canción cuyos versos pertenecen a Nikos Gatsos  y fueron musicados por Manos Hadjidakis. La traducción que propongo lo que demuestra es mi pobre nivel de griego. La última estrofa tiene un enigma semántico que no puedo descifrar. Sospecho que la llama es la del amor y que sube a donde se encuentra la doncella, en lo alto, como la estrella, en la cima de los cipreses del sur (Árbol nacional de los griegos. Lo encontrarás por todas partes.) Así que, amigo lector, si me lees y puedes ayudar, te lo agradeceré en el alma. He visto una traducción inglesa pero le pasa lo mismo que a la mía o a lo mejor mi inglés es peor que el griego. 
Te dije que es una canción bellísima… Te indico aquí un link de you tube para que la escuches y me digas si miento.  La voz de Giorgos Romanós es un acierto extraordinario aunque tengo una versión de Giorgos Moutsios, y otra Kostas Karalis, una más de G. Dalaras  y una más de Fragoulis de mayor efectismo. Creo que Hadjidakis entró en el alma y el dolor griego con una ternura y una delicadeza que no tiene parangón…Murió hace unos años y todavía lo echo de menos aunque oigo con frecuencia sus 15 Esperini y Odos Oneriron, y o Megalos Eroticos... y de alguna manera lo mantengo vivo en el corazón.
Aerikó es el nombre de una especie de Xana de los bosques griegos, pero no sé si hay hoy jovencitas que se llamen así. Échame una mano, amigo y en todo caso disfruta de la belleza que estos dos grandes griegos elaboraron para ti en la voz de Romanós


miércoles, 28 de septiembre de 2011

MASA Y ARTE

No es necesario ser muy agudo, para observar cómo la masa ha hecho de la no-distinción su bandera: ser uno más en la masa amorfa con la conciencia de ser único; tratar de distinguirse haciendo lo mismo que los demás. Es como si hubiera caído en una especie de ceguera que le impide ver cómo, modas, gestos, actitudes, conductas, gustos, etc., aseguran la igualdad de la que paradójicamente tiene conciencia de huir. Pero no hay espacio donde huir porque las diferencias han sido eliminadas. Porque lo igual sólo podría huir a lo diferente y lo diferente ha sido minuciosamente abolido.
Consciente el poder de la necesidad de selección de los iguales ha puesto en manos de la masa,  la gran paradoja: -A partir de ahora todos tendréis los mismos privilegios. Cuando el Guernica volvió a la tierra que lo inspiró, me asombraba la enorme cantidad de visitantes que acudían a “admirarlo”. ¿Sería posible que en unos años la gran cultura se hubiera elevado tanto que  fuera apareciendo la aristocracia intelectual que Ortega pedía? La evidencia de la cultura oficial y dirigida y manipulada por el poder era grande. Se corresponde esa actitud con la norma artístico-económico-democrática del “hágalo usted mismo”. Para hacer lo que hizo Picasso para la Expo de mayo del 37 en París, no hay necesidad de un gran trabajo ni de especial destreza académica; las tiendas de decoración proporcionan suficiente material e información para hacerlo uno mismo. ¿Y el jubilado que en su madurez decidió arrancarse por soleares y lanzarse al mundo de la pintura con (sus amigos críticos se lo han dicho; no sin ironía) “santa desvergüenza”? Y hasta le han comprado obras a buen precio para convertir su hogar en el museo de los horrores. Las "academias literarias" en curso rápido de Internet le aseguran a uno la capacitación suficiente para hacer lo que en su tiempo hizo Cervantes con tanto esfuerzo. ¿Las matemáticas? Pero si son muy fáciles. Estás solo porque quieres, ya que hay clubs de amigos que te ayudarán a romper tu timidez y encontrar la pareja ideal... etc. ¿Libros de autoayuda? ¡Para dar y tomar! (En esta frase maligna siempre se olvida señalar el "por donde")
 El arte actual dirigido políticamente cumple la misma función consoladora del culto dominical y sus consuelos semanales como señala Adorno. El sector más amplio del “arte dirigido” está muy cerquita y dentro del basurero y los hermeneutas tienen la función sacerdotal de señalar para la masa lo que hay que ver y lo que se debe sentir ante la obra. El artista de la mamarrachada no es una excepción en un mundo en el que el autodidactismo y la ausencia de destreza y gracia formal configuran el tipo de “artista de la masa”. La desaparición de la figuración convierte al artista verdadero en un desterrado al mundo de su propia sensibilidad y a su estudio solitario; hacia un solipsismo casi trágico.
De este modo, la distinción entre arte y basura se hace difícil porque el arte-arte se torna inseguro y se oculta, mientras que la mamarrachada sale a la calle y se alaba y se jalea. El hombre culto que modeló su sensibilidad de forma señera no puede menos de sentirse perplejo ante el intrusismo brutal de la masa en lo que era espacio propio del artista. Y el “artista” tiene ahora, no la angustia de vender sus obras, sino la angustia de no ser reconocido por los dirigentes hermeneutas de la cultura y no ser propuesto a la masa como artista pleno: la angustia de no ser “reconocido” por la masa, de no ser famoso. Ese es el peligro verdadero para el verdadero artista. Por desgracia y de la mano del poder que la dirige, la masa tiene en su arte su merecido.

