domingo, 31 de julio de 2011

El lugar exacto de la crisis

En Zorba hay una secuencia preciosa que podría ser la imagen exacta de lo que deja esta legislatura ya prácticamente amortizada. Es el momento en que la estructura de madera por la que deberían bajar los troncos de madera para entibar la mina se derrumba estrepitosamente y Zorba suelta una carcajada y exclama: “¡Jefe. Qué desastre más espléndido!” Por desgracia no tenemos la alegría de Zorba.
Durante siete años la vida se levantó sobre presupuestos inconsistentes donde la impresión primera se prefería al análisis sesudo. La falta de un programa cauteloso de moderación y esfuerzo se sustituyó por la euforia de una bonanza económica que como la estructura de Zorba crujía cuando se la sometía al menor análisis. Prudente fuera no gastar más de lo que se ingresaba ni endeudarse más allá de un límite asumible. Todos sabían que el gigante crecía sobre pies de barro y que la burbuja inmobiliaria se hallaba envuelta en otra de alambres espinosos, pero la inmediatez del éxito, la agilidad del dinero, la euforia del nuevo rico, la seducción de lo fácil, la abundancia del papel dinero, la fascinación del preludio, la prodigalidad de las subvenciones y finalmente la falta de previsión de consecuencias, dejó sin resortes a una sociedad “alegre y confiada” y sin un plan B a un gobierno que parece carecer de conciencia de lo que es un Estado y de la necesidad de afianzar los cimientos sobre los que habría de asentarse.
La falta de cimientos se percibe en una mirada objetiva sobre la educación; una mirada apartada de la vana creencia de que una vez parida la ley, no se necesitan evaluaciones meticulosas para ver si el edificio cruje o está bien fundamentado. La ley que se llamó “Estrella” y que nos ha estrellado, ha hecho aguas por todas partes y ha conseguido lo contrario de lo que su excelso preámbulo prometía: ha colaborado con los medios de comunicación de masas en el embrutecimiento general del estudiantado. El estudiante en general, se ha olvidado del esfuerzo y de la propia excelencia humana e intelectual que debería ser el más bello objetivo de su vida. Y tiene que ser la denostada derecha la que reivindica una cultura del esfuerzo y la excelencia porque una izquierda demagógica tiene miedo de la palabra elite. El barco se escoraba peligrosamente y movía su proa hacia horizontes no previstos, desde la época del imponderable Marchesi.
La vanidad en el poder, es desgraciadamente cegadora. ¿Cuánto gustan los políticos de cantores de su propia excelencia? Aquí la frivolidad y el desparpajo de la mediocridad alcanzan cotas difícilmente superables. Cuando la ideología política  financia el arte, lo corrompe y en los artistas afines aparece el mismo espíritu que movía las exhibiciones con que se adulaba en el Bernabeu al Caudillo con la  simpleza de los frutos culturales del caudillaje: la ingenuidad de las exhibiciones escenificaba el concepto de cultura que tenía el gobierno de turno aun lleno de brillantes inteligencias. Nuestros cantantes, nuestros realizadores, nuestros escritores en el “candelabro”, nuestros calatravas y almodóvares, hay que decirlo de una vez, son el paralelo de la música que acompañaba las evoluciones y bailes del denostado “movimiento”. Y la voracidad de la SGAE, no es más que un síntoma de la mediocridad de algunos autores allí representados y que llevan la voz cantante y mando en plaza.

