Uno
se mueve ufano en los principios morales que mamó de niño, en la casa y en la
escuela. Que nadie los toque, que nadie los ponga en duda. ¿Estaría dispuesto a
morir por ellos? Si se le preguntara diría que sí… y se sentiría un héroe. En
el medio en que vive se le admira por su coherencia y por la certidumbre, que
su forma de conducirse da a algunos imitadores. Algo hay de inflexible y
desagradable en su conducta, sin embargo. Se irrita aunque reprime el gesto
cuando alguien pone sombra de duda en su fidelidad a los imperativos de que
presume y, sobre todo, cuando se pone en tela de juicio la solidez y coherencia
que los cimientan. El escepticismo es una lupa capaz de mirar a través del alma
y desenmascarar lo que de torcido hay en esa “fidelidad”... y eso es molesto.
Pero
hay un caso todavía más sorprendente. El hombre solamente afirma creer en esos valores. A ese le importa
menos que se ataque la solidez de los mismos que la solidez de su fe en ellos.
Es el vanidoso de la moral. Suele tener dos rostros como Jano, el dios de la
puerta. Uno es su comportamiento hacia dentro, otro su comportamiento hacia
fuera. Hacia dentro suspende la crítica, hacia afuera finge con mucha o poca arte. Ese desdoble genera doblez en las dos direcciones; doblez que en algunos
casos degenera en desequilibrio mental pero en la mayoría lo que produce no es más que triste alienación
y cinismo estúpido. Si es sorprendido actuando contra su fe, o disimula o
sonríe cínicamente, en caso de que conserve cierta lucidez; en otro caso, no solo asume
impávido las contradicciones sino que llega a asegurar que es preciso gestionarlas bien,
porque en esa “gestión” se encuentra la tranquilidad frente a cualquier
situación en que la vida le ponga; ello genera el oxímoron de la paradoja: su
fe en los principios es exactamente falta de fe en los mismos. En todo caso no
conviene contradecirle porque no percibe lo que sea una contradicción y
consiguientemente —como diría Machado—, una cabeza con déficit de pensamiento,
puede embestir y no siempre se tiene a mano el capote adecuado para ese toro.
La prueba de que las "categorías" del entendimiento de Kant, no son universales, las tenemos en algunos que no perciben, como bien dice esta reflexión de Venancio, "lo que sea una contradicción". Cómo si para ésos es lo mismo un sí que uno, la existencia y la esencia, lo hipotético y lo real, ya no digamos, lo necesario.
ResponderEliminarAlgunos como dices, querido amigo, son los más. Creo que siempre ha sido así. ¡Cómo me gustaría disponer de estadísticas de firmes convicciones éticas que abarcaran la diacronía humana! Sería magnífico, porque me daría una visión si negra, por lo menos lúcida de lo que es el animal y dónde empieza lo que llamamos hombre (animal en transición). Abrazos.
ResponderEliminar¡Ah, mi amada Ataraxia! ¿Por qué a veces me abandonas?
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo tu reflexión. Un fuerte abrazo, maestro.