lunes, 19 de septiembre de 2011

MASA

Echar una ojeada a “La rebelión de las masas” es siempre instructivo. Ortega nos dice allí, que uno de los caracteres de la masa es su falta de docilidad. Aparentemente, es fácil dirigirla: se la halaga, y los acepta por muy burdo que sea el halago, pero se vuelve ingobernable cuando se le recuerda que no ha acabado su proceso de formación y que su educación requiere esfuerzo y trabajo. Desde que se sabe fundamento del poder su tendencia a participar directamente en la política crece y seguramente terminaría bloqueándola. Hoy la masa se ha vuelto vigilante y, a través de internet, su comunicación es fluida y el poder de convocatoria es tan grande, que grandes masas pueden ser movilizadas en pocos minutos o en pocos días, como ocurrió con la visita papal a nuestro país o la convocatoria del llamado 15M y un poquito más atrás, la convocatoria al voto vía sms por parte del partido socialista en el día de reflexión. Aún siendo numerosos, son grupúsculos los que hoy toman conciencia de su poder y se sienten representativos de la totalidad. Es peligroso porque sólo suelen tener una idea aunque muy clara. Y una sola idea vuelve cerril al que parecía sensato como ocurre con la ideología de género. Babel era la fórmula ideal para mantener a la masa desactivada y tranquila. Y paradójicamente, la educación entendida como impregnación en los valores de la Ilustración, para crear elites rectoras, era el camino seguro para mantenerla tranquila y mansa, pero estúpida. Cierto que la propuesta era cínica: “todos los españoles tienen el derecho a la Educación y el Estado debe garantizarla”.
                   Pero “educación” dejó de ser el talismán para convertirse en slogan facilón: todos los españoles tienen derecho a la Educación y el conocimiento de aquellos contenidos que el Gobierno de turno considere necesarios para mantener a la masa tranquila. Junto al slogan “educación de calidad para la democracia” se potenciaba lo más nulo del profesorado, la pereza, el conocimiento superficial, la nivelación, la información variada  y el entretenimiento (lo lúdico) y se rechazaba la disciplina como medio de adquisición, catalogación y conversión de los conocimientos en ideas vivas, ideas fuerza, capaces de transformar rápidamente al hombre y con él a la sociedad. Hasta el punto que la disciplina y la autoridad en la escuela parecían cosas de la Dictadura. Así sería muy fácil la política y el milenio socialista tendría por fin lugar en la democracia. Hoy la fórmula ha fracasado. Las redes sociales son muy difíciles de paralizar o intervenir y censurar. Y la política sería desde este punto de vista el arte de tranquilizar a la masa fraccionada en grupúsculos en los que atisba algún pensamiento, para obtener su afecto… y su voto.
                   Es mérito de Rubalcaba el haberlo percibido rápidamente y su “cínico tacto” para tratar a la masa y atraerla a su redil. De modo que la política democrática es el arte amansar a la fiera, de pasarle la mano por el lomo y conseguir el lametón de un voto. Votar es el acto de lamer la mano de quien promete comida… y diversión o, idem per idem,  estado de bienestar y telebasura. Tranquilidad, pan con mierda y fútbol. Por cierto, Fatima, ¿a qué hora empieza el partido del Barcelona / Osasuna.