Me complace pensar que los mejores jóvenes de nuestra miseria universitaria se abrirán paso huyendo de Bolonia hacia cursos de excelencia en otros países. Quiera el hado que regresen para ver de sustituir la tripulación del barco del Estado si este no se va a pique como parece que amenaza. La excelencia, en fin, fue proscrita tanto del profesorado como del estudiantado
¿Y qué pasa en el gobierno cuando la mediocridad se acompaña de picardía? Entonces el país entero es el escenario de una comedia de pícaros, marcas y rufianes dispuestos a dar cuenta de todo lo que debería salvaguardarse. Aparece el pícaro dadivoso con sus amiguetes que regala puestos y subvenciones a troche y a moche y compra estómagos con el dinero de los impuestos donde tanta sangre vierten los más desvalidos. Aparece el hombre de partido con escasa escolaridad que nunca soñara que su falta de estudios sólidos sería tan bien pagada con un puesto-bicoca de ministro, subdirector, secretario, diputado o alcalde. Aparece el hijo, la hija, el cuñado y el primo, con garantías para logreros, y bufete de recaudación juntito a las oficinas del señor Consejero. Aparecen marcas y soldados fanfarrones, voceros sindicalistas, con amenazas cínicas que se gritan en la prensa mientras sonríen y hacen guiños al poder ante quien doblan la rodilla por mor de las subvenciones. Aparecen empresas oficiales parasitarias que burlan los mecanismos de selección del funcionariado y se agarran a las alforjas de la hacienda pública como garrapatas de succión que no de gestión. Aparecen ejecutivos de todo tipo que en un santiamén ejecutan buena parte del erario bancario, empresarial o estatal. Y aparecen políticos milagreros, capaces de multiplicar sus bienes en un pispás y de atar corto a la justicia. Aparecen reivindicaciones separatistas que reclaman su parcela de independencia cada vez mayor aprovechando la debilidad del Estado (“Nunca recibí tanto por tan poco”). Aparecen parlamentarios de mesa, café, copa y novia que aprovechan su estancia en Madrid para el paripé parlamentario y para echar al aire todas las canas… porque muchos de ellos rondan la edad del depravado que llamamos viejo verde. Y el parlamento es el escenario de la teatralidad donde se habla pero no se escucha o donde ni se escucha ni se habla pero se bosteza; donde el trabajo de apretar un botón recibe un sueldazo; donde la denuncia y la verdad que requieren mesura se dan a gritos y se contestan con la descalificación personal o del grupo. Y la deuda crece y el gasto no se compadece con auténticas necesidades de un pueblo asustado por el paro, pero donde un 25% cobra paro fraudulentamente.
El efecto “mediocridad” es pavoroso en los “media”; la información importante se junta con la banal, muchísimo más abundante e “importante”. Se vende como intimidad el erotismo sórdido, la miseria moral, la necedad descarnada, la pornografía de bajo perfil y la cochambre de pensamiento degenerado; la expresión y gestual de una analfabeta, nombrada “princesa del pueblo”. Y se vive en la apariencia, en el “como si”, con la tranquilidad cretina de quien cierra los ojos para no ver el peligro. Como dice un pensador alemán: El mundo está al borde del abismo pero la señora de la limpieza viene dos veces por semana. Porque, en efecto, nos quedamos tranquilos con la pequeña cuota de lo que llamamos bienestar y no es más que facilidad de consumo provisional. Y arriba, en la cumbre de la democracia, el nuevo dios de una época sin Dios: el joder político que se trifurca en joder legislativo, joder judicial y joder ejecutivo, como dice un querido escritor sudamericano. EL PODER. ¿Pesimismo como consecuencia? ¿Nos merecemos lo que tenemos? De merecimientos no hay que hablar sin volver al sistema educativo de cuyos males ya hemos hablado.
Ah, se me olvidaba. Hay dos palabras talismán de políticos de corto alcance: crisis y sostenible. La frase indecente de la impotencia que se escucha por todas partes: “la culpa la tiene la crisis”. Y así un pueblo atontado por los media comprende como causa lo que es el resultado de indecentes conductas sostenidas y a lo que parece,“sostenibles” ji,ji. 

