domingo, 15 de abril de 2012

Tatuaje 2

Nunca pude entender lo que fuera el pecado original. ¿Una mancha? Por más que te laves, decía don Donato, no arrancarás esa suciedad aunque el bautismo te haya limpiado. Las heridas se curan, la cicatrices permanecen. Bueno, sí. Bueno, no. ¿Qué quería decir yo?  No lo sé, amigo. Que lejos de ser una mancha por la que se te podría decir “Qué marrano eres, descendiente de marranos” donde se pone el acento sobre el mal y la herencia del mismo, habría que decirte: -Vienes con un tatuaje, que es una mancha muy especial. La heredaste de tus padres que la heredaron de los suyos. Estás escrito desde el origen. Eres un libro... como ya te he contado en otro sitio.
Si el mal aparece los creyentes del pecado original dirán que el mal ya estaba. Pues bien yo digo que el mal, la enfermedad y la muerte son un error de tatuaje, un error de escritura, una grave falta de ortografía en nuestro libro secreto; un libro cuya extensión aumentamos con nuevas páginas siempre que nos rozamos con la realidad, si no es que la realidad misma es únicamente ese libro. Todo se escribe ahí dentro. Todo se conserva ahí, esperando como el harpa de Bécquer la mano que arranque su sentido. Aun cuando callamos somos conversación, libro que habla para nadie. Cuando nos manifestamos buscamos rapidísimamente la frase dentro de ese inmenso libro que somos y es adecuada sólo si  de allí brota y si no, no.
Todos tenemos, además, una frase célebre que durante nuestra infancia nos dio prestigio ante nuestros parientes y sus amigos y según parece definía el camino, el rumbo que seguiría nuestra vida. Nos la cuentan y sonreímos complacidos dándola por cierta. Y sonreímos porque es la primera frase que nos da identidad peculiar en un mundo del que queremos diferenciarnos. Pero de esa frase inicial no tenemos otro recuerdo que el de la familia.
Por mi parte, el descontento que me caracteriza y una cierta voluntad de imponer mi criterio a los demás, aparece en esa frase que mis tías recuerdan con risas. Ya lo he contado. Era la romería del pueblo y en la misa, la banda que venía a amenizar las tardes y las noches. Parece que yo había estado especialmente inquieto, hasta que mi madre decidió tomarme en brazos. Cuando en el momento de la consagración del pan y el vino, la fanfarria se arrancó con el himno nacional, tatachín, tatachán, parece ser que yo grité indignado, con espanto y risa de mi madre y risa y pasmo del alrededor: -Callad, cojones, que estamos en misa.
Todo escrito. No es la historia interminable, sino la historia que se pierde en el inicio y queda sin terminar en algún punto, impredecible y arbitrariamente escrito en el mismo libro. Una historia en un libro del que faltan la primeras páginas, miles, quizá y del que faltarán las que deberían cerrarlo con el colofón. No hay un final sino una última página escrita; las que siguen estarán en blanco, las que anteceden al nacimiento, en blanco están. ¿Darle sentido a la historia? ¿Cómo, si no se conoce el principio ni el final? En el vector del tiempo, el tramo de los siglos prenatales hacia el animal, si existieron (desde luego, no para mí), es tan misterioso como el tramo del tiempo subsiguiente al momento en que dé con mis huesos en la tierra. Unamuno lo decía más galanamente, con su aguda mirada existencial. La cosa tiene bemoles. Todo está escrito, y sin embargo ante el libro que somos permanecemos analfabetos, incapaces de descifrar algún sentido. ¿Qué quería decir esta historia? Ella podría contarnos brevemente lo que somos. Pero de la inmensidad de las páginas surge una frase, de cuando en cuando, que no nos permite, sin embargo, adivinar el complejo entramado de un argumento descosido por todas partes aunque depositado en la memoria; el tiempo inaprensible que atraviesa mi vida, convirtiéndome en un espetón que se va hacia la gran barbacoa de la nada. Nadie mejor que Quevedo para hablar del asunto con su clara miopía y su desasosiego estoico:
Ayer se fue, mañana no ha llegado
Hoy se está yendo sin parar un punto.
Soy un fue y un será y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
Pañales y mortaja y he quedado
Presentes sucesiones de difunto.

¿Qué significa ser? Nada. Se trata de una cópula que pide un atributo o un predicado nominal; una cópula que permite la atribución a alguien de una sustancia (-soy un hombre- es decir me atribuyo la sustancia “hombre”) o bien una cualidad –eres bueno-, donde atribuyo a otro la cualidad. Dos mil años lleva la filosofía dando vueltas al verbo y todavía no tenemos una definición clara. Y viene un poeta y ris, ras, nos deja mirando la fugitiva imagen que somos, en un espejo que se desplaza. Un espejo que sale de la sombra con nuestra imagen, y se va hacia la sombra con nuestra imagen deformándose y destruyéndose. Nada antes de los pañales, nada tras la mortaja. Todo está entre pañales y mortaja. Salimos de la nada por un agujero y volvemos a la nada acostándonos en otro. ¿Y en medio? “Presentes sucesiones de difunto”. Bah, estoy diciendo obviedades y corro el peligro de disparatar. Sólo quiero destacar aquí el carácter, la hombría, el valor y la mirada aguda y desesperada de este jodío miope maravilloso que ve en profundidad la salida de la sombra y el hundimiento en la sombra de eso que somos “un fue y un será y un es cansado”. ¡Don Francisco de Quevedo!
Ju, ju. Ha pasado junto a mí un presidente de algo y he cambiado el verso: es un fue, y un será y un es hinchado. Eso me consuela un poco de mi desdicha de ser tierra animada que sucesivo anhela el viento.  (¡Continuará: ju,ju!),

2 comentarios:

  1. Toda materia es precaria
    en la vigilia
    donde una vez iniciado el ascenso
    se torna en precipicio
    la trémula vida
    como el acto mismo
    que devora el pensamiento.

    Lilia Morales

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  2. Hay que ver, la concentración, la intensidad que tiene el verso y la riqueza de alusividad que tiene. DIOS CUIDE DE Lilia
    Juraría que siempre he deseado ser poeta "gracia que no quiso darme el cielo."

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