LA ENSEÑANZA COMO SIEMPRE


Vienen las elecciones, votante. Prepárate a escuchar monsergas sobre los “temas que interesan al ciudadano de a pie”. ¿No sabes que te llaman así? Los hay caballeros y los hay de a pie: peones. Peón es el que carece de coche oficial y la pieza que se sacrifica antes que nada en ajedrez; de poco valor. Y ¿no sabes que a los problemas de fondo los llaman temas?
Si alguien tiene que sacrificarse que sea el profe, el peón. Sí. No pongas esa cara como si no los supieras, amigo, que pones cara de profe. Para los más lúcidos, sin embargo, el mayor sacrificio no es dar más horas sino ver el concepto que de ellos tiene el poder. Prepárate, profe, a escuchar el discurso sencillo y arrepentido del profe Rubalcaba, que justamente ahora, ha reflexionado sobre lo que hay que hacer. Y prepárate a soportar la demagogia y el griterío sindical. A doña Esperanza ya la conocemos. ¡Hay que trabajar más! Esperanza, señora. ¿Hay que trabajar más o hay que trabajar mejor? Es verdad que ella predica con el ejemplo, pero también muchos de los insultados.
Quien pasó por las aulas sabe que la cantidad es mucha si la calidad es alta. Y que si no hay calidad, tanto da que trabajen veinte como cuarenta horas. Que quince y dieciocho horas lectivas son muchas, cuando delante se tiene a treinta alumnos a los que atender de manera personalizada, a séase de uno en uno, porque, por suerte, son todos diferentes, con maneras, gustos y entendederas distintas. Ahora, en esa situación, imagina, querido amigo votante, que el profe tiene cinco grupos de treinta. Ju, ju. Son ciento cincuenta muchachotes sin excesivo interés en la sabiduría del profe. E imagina que al profe le ha tocado además un grupo de esos que se llaman de diversificación  (tontos y zangolotinos) a los que hay que dar especial amor y cuidado. Si hay que hacerlo bien, no hay en el día horas suficientes. Por tanto, dejen de tocar el pirindolo con el horario: al profe cualificado no le aumente las horas lectivas –rebájelas si es posible- y al no cualificado quítele todas las horas y mándelo a la Universidad de nuevo a re-cualificarse.
Mira, amigo, las manos de trilero de Rubalcaba, su gesto falsamente serio y su decir moderado, mientras da patadas en el culo a lo que todavía es oposición. Todo es falso en este gran Tartufo de la política. Si se le da de nuevo el poder, tú volverás a ser “el de a pie” y la educación volverá a ser el mismo “tema” por la razón sencilla de que fueron él y Maravall, los que crearon el “tema” de las narices. Fueron ellos los que se cepillaron la calidad educativa de la enseñanza media oficial. Y los otros han descubierto otra palabra talismán como esa de “sostenible”; han descubierto la “excelencia”. Antes se rehuía por aquello de que al Caudillo le daban ese título. Pero ahora… Ahora resulta que hay chicos con extraordinarias capacidades que hay que cuidar, para que hagan una carrera excelente y… se vayan a trabajar al extranjero que es donde se los valora.
Pero ¿y la excelencia del profesorado? A lo mejor piensa el poder  que el profesorado se hace en cuatro días. Que después de treinta años de machacar la excelencia del profesorado eliminando pruebas que demostraran su valía, ahora, con un porcentaje alto de funcionarios/profes, de escasa cualificación (sé de lo que hablo y no me gusta adular a nadie) se va a reformar lo que llamaron Reforma. El camino de la excelencia empieza en el profesorado. Sin un profesorado excelente el alumnado excelente se perderá en la mediocridad. El camino de la excelencia, pasa por la exigencia y la exigencia al profesorado sólo tiene un camino: el de una sólida formación que debe revalidar cada tanto tiempo. Y las aulas con tanto juego y tanto ordenador y “tantes pijaes” que dicen en Oviedo, son el espacio de la mediocridad. Una renovación intelectual que no tiene que ver con la pedagógica (se ha llenado la enseñanza de pedagogos que dicen los que hay que hacer para enseñar) sólo debería hallarse en el retorno a cursos universitarios de mucho calado, porque hay que saber mucho para enseñar un poco. Siempre recordaré a don Jaime, un viejo profesor de biología que examinaba con pequeñas preguntas capciosas al profe recién llegado y emitía un juicio definitivo: esa (era poco feminista) no sé qué enseñará, porque no sabe nada. Como no enseñe el culo…
En fin, amigo mío… “El tema es que” –por favor, corre a gorrazos al que empiece una frase de esa guisa- el problema o poblema como dicen algunos, es peliagudo… pero ya entramos en la etapa electoral. Escucha promesas y soluciones, vota a quien te salga de las narices porque en ese “tema” dará lo mismo, y siéntate a esperar otros cuatro años para escuchar la misma monserga. A lo mejor se arregla algo la economía, pero la enseñanza… ni lo sueñes; es decir: a la larga, todo igual. “Nada eterno / ni gobierno que perdure / ni mal que cien años dure. / Tras estos tiempos, vendrán / otros tiempos  y otros y otros, / y lo mismo que nosotros / otros se jorobarán”.  Son versos de Machado y sabía lo que pasaba.
Uy. Y el idioma. Ju, ju. Tengo una amiga que salió de Olleros para Mallorca y se ha querido matricular en la Universidad, ju, ju. En catalán todo. ¡Perdón! En mallorquín. ¡Toma excelencia, toma inmersión. ¡Excelentes… sinvergüenzas! Y el desamparo cunde y se burla la  Señora. ¿La qué? La Constitución, hombre, la Constitución a la que se debía respeto y reverencia, pero me creo que a eso se le dedica un día al año porque los propios jueces...  No sigo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Los problemas del subjuntivo.

También esta entrada tiene unos cuantos años, pero no ha perdido sentido. Me ha divertido releerla y la coloco aquí por si te divierte, amigo.