sábado, 30 de julio de 2011

Variaciones sobre una quijada

LA QUIJADA DE UN BURRO
Grueso, colorado, apoplético y filósofo, Onofre detuvo su paseo diario, un instante, para contemplarla, expolio sin duda de perros y aves rapaces. Del prado en que pació plácidamente la paz primaveral, el blanco hueso retenía algunos restos de luz. Un momento, perdió el paseante la noción de tiempo y espacio, como una introducción al grave meditar sobre el paso de las edades. Después abrió su móvil y envió este breve mensaje a un su amigo profesor de metafísica en Salamanca: -¡Cuanta razón tenías, Pandolfo! [1]Y… siguió su paseo.
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            Algún perro la abandonó en la cuneta. Don Deogracias se la encontró a la sombra dorada de un piorno, cuando paseaba por el caminito de los Adiles, mientras leía su breviario. No la miró sino con el rabillo del ojo, pero se estremeció su alma sensible porque sobre el campo, llevada del viento, vio cruzar espantada la sombra de Caín. Y el cura anotó en su agenda: “Se aproxima. He visto la señal de la bestia. 17 de Julio de 1936.”
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Cuando se cercó el Bosque  y se puso guardia de seguridad en la puerta, el señor Fotinós Panémorfos[2] (una colonia griega se había establecido al este del recinto) abrió una tienda de aperos de labranza y pastoreo. Alto y enjuto, ojos de fuego y lengua bífida e irrestañable, sinuoso de ademanes (alguien le aplicó el adjetivo de “reptilíneo”) y maestro en el arte del halago, el señor Panémorfos no tuvo más que dos clientes. No fueron muchas las ventas, pero el tendero resistía con los pagos en especie de un campesino y un pastor. Hasta que un día, además de aperos, decidió vender armas. Al poco tiempo apareció muerto el pastor, y el campesino desapareció misteriosamente y no se supo más de él.
El señor Panémorfos desapareció también de forma enigmática. Unos dicen que se convirtió en serpiente y se fue bajo tierra por un estrecho agujero; otros que se fue cabalgando una nube, sustentado por dos enormes alas de murciélago. Pero yo conozco un Fotinós Panémorfos asesor bélico del Pentágono.
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El juez lo miró con frialdad y el señor fiscal le preguntó con indiferencia:
-¿Reconoce ser de su propiedad el objeto con el que golpeó a su hermano hasta causarle la muerte?
El acusado asintió sin mirar aquel objeto contudente que la policía identificó como arma con la que se perpetró el homicidio.
-Señor, juez: fue un mal viento… Al Este del Bosque[3] crece el desierto y el calor… Luego está el desprecio del padre… ¡Váyase al carajo, señor Juez! -dijo el acusado, mientras miraba distraido las nubes ligeras de la ventana.
-Responda el acusado sólo a lo que se le pregunta. Anótese. El acusado, Caín, reconoce ser suya el arma homicida y a la pena que le quepa como convicto, añádase multa de un talento por desacato.
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El mismo día en que sobrevino la muerte, el alma del poeta sufrió una incurable cojera. Todos los domingos se la veía caminar por el campo con un ramo de rosas rojas. Lo depositaba encima de una piedra, en el centro de un campo chico de velludo verde y allí permanecía sentada hasta el atardecer en que le rezaba, a la primera estrella, una oracioncita breve y azulada.
El Domingo de Resurrección, el poeta encontró la tierra removida. ¿Un perro? ¿Una alimaña? Asomaba un hueso blanco que el poeta tapó amorosamente con una lágrima en los ojos. Recolocó la piedra y depositó las rosas, sacó un cuadernito y escribió: -Mira, Platero, tú que estás paseando, sin duda, a las almas cojitas y desvalidas, por los caminitos del cielo…
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Hacía tiempo que vivía en una caverna. Allí oraba y hacía penitencia. La mañana se la pasaba subiendo una gran piedra hasta la cima de la alta montaña. Por la tarde la bajaba hasta su base. El olor de un onagro que se pudría al sol cerca de la gruta, le defendía de visitas importunas. A la noche se purificaba, comía un poco de cecina y tras una breve oración dormía sobre el suelo de la gruta. El ejercicio y la austera alimentación hacían crecer, paradójicamente, en sus músculos, una fuerza descomunal, de forma que cuando vinieron a por él, cuando la policía tomó el monte, agarró la quijada del asno y mató a mil; los demás huyeron espantados. Él arrojó lejos la quijada se sentó sobre una piedra y estuvo toda la tarde canturreando una extraña canción guerrera. En la mano le quedó largo tiempo el olor de la muerte.  Fue más tarde cuando conoció a Dalila.
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-El campo soleado, la armonía de la luz entre las hojas de los chopos, el murmurio asombrado del arroyo entre zarzas y endrinos… Escriba, Cesidio. Anote. Anótelo todo. La nube en lo alto, sobre la roca blanca y el éxtasis de un cernícalo aleteando en el cielo azul. Un instante calló el juez estremecido. ¿Se ha percatado, se ha dado cuenta de que aquella cresta nevada se parece al arma homicida?
El secretario guardó silencio unos segundos. Un mirlo silbó un brevísimo sobrecogido motete en lo alto de un chopo y la fina brisa de Gredos calló un instante.
-¡Es cierto!
-No parece este el escenario de un crimen ¿verdad Cesidio?
-El secretario se rascó el cogote: -No, señoría, no lo parece.
-¿Se ha dado cuenta, el señor secretario, de que, el arma homicida con que se perpetró, tiene grabado un número de serie?
El secretario miró la bolsa de plástico turbio en la que el juez había metido la quijada de un asno. Guardó largo silencio y aventuró tímidamente:
-¿El número de la bestia?
El juez se quitó las gafas y miró en derredor espeluznado. –Cesidio, vaya y dígale a los civiles que ya puede alzarse el cadáver para la preceptiva autopsia.
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            Vinieron las autoridades y, cuando todo estuvo dispuesto, le hicieron descender del furgón, cortaron la cinta y después de colocarle un collar de flores al cuello lo dejaron irse mientras el gobernador improvisó un hermoso discurso sobre la felicidad de la libertad idílica de la Naturaleza y el obispo bendijo los campos en los que pastaría feliz el último de su especie. Siempre es una gran pérdida la pérdida de una especie. El Gobernador, al final del acto, aseguró que había dado orden para que los artilleros no volvieran a hacer prácticas de tiro en aquel lugar y había mandado a los artificieros limpiar los campos de granadas y obuses que no hubieran explosionado (aunque son muy minuciosos ya se sabe que en el campo quedan artefactos explosivos) para que el burro pudiera vivir feliz aunque solo, los años que Dios le diera. Durante algunos días, los vecinos escucharon rebuznos que se antojaban lastimeros o felices, según fuera el grado de optimismo o pesimismo de los que los escuchaban. Pronto los rebuznos resultaron molestos, sobre todo por la noche cuando los vecinos querían conciliar el sueño. Hubo protestas. Habían dejado de oírse disparos de artillería pero la artillería se escuchaba solo los días de prácticas de tiro en tanto que los rebuznos se escuchaban día y noche.
Una noche los vecinos escucharon la detonación de una granada. Después y para siempre sólo quedó el silencio. Doscientos años después, unos niños excursionistas encontraron un hueso extraño y se lo llevaron a su profesor de biología.
-Parece la quijada de un equino, extinguido hace muchos años.


