En la gran corte pontificia, siempre habrá un
cardenal de duro granito sobre el que edificar la Nueva Iglesia. El papa que se
retira al cenobio benedictino XVI a orar, sabía que la moral
debe brotar de la fe, de las convicciones y no al revés. De ahí que se le
acusara de fundamentalismo y rigidez en tantos grupos católicos “progres”.
Parece que estos grupos prefieren adaptar la fe a las costumbres desde
principios “indiscutibles” de acción. ¡La evangélica elección entre Marta y
María!
En el sintagma “principios indiscutibles” es
posible que se asiente un nuevo fundamentalismo moral que quiere una fe a la
medida de las nuevas costumbres, tan voluble y cambiante como la moda.
¡Hombre! Pudiera ser que el Espíritu Santo los
escuchara y decidiera retirar el don de entendimiento al cónclave dejándole
elegir “libremente” una piedra menos dura o un timonel menos
sabio/fundamentalista que dirija la nave de Pedro peligrosamente hacia una escollera
o hacia mares más procelosos.
Teniendo en cuenta la empanada teológico mental
que padezco, pienso que tal vez el Espíritu Santo (dicho esto sin ironía),
usaría de piedad para con los católicos de menos discernimiento o de
pragmatismo más acusado, para que acomodando estos su fe a su moral,
dirijan sus pasos fuera, donde la fe deje de ser el cielo protector y piedra
fundante. Lo que se quiere entre ellos no es un fundador como dice el
evangelio sino, alguien que se "adapte a los tiempos" sin saber muy
bien qué sean estos. No queda nada que fundar o fundamentar.
¿Sería esta escisión un acto purificador de la
Iglesia? ¿Acabaría esto con la eterna discusión de si la fe debe entenderse
como acción desprendida del amor, o si el amor y su actividad deben resultar
de la claridad de la fe?
En esta encrucijada mi sabio demonio escéptico
me dice al oído que la risa debiera presidir la gran asamblea, ya porque allí
puede que nadie sea creyente (tener fe no es lo mismo que hacer actos de fe),
ya porque, siendo todos "creyentes" sui generis, acepten el divorcio entre fe y moral y todo
siga lo mismo. (Como indicio de incredulidad, póngase el lujo y el boato de la corte vaticana, tan lejanos al ejemplo evangélico).
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