            ¿Qué es lo que nos ha pasado, Evito, que no veo más que desastres alrededor? (Evito debería ser Evita, como la de Argentina, pero descubrimos tarde que era gato)
El dermatólogo me dice que no me exponga al sol porque puedo ser víctima de un melanoma. El médico de cabecera, por no llamarme viejo, me dice que haga ejercicio porque a partir de determinada edad se expone uno a la artrosis. El cardiólogo de la tele ha dicho lo mucho que mi alimentación puede influir en un posible infarto de miocardio. El de digestivo me miró con unas gomas por semejante parte y torció la gaita, tienes unos pólipos en el colon (lo llaman colon) que no me gustan nada, hay que quitártelos. El endocrino, uy, me parece que tienes un nódulo frío en el tiroides; va a haber que extirpártelo porque puede malignizarse. La próstata pa’ qué te cuento. Y el dentista… no sé lo que se puede hacer: tienes la encía muy débil y las piezas muy desgastadas… Cuando fui a renovar el carné de conducir, mira Venancio, vas a necesitar gafas. Tienes que ir al oculista, ya no puedes conducir sin ellas. Y me ha salido un juanete y tengo el alma, digo el pie con un par de callos del copón.
En el instituto me dicen que no hay esperanza para los males de la educación, y los asuntos políticos, pues ya se ve como andan. Y encima, los griegos me dicen que lo mejor es no haber nacido y lo que le sigue en bondad es morirse cuanto antes.
La caducidad es una luz deslumbrante; el deterioro, un hecho; la limitación, una fuente de desesperanza; la fealdad, un dato inequívoco que nace de dentro, anda por las calles e invade los medios de comunicación; la basura que echamos en enormes vertederos, la mantenemos en casa, con adoración, cada tarde de tele; los políticos son los gestores de la basura. Dime, Evito: ¿de dónde saco yo un poco de esperanza?
Mi gato deja en el césped un topillo que acaba de cazar, me mira y me dice: -Pareces tonto. ¿No hiciste lingüística?
La mente se me ilumina con su mirada felina. La esperanza no se da en el presente. No se interesa en el pasado. ¿Cómo tener esperanza de que la guerra de Troya no ocurra (tendría que llamarme Giraudoux) o que el Holocausto y Nagasaki sean fantasías delirantes. Pero la esperanza tampoco es un proyecto que se lanza al futuro, porque el futuro tiene, en su almendra, la amenaza. La esperanza, me dijo mi gato, es ese recinto sagrado, idiomático, donde se proyectan los deseos que configuran nuestras más alegres expectativas, haciéndonos olvidar que somos cosa perecedera, como las hojas de los árboles. La esperanza es una cuestión lingüística como casi todo. La esperanza está en el subjuntivo y el condicional o en expresiones que proyectan los deseos hacía un futuro posible pero no probable: “si volvieras, amor mío; si me tocara la primitiva; cuando venga el PP; si aprobaran el estatut; si a Rovira se le cayera el bigote de esa carona de pan ácimo, sin levadura y dura como el cemento armado; cuando saquemos las patatas y matemos el gocho; cuando mi hijo termine la carrera; cuando el abuelo palme; cómo me gustaría que; ojalá lo supiéramos; si el alcalde dimitiera; si encontráramos un político decente; mira que si quebrara la SS; cuando me jubile; ya se encargará Rubalcaba de echar la culpa a los otros; ojalá supriman la religión de la escuela; ya vendrán los otros a hacer una nueva ley de educación; habría que endurecer el código; a lo mejor este otoño le da por llover; a los que queman el monte habría que echarlos al fuego desde el avión contra incendios; las inmobiliarias nos están devorando el paisaje; mi amigo Pedro Blanco siempre dará buena literatura; qué raro que los “intelectuales” anden a la mamandurria del poder: serán de izquierdas; Norma Duval seguramente volverá a bailar para Aznar; Acebes y la anciana Vicepresidenta parece que van a ir al logopeda; a Zaplana tendrían que pintarle de rojo, esa cara que tiene de duraluminio; por lo menos; seguramente; tal vez ; quizá el problema es mío; estoy hasta las narices... etc., etc.” Sí: la esperanza está en el subjuntivo, pero también el temor y la desesperanza y el subjuntivo y todas las expresiones desiderativas están implantadas en mitad del idioma.
Así las cosas habría que pedir socorro a la Real Academia Española, para que suprima algunos modos verbales, pero corremos el peligro de que Pérez Reverte nos sacuda un discurso sobre germanía o nos escriba otra novela.
¡Y sin el consuelo de la Religión!...
Mira Evito, por más que busco no encuentro un hueco especial para la esperanza en el subjuntivo, ni en el condicional ni en el presente por futuro, sino motivos de nuevos temores.  Así que sigue con tu topillo y déjame que me consuele de la mejor manera. Fatima, tráeme el sacacorchos, por favor.