[1] Se refiere al poemita de Machado: ¡Oh, calavera! / Y pensar que todo era/ dentro de ti, calavera.
[2] Fotinós Panémorfos “el que ilumina con luz bella”
[3] Propiamente Parádisos se debe traducir por "bosque donde viven y se cuidan animales".

miércoles, 20 de julio de 2011

Soneto (con perdón) al modo de la vieja escuela.

                             PASEO POR EL AMOR Y LA MUERTE

    Bebes la clara luz de una alborada,
vives en el silencio de las rosas.
Creces como las almas de esas cosas
que tienen un dios dentro. Alborozada

    mente, la nube aprende en tu sagrada
cabeza, las razones más hermosas
de su destino de llanto. Rebosas
calor y olor de tierra roturada.

    Busco el verano intenso de tu huerto,
y tu Dafne sonrisa triste y pura
detiene mi furor de macho hambriento.

    Se para mi dolor ante el incierto
cauce que lleva al mar la tu hermosura
y vuelvo cabiztriste al pensamiento.

lunes, 4 de julio de 2011

LA RESPONSABILIDAD DE LOS JUECES

Salía de la clínica hecha una loba. No era para menos, se había quedado huérfana. La señora tenía 70 años. –Iré hasta donde tenga que ir –decía la buena señora porque yo traje a mi madre con un simple catarro y me la entregan membrillo en una caja de madera. A ver por qué no la han atendido como se debe. Que me lo expliquen, que me lo expliquen. Pacientemente el médico le había explicado: - Su señora madre no tenía un catarro sino que ha palmado de una neumonía del copón y de noventa y cinco años que tenía. -A mí no me va a convencer con cuatro palabritas que no las entiende ni usted. Yo lo que quiero es saber qué ha pasado con mi madre que esta mañana se desayunó un cacho chorizo y  vino talmente una rosa y ahora me la van a dar en copa de plástico. Tengo un sobrino que es abogado... –Pero señora... – Nada, nada, voy a pedir responsabilidades, caiga quien caiga.

