miércoles, 12 de enero de 2011

PASEO POR EL PATIO DE MONIPODIO




Hay una palabra usada de manera idiota que surge constantemente cuando se habla de política. Es la palabra “picaresca”. Mal usada está, porque es adjetivo que sólo califica determinada novela… novela de pícaros. A lo que se suele referir el usuario es a conductas de pícaros más frecuentes de lo que quisiéramos en la vida política. Bah. Esto lo sabe cualquiera.
Querido lector yo quería llamar hoy tu atención sobre esta cuestión aparentemente baladí. La picardía parece permear muchas de las conductas de algunos de nuestros políticos. Y la palabrita “picaresca” nos hace sonreír y hasta decanta nuestra simpatía hacia el pícaro actual metido como una chinche golosa, como una garrapata insaciable en el tejido político e institucional.
¿Por qué en lugar de sonreír no nos indignamos? En el fondo, las conductas del pícaro nos resultan simpáticas, porque la novela las ha mirado siempre con humor. Así se comprende que en España se admire a determinados ladrones y se ponga en ellos una simpatía que revela quizá, admiración y deseo secreto de parecernos a ellos. Dudo mucho de que, en otros países, el Dini, el Vaquilla o el Solitario fueran personas admirables por sus acciones delictivas, pero aquí llegan a ser héroes de película o de las tardes infernales de la telebasura. ¿Farruquito, héroe de las tardes asquerosas de la tele por cometer un crimen? España, como dicen en Andalucía tiene mu mal apaño.
Cuando decimos que España es el país de la “novela picaresca” decimos que España es un país de pícaros, porque la novela no hace otra cosa que reflejar en síntesis la esencia misma de nuestra vida común  e individual. ¡Qué le vamos a hacer!
En lugar de imitar al “Tío la vara” y liarnos a garrotazos con los pícaros que se esconden en nuestras instituciones, callamos, sonreímos y si nos indignamos nunca va nuestra indignación más allá de un discursillo moral profundamente anclado en el cinismo. Porque como pícaros, denostamos al pícaro, de boquilla, pero admiramos y envidiamos su conducta. Un abogado amigo, un buen abogado, indignado con la banca me decía: -Te juro que si supiera que no me detenían y que no tendría consecuencias… mañana mismo, igual que ese “Solitario” atracaba tal banco. En mi amigo había surgido el pícaro que quería  robar a otro pícaro, con la agravante de que él era un defensor de la ley y el otro un ladrón blindado por la ley.  Admiramos al grullo o gurullo cuya poca valía es conocida, pero que se ha metido en la política y allí ha medrado y se ha llevado todo lo que ha podido del ayuntamiento. Admiramos al tontolpijo que ayer andaba  tomando vinos por el Húmedo con otros pícaros y hoy alcanzó un alto puesto en la administración con un sueldazo que te cagas, como dicen los chicos desgarradamente.
¡En el fondo, lo admiramos! En el fondo, hay un juicio intimo que lo exonera y que se reduce a la expresión perversa de “hizo bien”. ¿Roba? ¡Hace bien! ¿Engaña? Hace bien. ¿Intriga, malversa,  calumnia, miente el muy bellaco? Hace bien.
¿Hay castigo para el pícaro? No un castigo que así pueda llamarse. El pícaro es ladrón en tal arte, que nunca su culpa tenga la pena que merece. ¿No anda ya por los platós de Televisión aquel pícaro alcalde que vació las arcas de Marbella? Hizo bien entonces y hace bien ahora, cuando el personal como decía Umbral, lo admira. ¡Lo admira y lo compadece! ¡Es terrible! Lo compadece no por lo que de compadecer tenga, sino porque, por lo visto, su novia le ha dado calabazas. Y el personal añade: ¡El pobre! ¿No te joroba?... ¡Coño con el pobre!
Amigo lector, mu mal apaño. Este país tiene mu mal apaño.
Los impuestos son la sangre del pueblo. ¿No habría que protegerlos de la pícara garrapata? Pues bien, estudien nuestros políticos sanciones disuasorias para la garrapata. Cuando se encuentre a alguien chupando de esa sangre aplíquesele cárcel abundante y sin remisión de pena… Algo totalmente disuasorio como treinta años sin remisión de pena, ni tercer grado ni mandangas. Pero qué digo. Los políticos no propondrían ley semejante porque entre ellos hay pícaros (no es fácil dar números) y no van a permitir leyes duras para “compañeros” de los de “hoy por ti y mañana por mí”. Además, que sisar del dinero público que, como llegó a decir una ministra, deficientita la pobre, no es de nadie, es tarea simpática, donde se prueba la habilidad y el donaire del pícaro. En fin,  es carácter de nuestra democracia que sus gobernantes  malabaraten la sangre del pueblo. Es época de novela picaresca, esa que desenmascara las trapacerías de los pícaros, pero las editoriales edulcoran la situación publicando novelas  pseudohistóricas, o bien de esas de truco y de taller en la red, con su recetita y su buen tono, su poquito de sexo y su sorpresita final. ¿Los periódicos? Uy, lector. De eso habría mucho que hablar. Por el momento andan levantándose las faldas unos a otros, según el poder que defiendan. Estamos condenados a la picardía que no a la picaresca y estamos totalmente indefensos porque por un lado, el picaro, como una chinche, está metido en el tejido del poder y orienta en su beneficio la fuerza del mismo, la ley; y por otro, porque el pícaro forma parte de nuestra cultura y nuestra educación. ¡Qué se le va a hacer! Mu mal apaño. Hasta luego, pícaro lector, que he visto tu pícara sonrisa 

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