El diálogo como perversión

Diálogo es una palabreja de mucho prestigio, pero su prestigio tiene los mismos orígenes que el de los “famosos” de nuestras teletardes idiotas. Ni siquiera se salva el concepto filosófico de diálogo, porque basta repasar la historia de la filosofía, para comprobar que el diálogo fue siempre, defensa a ultranza de intereses de clase, de escuela o de partido; expresión de, no deseos, sino ansias de grupos de ideólogos o de partidos políticos y más aún: vocerío de reivindicaciones de identidad, individual o nacional, que busca justificar la violencia y la sangre derramada y por derramar. Se añora una supuesta época de diálogo libre (al estilo del pensar de Platón o Spinoza) pero esa “época” no existió nunca. En la miserable situación actual, incluso la filosofía se ha dedicado, ella misma, a mantener la ficción del diálogo libre. ¿Libre? ¿Libre de que? Se da la paradoja de que el diálogo libre, de lo único que carece, es de libertad. El diálogo es vicario de presupuestos, axiomas, consignas, aprioris banales, que circulan en la farándula de la política o en los medios de comunicación, como comodines para llenar vacíos de información. La palabra es una perversión.
El concepto de diálogo se supone unido a otro concepto de prestigio que es el de “tolerancia”. Es éste, concepto de mucho adorno, como la limpieza y la asepsia son adornos de la “auténtica” prostitución y la actividad de las letrinas. La tolerancia, en el diálogo, reivindica ya el “respeto” a la opinión del otro, sea esta la que sea. Pero, mi querido lector, hay opiniones que no son respetables sino detestables y no sólo por su carencia de fundamento histórico-filosófico, lógico o cultural, sino porque, además, se han convertido en máximas y principios irrenunciables que hay que defender, menos con la palabra que con las armas… defenderlas “como sea”, o sea, caiga quien caiga. Por ejemplo: Una banda repugnante, ha matado a mis hermanos (policías, niños, padres, madres etc.) pero me ha insinuado una convocatoria:
-Dejaré de matar, si se sientan a la mesa conmigo a dialogar. (¡perdón por la rima!)
-¿A dialogar sobre qué?
-Bueno, si me hacen determinadas concesiones, dejaré de matar definitivamente y se acabará el conflicto en esta nación.
-Pero eso no es dialogar, es decir: discutir razonablemente, aceptar el error del crimen, dejar las armas, reclamar justicia (¡justicia, no legalidad simplemente!) contra el delito, sufrir la pena correspondiente y satisfacer el agravio hecho a las víctimas.
-Ya. Pero eso es lo que hay y, además, me tienen que dar…
-Ah, bueno. De acuerdo. Para que vean que soy tolerante.
Hace falta estómago para aceptar semejantes presupuestos en una negociación. Porque se trata del negociete, y no de un diálogo. Aquí hay que recordar los versos de Machado y espero, lector, que no lo consideres racista: Cuando dos gitanos hablan / es la mentira inocente: / se mienten y no se engañan.
En la confusión idiomática, la palabra “conflicto” se las trae. Claro. A usted le apalea, en la calle, una banda de gamberros y, a continuación, los canallas aseguran que hay un conflictúa y que hay que dialogar. Y usted, gestor mío, querido gestor, trata de convencerme de que, en efecto, hay que dialogar. Y por qué no usar sin rebozo la palabra negociar. Ah, la palabra negocio suena feo y está cerca de la palabra trapicheo. La palabra diálogo tiene mucho más prestigio. Seguramente convenceremos uno por uno a todos los componentes de la banda, de que sus posiciones teóricas y los “ideales” ji, ji, por los que han derramado unos seis mil litros de sangre inocente, estaban equivocados. Y los convenceremos con nuestra tolerancia y nuestro talante tolerante.
Y luego está la palabra “perdón” y las palabras “vencedores y vencidos”. La palabra “perdón” queda muy cristiana y muy elegante y adornada de la otra palabra trampa: la “generosidad”. Y se dice: “la sociedad debe perdonar…” Pero “perdón”, un sentimiento muy poco estudiado en psicología, implicaría que el asesino reconociera su crimen, y que él mismo exigiera el peso de la ley sobre su cabeza y que la víctima, en un gesto de blandura inhumana, quisiera olvidar el daño que se le hizo y dar, incluso, un abrazo al asesino. Demasiado cristiano y demasiado para el cuerpo.  En cuanto a las otras dos palabrejas, ni siquiera se debiera tener la desvergüenza de usarlas, a no ser que hayamos aceptado lo del conflictúa y la guerra justa… No existen vencedores ni vencidos, porque no existió ninguna guerra y sólo hay asesinos y víctimas y las víctimas están en la tumba o en silla de ruedas y los asesinos ponen en la mesa su triste recuerdo para “dialogar”. Y hay más: axiomas como “las víctimas no pueden condicionar la política”… ¿Y eso? ¿Pero no se repitió hasta la saciedad por parte de los mismos políticos negociadores que “víctimas éramos todos”? Bueno, bueno, bueno. ¿Entonces para quién trabajan los políticos? ¡Qué tontería! Los políticos, en general, no trabajan, van a votar. Y más aún. Llegará el día que, cuando alguien nos diga que se dedica a la política, nos echemos la mano a la cartera instintivamente.
Todo esto, amigo lector, si tienes buen seso y estómago, lo estás viviendo en la euforia estúpida de un cuerpo social, que dobla la rodilla ante la injusticia y el terror. Ya lo hiciste otra vez, cuando el terror decidió derribar un gobierno y lo consentiste, pero por lo menos deberías pedir que se usen con probidad y propiedad las palabras y no se dé un paso, sin la certeza de que no se traiciona ni al lenguaje, el sagrado vehículo de la vida, ni a los muertos, a los que se les arrebató el lenguaje y la dorada existencia con una previa perversión idiomática de palabras que no contienen más que: mentira, traición, robo, crimen, fanatismo, secuestro, extorsión y desvergüenza y de fondo, la coartada de otra palabra sangrienta: Nación. Otra palabra traicionada a diestra y siniestra, o sea, por la derecha y la izquierda, abertxales o moderadas, nacionales o autonómicas que para el caso son lo mismo.
 -¡Hala! ¡Todo el rebaño tranquilo! Han dicho los lobos que van a dar una tregua. -¡Pero oiga!... - Chisss. A callar. - Es que me llamo Miguel Ángel Blanco. - Chisss, vuelve a la tumba desgraciado. Tú ya tuviste los honores preceptivos.  Esto no va contigo. Las víctimas no deben interferir… deben saber perdonar. 