Mientras me sacaba una de esas muelas que no te quieres sacar por miedo a lo peor: esa muela que llamamos del juicio y por algo será.( –Deberías sacarte esa muela. Y yo: - Mientras resista, algo de juicio me quedará). Pues como digo, mientras me sacaba la muela del juicio, mi amigo Julio el dentista me decía: - Tengo un seguro de cien millones de pesetas, porque si hay un accidente, un abuelo que le da un paparajote de orujo y anestesia, una señora que se cae de la camilla y se te perniquiebra, te pueden pedir responsabilidades y dejarte desnudo que ya sabes como se las gastan los jueces: - Descuido culpable, por no advertir a la señora que podía caerse y romperse la punta el coxis: veinticinco millones de indemnización. Treinta millones por no preguntar al abuelo si era alérgico a la anestesia. – Pero si yo mismo le saqué todos los dientes y nunca tuvo ese problema. - ¿Sí? Pues otros dos millones por dejarle la boca como paso de cebra despintado y por daños morales, que desde entonces no se mira al espejo. ¡Responsabilidades! Responsabilidades por descuidos y errores, reales o supuestos. ¡Responsabilidades! La democracia es responsabilidad de todos.

-¿Oye, y el cirujano que olvidó una pinza en el vientre de un homo y el pobre anduvo con ilusión de parto dos meses? Hay que pedir responsabilidades. - Anda ¿y el caso de las vacas gilipollas?... ¡Hay que pedir responsabilidades!

A una compañera de profesión le pusieron una multa de mírame y no te menees porque estando de viaje uno de los niños de su tutoría echó la zancadilla a una niña del colegio y... nada, no pasó nada, pero podía haber pasado. Responsabilidades. ¡Hay que pedir responsabilidades!

Pero... ¿Quién le pide responsabilidades a los jueces cuando comenten error manifiesto? No digo delito, error. Claro que la ley le permite soltar al preso en algunas ocasiones pero puede no hacerlo y menos si no da señales de rehabilitación o hay riesgo de fuga, ¡con lo que costó pillarlo! Ni fianza ni leches, quieto en el trullo que te meto un palo que te enciendo el pelo. Así debía ser. Pero, señoría, ve usted menos que una maceta por el ojete. El tío se ha largado haciéndole la higa a usted, a la justicia y a la poli. - Es que tenía buena conducta... -¿Buena conducta? ¡Anda, coño! Será que rezaba los quince misterios del santísimo rosario. ¿Será que cuanto mayor sea el alijo mejor conducta tiene el pájaro? ¿Qué conducta va a tener en la trena? No va montar allí la caravana de camellos que llegue Tombuctú. ¿Anteayer, un canalla carne de horca y hoy, san Luis Gonzaga? - Hala, a la calle y estáte atento al día del juicio porque tendremos que meterte 25 años de cárcel. ¡Señoría, por favor! La buena conducta se ve cuando, poniéndole ocasión de delinquir, no lo hace. ¿A quién se le ocurre valorar la buena conducta en la cárcel? Además, que la buena conducta puede fingirse. Pues bien,  señor juez,  iustitia defecata est. No hay delito no, de acuerdo. Pero su señoría es responsable del preso. Veinticinco millones por soltarlo. ¡Que usted no sabía!... ¡Haberlo acompañado! Otros veinticinco para indemnizar a los policías que lo detuvieron con riesgo de su vida y ahora están peor que antes de detenerlo, encomendándose a san Sherlok Holmes para que el tío no se acuerde de sus caras. Además que el angelito de buena conducta, tenía delitos contra la salud pública. Así que otros 15 millones para la SS. Ah, ¿que usted no podía prever? La profecía no es tema de su oposición. Tres millones por despreciar al fiscal que le había dicho que el tío era más hijo puta que el gallo de la Pasión y dos millones más por ignorar lo que tiene que saber de primera mano. El siquiatra y el director de la prisión me dijeron... A santo de qué confiar en lo que dicen los demás en casos como este. ¡Buena conducta! Nos ha jodío. Y no sigo imponiéndole sanciones porque si no supiéramos que la justicia es un cachondeo tendríamos que pensar algo peor y ya empieza a darme pena, su señoría.

