jueves, 6 de enero de 2011

JESÚS BRINGAS

En el principio fue la escritura. Acaso no seamos más que un libro cuyo primer capítulo se titula "pecado original" y los demás vienen condicionados por aquel. Todas las experiencias van marcándose en la piel del alma y de allí salen convertidas en formas de poesía. Poesía, en efecto, no es otra cosa que traducir esas marcas, descubrir para los demás la piel del alma. A veces cuando una persona influye profundamente en nosotros, aseguramos que nos ha marcado. Lo que sigue es traducción de esas marcas especiales y  homenaje a quienes las escribió en la piel de mi alma  con bella caligrafía en el instante fugaz de mi niñez y adolescencia. Tal como salen, van disueltas en muchas otras experiencias que quieren voz y les dan toda la sinceridad que la poesía necesita.


UN HOMBRE AGONIZA

Postrado parece decir: -Hoy no estoy ni para llevar dos mandamientos. Y son diez.
Una llamada de teléfono. Una noticia triste: un hombre agoniza. Y la noticia lo que me dice es: prepárate para lo más triste porque sonará el teléfono de nuevo y te dirán: -Jesús ha muerto. ¿Tan grave está? ¡Esa costumbre de llamar Jesús a los cristianos…! En este Jesús muere de nuevo Jesús porque, al fin y al cabo, vida y muerte en el cristiano han de ser las de otro Cristo.
 Ahora, en una residencia de Madrid, ignorado como son ignoradas también las estrellas que se destruyen en inimaginables cataclismos, sube a su Gólgota y seguramente le asaltan dudas, porque la muerte ata los últimos hilos de la tela de araña de la soledad total, y por muy firmes y seguros que fueran los fundamentos del vivir, la soledad lleva aparejada la herida suplementaria de la duda. Pero la duda es el subsuelo de la verdad y de la luz.
Se cierra el círculo de la soledad y se abre el de las preguntas, porque la muerte las plantea todas, pero en su rostro enigmático no hay ninguna respuesta.
Se quiebra un hilo y, cuando se quiebra, de todos los ángulos de la existencia, surgen preguntas al vacío porque la muerte, además de la soledad, impone el tiempo del silencio absoluto. ¿Qué fue su vida para sí mismo? ¿Cómo repercutió en la de los que le rodeaban? ¿Cuál fue la brújula ética y estética que puso norte a sus pasos? ¿Fue el salto religioso, la renuncia, un gesto revelador de una voluntad de afirmación y proyección humanas, temprano y definitivo o fue una renuncia calculada, progresiva, negadora de un mundo que destruye la intimidad y con ella el cielo estrellado de los ideales? ¿Cuánto tuvo de fogata de inmolación y cuánto de lento sacrificio en el altar de un Dios posible? Afirmar a Dios ¿cuánto tuvo de zozobra y angustioso arañar en el vacío, en el abismo? ¿Dio el salto religioso con toda lucidez o fue un progresivo entrenamiento para caer confiadamente en las manos de un Dios posible, que se siente como verdad absoluta y realidad suprema? Y su forma de amar lo lejano, el hombre que será mañana ¿cuánto tuvo de esfuerzo autoeducador, de fidelidad al postulado que lo arrojó en ese camino hermoso y tortuoso a la vez? Ya no hay respuestas y el hombre agoniza con un angustiado Elí, Elí, lamma sabactanni en sus labios resecos. El espíritu no está tan dispuesto como deseara y toda la biología se concentra en el combate, que eso significa agonía.
Y tú, amigo que me das la noticia, imagina que su afirmación rotunda respecto a la Existencia de un ser que todo lo justifica, fuera una afirmación sin sentido ¿acaso pondría la más mínima sombra en su vida? O dicho de otra manera: el hecho de que Dios no existiera cambiaría la belleza y la santidad de una vida entregada a su afirmación mirando en los demás la cara de Jesucristo? Todos los nobles actos que dieron grandeza a su existencia ¿perderían un solo ápice de su nobleza y su grandeza? Estas preguntas sí que llevan una respuesta dentro: ¡no! porque, para la grandeza del Caballero ¿importa algo que los molinos no fueran gigantes?
Ese hombre que agoniza construyó una vida enorme y se constituyó sin pretenderlo en modelo para todos los que lo conocimos. Todos los que vivimos a su lado por algún tiempo llevamos en el alma impresa su firma de alfarería. De alguna manera sus manos intervinieron en el modelado del pobre barro que somos. Él no lo sabe, pero ninguno de sus actos dejó de tener consecuencias en el alma de los que lo conocimos.
Pero ahora agoniza. Y todos, incluso los más lejanos, estamos a su lado poniendo un poco de bálsamo en la llaga de la despedida y decimos: -Mira, amigo. Vete tranquilo porque te acompañan tus obras. Vete tranquilo porque a nosotros nos queda en el alma la serenidad y sencillez de tu afirmación fundamental. No podemos ni debemos imitarte pero estate seguro de que andamos cerca y dentro del camino que nos enseñaste con tu extraña-preciosa y ya enigmática manera de vivir. Y sabe además que tu rastro se prolonga en el alma de todos los que contactan con nosotros y encuentran en nosotros vestigios del modelo que trazabas, como Jesús tu maestro trazaba signos enigmáticos en el suelo mientras pensaba una respuesta sencilla a un arduo problema. Vete. Ingresa y quédate en el sueño que realizaste durante toda tu vida como en una ingrávida burbuja.
Un amigo me lo dijo. Jesús Bringas está muy malito. Se muere…
-¿Te refieres a aquel profesor que conocimos en El Pilar de Valladolid? No. Te engañas. Jesús es inmortal. No mueren los hombres que esculpieron su vida en obras de amor. Por suerte no mueren. Sólo agonizan en una cama, en unas cenizas y en nuestra alma. Los demás, los que vivieron exclusivamente para sí mismos tienen el privilegio de no agonizar ni morir porque ya estaban muertos.
Vete tranquilo, Jesús. Que tu madre te recibirá en la puerta y te dirá con ternura: - Te estaba esperando, hijo mío. El tránsito es muy duro. ¿Estás muy cansado?



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