martes, 3 de mayo de 2011

Tatuaje

En el principio fue la escritura. Los biólogos dicen que se trata de una escritura bioquímica, pero escritura es.  Somos una tabula rasa, una limpia pizarra en la que la vida se irá escribiendo. El presente no es otra cosa que la punta del stilum latino; el presente es como el punto de articulación de las vocales y consonantes cuyo automatismo no nos deja ser conscientes de los sonidos. Los traspiés de niño, los azotes justos e injustos, los besos y los gritos, la ternura y el despego, la atención y la indiferencia, la exigencia amable y la brutalidad sufrida o presenciada, la belleza y la fealdad, el descubrimiento del amor, el dolor y la muerte, todo queda registrado en nuestro… ¿dónde? Pequeñas cicatrices, engramas de experiencias inolvidables: miradas en la penumbra, besos apenas rozados, palabras de afecto o desprecio, humillaciones, alegrías y tristezas … etc. todo ha dejado en el alma una marca, un tatuaje, que las hace imborrables. Recordemos que, por otra parte, los libros utilizaron durante siglos el pergamino y la vitela como soporte de la escritura. Nuestra vitela, “la piel del alma” está tatuada desde antes de nacer, desde esas cálidas sensaciones acuáticas olvidadas, con un corazón latiendo tan cerca, llenando de promesas nuestra ingrávida presencia; escuchando palabras de amor y gozos tiernos de la madre, hasta el momento de la catástrofe del nacimiento, nuestra alma recibe señales, marcas, dibujos secretos que sólo nosotros somos capaces de dar forma en el lenguaje. Quizá la vida sea un libro; quizá no seamos más que mensajes encriptados que viajan por la galaxia; neuronas de un gran cerebro inmenso que se llena de información, quiere autoconciencia, y viaja eternamente por espacio-tiempo. Seguramente vivir no sea otra cosa que nuestra forma de desencriptar ese idioma secreto que somos en monólogos o diálogos. Cuando el último empujón de nuestra madre y el tirón de la comadrona nos arrojan fuera, al deslumbramiento de la luz y la "libertad" el proceso de escritura sigue; sigue el tatuaje. Venimos de una caverna y terminamos en una caverna cerrada donde la lápida es la tesela clasificatoria en que se escribe la signatura que nos asigna estantería, y el registro, el número de entrada en la biblioteca.

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