A simple vista y a la vista del más simple, el respeto que hay que tener a los derechos del delincuente, está resultando más escrupuloso que el que hay que tener por el de los inocentes. ¡Ah, es que los derechos de los presuntos son sagrados para que la justicia no parezca inclemente! Señores jueces, esto no lo entiende ni san José de Arimatea ni san José Luis Zapatero que está hecho de la crema de comprensión. Un tío te pega una puñalada: ¡marchando, una cazadora grande para que este cabezón, conserve su intimidad! Y en el periódico, él en siglas para que nadie lo identifique, ¡angelito!, y tú con nombre y apellidos por si un familiar del tío quiere rematarte. Y más grave. A un etarra, un tal Alcalde, convicto y con un montón de años por delante en el trullo, lo sacaron para hacerlo diputado. Y Dejuana y Trotiño.Pero ¡leches! que me están dando ganas de hacer una burrada a ver si me sacan de la cárcel hecho todo un senador. ¡Rediós, que no hay quien lo entienda, hombre! Que se lo he intentado explicar a mi madre y se hace de cruces - ¿A dónde vamos a parar? ¡Qué sinvergonzada, que cachondeo! Y mi santa madre republicana termina confesando que con Franco, eso no pasaba. 

viernes, 1 de julio de 2011

Soneto a la manera antigua

A Mateo porque Rosalía –su madre- le regaló un reloj,
previniéndole sobre la fugacidad de todo menos del amor.
Cuando siento en mi pulso tu latido,
una luz por mis venas se derrama,
y es mi brazo la flor de la retama
en un tictac de prado florecido.

Un otoño de cielo amanecido
entra con tu voz por mi ventana
y tu amor es la esfera que reclama
presencia contra el agua del olvido.

Vine a tus brazos y me diste el tiempo[1]
y fue feliz el tiempo entre tus brazos.
Ahora en mi muñeca pulsa el cielo

que abriste ante mis ojos y el desvelo
que el reloj me señala con sus trazos.
Y tú vives en mí, signo del viento[2].

Tercetos Variante 1.

En tus tiernos brazos aprendí todo
cuanto puede aprenderse en unos brazos.
Agora[3] en  mi muñeca pulsa el cielo.

Cántaro frágil soy, ardido lodo:
al lodo he de volver hecho pedazos.
Más llegaré a tu vuelo en sólo un vuelo.


Tercetos Variante 2.

Vine a tus brazos y en mi brazo siento
cuánto es el gozo santo de unos brazos.
Pulsa en mi pulso insomne tu desvelo

y el reloj me señala un nuevo cielo.
Soy un pobre botijo hecho pedazos
más tú vives en mí, signo del viento.



[1] N.E. Ver variantes de los tercetos. En ellas puede reconocerse la influencia del poeta Mateo Bautista.
[2] N.E. Refiérese naturalmente al Viento (ánemos) que sopló en Pentecostés según Los Hechos de los A.
[3] Agora es palabra medieval y áurea de rancio sabor popular.

SOMBRA QUERIDA

Todas las personas que ya no están se quedan unidas a las cosas que amamos juntos cuando estaban. Cuatro ojos ven más que dos y dos corazones aman más que uno porque un corazón que está solo no puede conocer el amor. Dos corazones aman más que uno y cuando aman juntos lo que sus cuatro ojos vieron, el amor alcanza a las cosas y estas quedan para siempre marcadas con el  delicado sepia de la nostalgia. Instantes de plenitud que nadie conoce, momentos que llevan el marchamo de la eternidad. Luego ocurre la muerte y separa lo que el amor unía y uno de los corazones deja de ser corazón  o se vuelve un corazón atribulado que revuelve los posos sagrados del recuerdo buscando en las cosas los ojos de la persona querida, el tacto delicado de la mano lejana la voz sedosa de los secretos íntimos comunicados.

Entre dos latidos hay un descanso y la muerte es ese descanso. Entre dos palabras hay un silencio y la muerte es ese silencio. Entre la inspiración y la espiración hay una pausa y esa pausa es la muerte. En cada pestañeo hay un instante mínimo en que la realidad se desvanece en la sombra y esa sombra es la muerte. Latiendo, hablando, respirando y abriendo los ojos negamos la muerte, pero la muerte se sonríe y no nos hiere directamente sino donde más nos duele, en el corazón hermano.

