Sendas perdidas de Decelia,
irrecordables caminos que conducían
al secreto de los orígenes.
Voces de arcilla que venían de antiguas acrópolis
arrasadas por la soledad y el olvido.
Conozco vuestros guijarros como conozco las rayas
del destino
que tengo dibujadas en la palma de mis manos.
En las cumbres del Parnes y del Pendeli,
en el secreto escondido de sus hontanares,
he visto brotar el agua de la Vida.
Y en las aldeas, a la sombra tierna de la parra,
he degustado los frutos sencillos
del campo y el dulce regalo de Diónisos.
¡Tierra querida,
agreste tierra!
Semillero de canciones.
¡Sendas perdidas
de Decelia!
¡Tardes de esplendor y fantasía!
¡Tempestades de luz y de esperanza!
¡Rasos cielos que los ojos de Tucídides
deslumbraron!
Hoy siento el dulce peso de la sangre al recordaros.
Hoy siento el dulce peso de la sangre al recordaros.
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