martes, 15 de marzo de 2011

LA MENTIRA (reflexión cínico-melancólica)

¡Menuda hincheta de moralina!

Ahora, como andan en campaña, mucha gente se asoma al periódico para denunciar las mentiras de los candidatos. Pero la mentira se ha revelado como el mecanismo por excelencia para conseguir lo que se quiere, y no veo yo por qué hay que señalarla como inmoral cuando la utilizan los políticos en campaña electoral. Los políticos están más allá del bien y del mal. Parodiando los versos de Machado habría que decir: -“ Cuando dos políticos hablan, es la mentira inocente, se mienten y no se engañan”. Y como el hombre es un animal político, pues eso: nos mienten y nos mentimos pero no nos engañamos. Mintió Bush padre, mintió Bush hijo y mentirá Bush espíritu santo. ¿Y qué? Miente el hijo a la madre y la madre al hijo; el padre, a la madre, al hijo y al abuelo; el alumno al profe; el profesor al Ministerio y el Ministerio, al profesor, al padre y al alumno. Y el Gobierno nos miente a todos. Y en tiempo de elecciones no veo por qué los políticos tendrían que decir la verdad. Buena gana de rasgarse las vestiduras, con el precio que tiene la ropa. ¿Mienten? ¡Muy bien! ¿Y qué? También tienen que besar a todo el mundo y nadie, ni ellos se quejan. (judas se queda chico) ¡Siempre ha sido así y todavía no he visto hundirse el mundo -perdónenme los japoneses-! ¡Y siempre será así! Si el mundo ha de hundirse será por otras razones, porque si la mentira lo socavara, ya habría desaparecido bajo nuestro pies.

De modo que decir que Aznar mintió sobre las armas de destrucción masiva es decir una solemne tontería que es mucho peor que una solemne mentira. Mintió, vale, ¿y qué? ¡Vaya murga! Y, mirado de otro modo, volver una y otra vez sobre las armas de Irak cada vez que se hace declaración de lo malo que es Aznar, es mentir tanto como él, porque lo que se quiere es que la gente sancione a su sucesor. Y si no mintió sobre las armas, sino que las armas existen, la cosa es más grave todavía, porque indicaría que anduvieron lentos y lerdos a la hora de liquidar un régimen que, vete a saber en manos de quién puso esas armas. Así pues, denunciar la mentira es una forma de mentir tan honesta como todas las que hacen labor de zapa (perdóneme José Luis que no hago burla del apellido) y también labor de exaltación de los candidatos. No se sabe por qué, el pueblo piensa que si alguien ha llegado a ser presidente de esto o aquello es porque se trata de un gran hombre sin reparar en que, frecuentemente, el presidente de esto o aquello lo es porque mintió mejor que otros y, muchas veces, no es más que un ganapán, un memo, un canalla, un gilipollas o todo junto: un Rovira.

A la gente le gusta oír mentiras en todas sus formas y estilos: promesas, cotilleos, devaneos, crímenes y confesiones; quien dude de esta manera de ser, asómese a cualquier canal de teleguarrería, que parece que, por su proliferación, tienen gran demanda entre el populo barbaro. La gente es la repera. Ahora que se le pide el voto, votará dirigido por una convicción, un direme o un direte, o porque el candidato le pareció más guapo, más serio, más simpático, pero nunca porque el otro dijo verdad o mentira. ¡Naturaca! ¿Qué importa la verdad o la mentira? Y además, hay en el aire tal nebulosa de información que habría que ser un lince para extraer alguna verdad. Pero no se cansen. Aún diciendo la verdad se puede mentir porque la ciencia de la mentira es llevar al otro al error, la confusión y la ignorancia de lo que está en juego. Recuerdo que hace veinte años, un español que decidió volver de Marruecos donde había vivido y trabajado toda su vida, después de enviar la mudanza, le quedaba el problema difícil de pasar sus ahorros -un millón de dirhams; más o menos quince millones de pesetas-. Ni corto ni perezoso, decidió pasarlo en su propio coche. Nunca le habían preguntado nada en la frontera de Beni Enzar donde ya le conocían, pero ese día, en la frontera marroquí, un experimentado gendarme lo paró y le preguntó: -¿Qué llevas en el maletín? Y el otro impávido, decidió decir la verdad: -Un millón de dirhams. El gendarme se rascó bajo la gorra sebosa y sudada del verano y sonrió ampliamente: -¡Qué gracia tiene la gente! Anda, pasa. Esta tarde te veré en Melilla y me invitas a una copa en el Bristol.

¡Mientan! ¡Mientan los candidatos! No pasa nada. Prometan para no cumplir nada. ¡Qué más da! Pero por Dios, no digan la única verdad que está en el ambiente y que todos conocemos. No digan que el otro candidato es un mentiroso, porque caerán en la paradoja de Epiménides. Ya saben; siendo los políticos mentirosos, si dicen que el otro es un mentiroso, dicen una mentira al decir una verdad y dicen verdad diciendo mentira, con lo cual la confusión va a ser enorme. Y, además, por economía, sean parcos en las mentiras y traten de ser graciosos porque aburre el discurso: “-...Y yo quiero decir, bla, bla, bla...” Y no repitan, hombre, no repitan. Ya sé que la repetición es una forma muy pedagógica de adoctrinar o enseñar, pero es que aburre tanto como los quince misterios del rosario. ¿Se imaginan la cara de la Virgen después de escuchar ciento cincuenta veces la misma cantilena de la boca de una beata o de Zaplana? Pues al pueblo, al desdichado pueblo votante que vive en este valle de lágrimas, ea pues, Pepiño, ea pues, Cospedal, no se lo repitan tantas veces, que no es subnormal, ni tontolculo y suele discriminar con agudeza la mentira. Mientan lo que quieran, pero no pretendan que el bendito pueblo se lo crea y déjenlo con sus misterios doloroso-domésticos. Como me decía un dominicano ¡Favor de no porculizar!

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