El que ama querría regalar latidos al corazón del amado. El que ama quiere hacer palabra hasta los silencios. El que ama quiere regalar su aliento al amado porque sabe muy bien que el aliento es la vida. El que mira los ojos del amado no pestañea para que nada de la luz del amado se pierda... pero la muerte procede, avanza, y sus pasitos inquietantes son el movimiento imperceptible de las manecillas del reloj: el latido se detiene, el silencio sucede, el aliento se para y los ojos se cierran. Y viene el descanso y cesa todo.

Dejamos muchas cosas sin decir o las dábamos por supuesto pero no las dijimos y ahora es inútil decirlas porque ya no está el oído que las comprendería, ni la sonrisa buena del acuerdo secreto. Sólo nos queda volver una y otra vez sobre las palabras dichas y entristecernos por no habernos dicho más veces lo que esperábamos oír con emoción. Y lo que esperábamos oír con emoción eran las cosas sencillas de la vida. ¿El jardín? ¿los gatos? ¿escribe Silvia? ¿vino Alberto? ¿los negocios? ¿todo bien? Y esa palabra vacía de despedida: venga, nos vemos; un beso para Blanqui.

Abrimos juntos los ojos a la belleza del río Torío y a la montaña. Fumamos el primer cigarrillo tosiendo, colorados, entre voladores y olor a churros en la romería. ¿Y cuando me caí de culo en la presa? Rieron los jilgueros de las salgueras pero no pestañeaste, porque yo estaba necesitado de tu mirada. Nos tumbamos en la orilla para ver las evoluciones de las truchas, tiramos perdigonazos a las bolas de anís, subimos en los caballitos y por la noche conversábamos hasta que las estrellas palidecían y nuestra respiración se hacía lenta y pesada. Papá cortaba jamón, mamá hacía magdalenas con nata, ¡come hijo, que tienes que hacerte un mozón! ¡qué ricas están tía Visi! Nos reímos juntos y conocimos nuestras primeras decepciones amorosas infantiles. ¿Quién puede comprender esto? ¿Quién podría adivinar el cúmulo, la galaxia de las emociones sutiles en cada gesto, en cada palabra, en cada silencio, en cada encuentro y en cada despedida? 

Carlos, no olvides que te queremos, -te dije antes de que pisaras el agua oscura. Ya no estás para guerras ni paces; las pequeñas cosas de la oficina (proyectos, presupuestos, actas, planos y planes, facturas y cuentas pendientes) esperan quietas una mirada buena que las haga brillar pero tus ojos se han vuelto a la profundidad abismática de la muerte y respiras su perfume con ansiedad.  Ahora que estás en la distancia del último horizonte, yo las miro por ti, nosotros las miramos por ti, hermano, esposo, primo mío querido, pero los cinco sabemos que no es lo mismo porque el amor les daba vida y en ellas vivíamos. Ahora empiezas a ver por nuestros ojos, pero nuestros ojos ven mucho menos porque nos faltan los tuyos y ¿qué son nuestros corazones sin los latidos del tuyo?

Ahora busco tu sombra enorme por las calles vacías. Pasan imágenes de hombres y, si prestara atención, hasta percibiría latidos, palabras, miradas y aliento, pero tu partida me ha dejado tan maltrecho que ni veo, ni miro, ni escucho, ni siento. Nada de lo que vivimos tan intensamente volverá, nada será lo que era porque cuando muere un hombre se rompe la malla secreta que nos une a todos y hay que recomponerla y después, suspirando, - ya no es lo mismo- decimos con desconsuelo.

En verano voy a volver a las orillas del Torío. Con toda su muda nostalgia, las cosas me preguntarán por ti: el espino blanco, las salgueras, los chopos y las flores de los prados; me preguntarán por ti las mismas aguas que llenaron de brillos nuestros cuerpos infantiles desnudos; ¿dónde se ha quedado Carlos? me preguntarán los cerezos silvestres, los endrinos y los pardales de ribera. Y también el aire de la tarde y el rumor nocturno de la presa. ¡No sé dónde se fue! les diré con tristeza. Quizá ya está su barca en el mar, quizá en el cielo, quizá en el alma de todas vosotras, queridas cosas y en la mía y en la de Blanca y Alberto y Silvia y Paco y José y Tino. Sólo sé que el amor de todos no pudo retenerlo porque tenía un destino que cumplir más allá de las estrellas. La casa del padre necesita reformas, sin duda, y él era un buen arquitecto.