El poder

Antiguamente se decía que una persona educada era una persona leída y escribida.  Hoy hay que decir: ‑Que no, mamá, que se puede ser imbécil en tres carreras y gilipollas en cinco idiomas. Es decir; el conocimiento opera sobre la inteligencia pero no sobre la sede del poder, la voluntad. El Dios de la teología era inmutable porque era todopoderoso. El poder no cambia, es un dios. El poder dice: ‑¡Quiero continuar aunque tenga que adaptarme! y lo dice en esa jerga peculiar suya que maneja clichés a troche y moche. El poder, cuando de veras quiere permanecer, es decir siempre, lo hace desprestigiando a la oposi­ción y asegurando que sin los que actualmente lo ejercen la vida será el caos. No repara en que sólamente un buen enemigo dará la dimensión de su valía. No es bueno desprestigiar a la oposición, pero, no hay que apurarse, en la medida que quiere el poder la oposición tiene la misma ética. Porque cambian los individuos pero no la legalidad del poder. Todo ha cambiado desde la muerte del Señor, todo, menos el Señor que ya no se llama Franco pero ha ocupado la misma poltro­na. Pensábamos que los famosos cuarenta años iban a cambiarse de un plumazo y que el Poder lo iba a lograr. ¡Qué error! La dictadura dejó impresas en el alma imáge­nes deformadas de la libertad. En ellas perdura la dictadura. A esa manera interiorizada de la dictadura le vale  aquella idea  evángelica: ‑El Reino, dentro de vosotros está. Han de pasar muchos años para que perdamos esos feos modelos que transmitimos a nuestros hijos.

     La jerga del poder es siempre la misma y se apoya en un pequeño conjunto de dogmas que llaman pomposamente teoría políti­ca, o peor, filosofía. Lo que diferencia a un político de un intelectual es que, aquel tiene una jerga llena de certezas y verdades, porque nada tiene que ver con la verdad o la autentici­dad, mientras que éste, porque no usa jerga, sino un lenguaje cada vez más sutil que se refiere a lo verdadero o lo bello, es un tipo inseguro. El político cuando analiza el lenguaje de su oponente no es para buscar en él lo poco o mucho de verdad que pudiera hallarse, sino para descalifi­car a la persona que lo usa, como necio, incompetente, estúpido, corrupto, indigno de ostentar el poder que pretende. Los políti­cos están muy preocupa­dos por la moralidad... ajena. Ellos no necesitan moralidad sino imagen. No les preocupa robar, sino que la prensa canalla los pille con el pastel en la mano. Cuando eso ocurre suelen decir que confían en la Justicia ... etc. Cuando ocurra lo peor se mantendrán un tiempo apartados para maquillarse y cambiarán de imagen, Suelen aprovechar la imagen de los demás: Unas pinceladitas de Machado pueden darme aire inte­lectual. Un poquito de piano puede darme apariencia de alma sensible y político culto y diferente. De uno aprovechan el aire meditativo, de otro el chiste fácil, la frase ingeniosa. Del de más allá el porte aris­tocrático. De aquel otro, el desgarro y la camiseta sucia de obrero... Son hábiles y rápidos en el cambio de máscara. Ahora se comportan con escepticismo, ahora con intransigencia. Todo son máscaras y guiños de perillán y el teatrillo de bubulú, que tanto les gusta, es el Parlamento. En cuanto a las citas con que suelen apoyar sus asertos tienen la más variada procedencia, pero sería conveniente que el Parlamento editara un manual de citas para evitarles la vergüenza del error; una cita mal hecha echa abajo un discurso y subraya la mentira y estupidez del mismo. Los po­bres las toman de donde pueden y no se paran nunca a comprobar­las. A veces, tras una frase rotunda destinada a tapar la boca o a hacer reír a  los amigos bajan el micrófono con un gesto rubri­cante. Otras cogen el micro como si fueran a masturbarlo y en efecto su discurso es una pobre eiaculatio. Como se ve, la gente del poder está muy mal educada pero ¿a qué persona cultivada se le ocurriría reclamar poder para sí como si fuera un beneficio? Ahora les preocupa no la corrupción y su eliminación sino la imagen fea que esa sombra da de ellos. Pero no corregirán su conducta sino que tratarán de que los ciudadanos cambien de opinión. Y aquí termino. ¿Qué se puede esperar de gente así?


domingo, 4 de septiembre de 2011

El fin de los sueños.


