sábado, 15 de septiembre de 2012

Coalescencia


Volví a la casa cuatro días después y las rosas estaban así: en el desmoronamiento terminal. Todos los bellos tópicos de renacimiento y el barroco vinieron embarullados a mi memoria; todos ellos convocados por esta imagen: el ramillete de rosas deshaciéndose. Y... muy curioso: las rosas de Ronsard, Garcilaso, Góngora o Sor Juana Inés, vinieron en coalescencia con una muy definida y antigua convicción, obediente al tópico horaciano "carpe diem": disfruta, tontucio, del momento. ¿Epicureismo? Sí, pero menos, porque el placer va unido siempre al dolor y está, por consiguiente, ligeramente acibarado por la imagen de la muerte. Esa caída de los pétalos y ese fondo negro de la existencia... Imagen cristal, (Deleuze) donde el agua sostiene la rosa y todo lo que ella evoca, precisamente en su caducidad. No sé si me explico... Ya sabes... dos caídas tenemos atroces: el nacimiento y la muerte.
Sólo por la alegría de que disfrutes conmigo del placer agridulce del tópico, te copio este soneto archiconocido a la rosa, de la poetisa mejicana Sor Juana Ines de la Cruz.
Donde dice amago, ademán de herir, podría ponerse la palabra latina imago: imagen, pero qué bella es la selección léxica de son Juana. Amago: intento de herir. Bien herido me deja su vida y su muerte. Observa la palabra pompa que lleva consigo la idea, no de acompañamiento, que es su significado etimológico, sino de ostentación vana.
¿Necia vida? Realmente esa expresión responde al sentido ascético de la Sor. ¿Necia vida una rosa? Si la hubieras visto en el rosal, tierna y sencilla en su ser y perfumada en el regalo de sí, no dirías necia sino generosa y santa. Ella, la monjita, lo dice porque, como todo monje, desdeña la belleza caduca pensando en la belleza eterna. Las rosas que corté no me engañaron nunca. Ahora me duele el tijeretazo estúpido y la caída entre las ramas del rosalito. A mí también como a Pessoa, dadme rosas para morir entre ellas, porque las he amado desde la infancia. Supongo que a la muerte de Sor Juana, unos ángeles desplumados le regalarían con toda ironía una corona de rosas.

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura, 
ejemplo de la vana sutileza, 
en cuyo ser unió naturaleza 
la cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida, 
soberbia, el riesgo de morir desdeñas, 
y luego, desmayada y encogida,
de tu caduco ser das mustias señas, 
conque con docta muerte y necia vida, 
viviendo engañas y muriendo enseñas!


3 comentarios:

  1. Efímeros somos y en lo efímero vivimos. Afortunados sean aquellos que creen en las eternidades, aunque tengan como divisa la cortedad de miras.

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