        Es curioso cómo algunas ideas conservan su vigencia a pesar de los años en que se pensaron. Esta entrada fue escrita hace diez años. La he vuelto a leer y sigue siendo válida para este septiembre vacilante que nos amenaza con un otoño húmedo y dorado.                                     

      ‑Un poco más. Apura un poco más. Todo va a cambiar. La  fortuna está a punto de sonreírte, mi querido Vladimir‑. Con regularidad de pleamar esta idea nos mantiene cada día en vilo.  ¿Hemos sido elegidos, precisamente nosotros por esa mujercita  encantadora? Nuestra vanidad nos dice: ‑¿Por qué no? Gente de  mucha menos valía se encumbró con más facilidad. ¿Por qué no yo?  Y apuramos los últimos días de las vacaciones estivales con fruición esperando que el milagro se realice. Llega, pasito, Septiem­bre. Palidecen ligeramente los árboles y se acortan los días y se  llenan de placidez áurea. Los escolares preparan su cabás. Duran  días soleados, blandos días prologales del Otoño. La ciudad se  llena de rostros de bronce, escotes exageradamente morenos, mone­das romanas bruñidas que dilatan unos días más la ilusión de una  playa que, si tiene algún encanto, éste procede de fuerza idelizadora de nuestro recuerdo. A cientos de kilómetros de la costa  se tambalea nuestra ilusión. Hemos sido elegidos sin duda, pero la  confirmación de esa elección se demora porque, de forma secreta,  la realidad conspira contra nosotros. Es una confianza ya tan  leve, que estamos a punto de reírnos con con el mismo sentimiento de ridículo con que consultamos el horóscopo donde un aconteci­miento inesperado, una nueva relación, una disposición que re­quiere talento ‑algo que a nosotros nos sobra‑ cambiará de forma  decisiva nuestra vida. Pero no hay milagro y hemos de volver al  trabajo, a la rutina con una pequeña decepción más, que se suma  a los miles de decepciones que, de alguna manera, constituyen  nuestra vida. Al principio con desgana pero luego cada vez con  más brío, tomamos de nuevo nuestra profesión y colocamos en la  puerta de su jardín un ángel con la espada ardiente. Aquí acabaron ilusiones y dolores. Vagamente entendemos que la esperanza  que pusimos en el verano contenía algo de la esperanza de nuestra  adolescencia y recordamos nuestro joven cuerpo de entonces como lo que era: una garantía de triunfo inmediato. Pero, ay, no hay  triunfo para nosotros. Puede que mejore un poco nuestra situación,  puede que mejore nuestro puesto de trabajo, puede que nuestros  bolsillos se llenen con rapidez pero no era ese el triunfo que  deseábamos. Todos los días la vida nos engaña con su copa: ‑Bebe  un poco más. Bebe. Emborráchate de sueños un ratito más, desgra­ ciado... Sueño eres y en sueño te convertirás.

     En nuestra oficina hay varios compañeros que se han reincor­porado al trabajo con la misma actitud que nosotros. Si nos acer­cáramos a cada uno para decirle que nos agrada su aire feliz, ve­ríamos que la boba mayoría miraría vagamente al infinito y diría:  ‑Sí, soy feliz en efecto, no me puedo quejar. Algunos, más conscientes, sonreirían con cierta tristeza: ‑Si yo les contara‑.  Algún otro nos contemplaría con estupor: ‑¿Alguien puede creerse la patraña de la felicidad?  El más inteligente, ese hombre de  mirada pensativa, cuyo gesto está entre la sonrisa complaciente, ‑quizá escéptica, quizá triste‑, puede que se encolerizase con  nosotros: ‑¿Feliz, dices? ¿Es que me tomas por un estúpido?

     Las vacaciones son el metro de la brutalidad de nuestro trabajo. Necesitamos vacaciones porque nuestra actividad se ha desnaturalizado. Queremos huir del feo enemigo emboscado en acecho,  pero en lugar de dar alimento a una interioridad que se agota,  necesitamos loquear y hacer tonterías durante un mes, porque durante once meses hemos adquirido ese derecho. Cambiamos una actividad idiota por otra desbordada pero idiota también. Queremos ser jóvenes de nuevo y apuntalamos un cuerpo que argalla por todas partes. Ignoramos la muerte cuando miramos a las jovencitas con la misma vanidad con que la zorra miraba las uvas. Acaban las  va­caciones. La felicidad esperada es el sueño que se muere en  algún rincón oscuro de nuestra alma. ¿Sí? Pues pongamos en su  puerta un ángel que le impida resucitar porque nada hay tan engañoso y per­tinaz como ese sueño.

     Septiembre. Estos días en que el verano se debilita, podrían ser el momento de nuestro examen¡ Rendir cuentas a la vida, nosotros, estudiantes siempre rezagados! Pero lo aplazamos indefinidamente. Amparados en la rutina del trabajo, dedicaremos once meses  a no‑pensar. Luego, planearemos las mismas vacaciones. Y es que en el joyero de Pandora de nuestro corazón conservamos el virus  que infecta toda nuestra vida. La esperanza.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Nadia Tereskova


                  Yo no sé cómo hay gente que se le da tan bien la cosa. Y luego esas tías que no se depilan las piernas. Claro que a uno le pasan las cosas que le pasan, por ser como es o porque las cosas no son como en las películas. ¿No? Claro, muy bonito. Llega un tío al hotel, muy guapo y tal y ve a una gachí en el hall o en el comedor y enseguida en qué habitación estás y luego, como que no quiere la cosa, la gachí llama a la puerta de la habitación y que nos suban la cena y champagne donperignon o como se diga que yo tampoco soy yeinsbon... y ya está y luego resulta que la rubia era una espía rusa y ahí empieza el tomate. Y hoy estuvo a punto de pasarme cagüenla pero... Hasta el idioma que yo no sé cómo ocurre pero a unos les ayuda y a otros les juega una mala pasada. Aunque la espía sea rusa siempre habla el inglés que no se le nota nada como si hubiera nacido un suponer en guasintón.

            Nada, que entré en el hotel y en hall había una muchacha guapísima marroquí ella y a mí qué más me da la nacionalidad cuanto más que también hay espías marroquíes y ésta parecía que me tenía que esperar a mí y yo la miro y ella me mira y ¡ya está -me dije, la espía rusa! Así que pedí la llave al conserje que hasta eso, era negro como en las pelis y le dije bien alto, que cualquier espía por sordo que fuera lo oyera, le digo doné mua la 405 aunque mi francés sea malo ¿no? pero se entiende y me subí a mi habitación y al pasar hacia el ascensor puse cara de Bogart hey flaca! Y la tía me volvió a mirar ya está en el bote pensé. Así que entré en mi habitación y me dije lo primero de todo una ducha de agua caliente y luego a esperar... Me duché a conciencia casi recreándome en mi cuerpo mucho más atlético que el de Bogart. Me duché con unos tocamientos como muy sensuales olé mi cuerpo serrano y me di cuenta que me está saliendo barriga ¡qué corte! y yo creo que me hizo observarme más mi rusa morena de Rabat guapísima mecaguenlá y la emoción me hizo resbalar en la ducha porque pisé esa miserable pastillita de jabón marca Cadum que ponen en todos los hoteles menos en los buenos buenos que hay sauna y por todos los sitios pier cardén y cartier pero en el mío no y me caí y me di un costalazo que tengo no un cardenal sino toda la corte papal en salva sea la parte o sea el culo. A pesar de todo salí de la ducha cojeando sí pero silbando casablanca o el puente sobre el rio cuay que no me acuerdo  y terminando de secarme. Al salir me miré al espejo y me dije un poco calvo si estás pero eso da más interés a cualquier aventura que estamos hartos de guaperas y richar yere y en todo caso se apaga la luz pero entonces me dio la risa por el chiste esto era un tío que era calvo pero llevaba peluquín y la noche de bodas se lo quitó con la luz apagada porque le daba vergüenza y la novia le pasó la mano por la cabeza Pepe quita el culo de la almohada. Es muy viejo pero me dio la risa viendo la única entrada que tengo que me llega al cogote. Bueno pues que me estaba silbando digo secando desnudo on the roks y llaman a la puerta ya está mecaguenlalé y qué hago pues tiro la toalla mientras digo "an moman" que en francés significa un momento espere un momento y nervioso que no me entraba una pierna por el calzoncillo a que me caigo otra vez y me deslomo y todavía no me he puesto un poco de colonia lacoste San Cristo que apuro y en esto oigo que meten la llave en el pomo y digo otra vez gritando an moman sil vu ple que quiere decir un momento por favor y la tía debió de entender avan sil vu ple que quiere decir pase por favor lo cual que entra la doncella de la planta una tía más fea que un Picasso al revés que ni se depila los bigotes ni las piernas una bereber Kherifra gordona que venía a traerme las toallas y yo todavía intentando meter la pierna por la pernera y ella como esa enfermera que para que orines la anestesia te pone sonda con mano firme y sin contemplaciones y tú quieto en la cama que no estás para nada, pues eso, entró en el baño dejó las toallas y se alejó moviendo las ancas y la cabeza. ¡Encima! ¿qué se pensaría la tía que soy un exhibicionista  o del FMI? Y además qué costumbre de no depilarse sino cuando lo pida el marido que entonces se depilan enteras. Todo mi gozo metido en un pozo por culpa del francés y por culpa de haber visto mucho cine. Y la tía salió mersi bocu a tutaler gracias hasta luego y me dio la espalda justo cuando colorado y lleno de rabia conseguía cubrirme con la toalla y ni me miró cagüenlaleche. Y yo miré pabajo y qué ¿qué hay que mirar? A tutaler, mi Nadia Tereskova, alcancé a decir con coraje reconcentrado cuando cerró la puerta. Querido lector. ¿Viajas mucho? que tengas más suerte con el francés y no te toque una doncella sorda y si te toca sorda, por lo menos que se depile que es lo menos que se puede pedir a una espía rusa. Y desde luego no vayas a comportarte como ese francés que quería un francés o sea el del FMI porque a lo mejor es una espía de verdad y entonces estás apañado.