domingo, 16 de junio de 2013

EN DECELIA -los caminos azarosos del alma-

Los libros no tienen alma; son alma desprendida de su asiento originario y vertida en signos enigmáticos (¿qué relación hay entre la tristeza y el sonido de la palabra?). Como las otras almas, las almas que llamamos libros tienen su propio destino. El autor, al darlas a la imprenta, siente que las abandona a  su suerte, como cuando se envía un hijo a un lejano colegio extranjero. ¿En qué manos caerán? ¿Cuál será su destino? ¿Se morirán de frío y de moho en algún húmedo sótano? ¿Serán fuente de luz, espejo en el se mirarán otras almas? Esa angustia por la obra, la expresó muy bien Unamuno.
Todo es incierto cuando el autor finalmente las entrega a la estampa. Quiero relatar aquí uno de esos destinos espirituales que se ha dado a conocer en los últimos días. Un alma que ha permanecido en el anonimato y que repentina, milagrosamente surge de la sombra del olvido (el olvido es ese mundo oscuro en que yacen las almas que no encuentra espejo). El libro se titula "En Decelia". Varios destinos cruzándose lo salvaron del olvido.
Decelia es un demo, como un antiguo municipio, juntito a Atenas unido a ella por el camino de Akarnas, donde se sucedían en la antigüedad diversos enterramientos entre los cuales dicen que estaba el de Sófocles y su familia. No es inverosímil que allí estuviera porque el camino pasa por Kolonós, la aldea donde el poeta nació. Actualmente se encuentra el aeródromo de Tatoi y el Palacio Real desierto y abandonado. Todavía planea sobre la colina la sombra de Atenea, la diosa del olivo y la inteligencia, pues Decelia  es tierra de olivos. Tal vez el enfrentamiento de Atenea y Poseidón por el patrocinio de Atenas no ocurrió en la acrópolis de  Atenas sino en la de Decelia, mucho más antigua. En ese lugar precisamente una entusiasta profesora de arqueología y dos excelentes alumnas se pasan, allá por los años cincuenta, largas jornadas  escarbando el suelo con sus azadas, acopian restos de cerámica, los transportan hasta su casa, los limpian con amor, encolan dificultosamente las piezas y componen figuras de vasos antiguos, vasos rituales. Lecitos, lutróforos, hidrias, kilix y cálpides van saliendo de sus manos antiguas y casi infantiles. Su pasión investigadora las lleva por senderos abruptos, caminos casi impracticables, lugares calcinados de sol y vientos helados. Catalogan los vasos que componen y los guardan con ternura en el pequeño museo del Rey Jorge I. Aquel museo que, con el palacio del príncipe y los bosques del alrededor, fueron destruidos por un devastador incendio "en días de furia" de 1916, aquel pequeño museo, digo, que fue reconstruido por el rey Pablo: las arqueólogas son las princesas de Grecia, Sofía e Irene y su profesora Theofanó A. Arvanitopoulou quienes, tras el inmenso trabajo de acopio y reconstrucción, redactan dos hermosos opúsculos publicados por la casa Real... Y colorín colorado. Los libros se perdieron por caminos ignorados: la familia se dispersó.

Por los años 70, en Villaviciosa un profesor -don Etelvino González- es invitado a la feria Internacional del libro de Frankfurt. Allá va con la editorial Naranco de Oviedo. De repente una manifestación antifranquista, aparece por la feria. El profesor se refugia en la caseta de libros que Grecia tiene en el recinto ferial. Casualidades. Allí conoce a la representante griega en la Feria, Noria Cristoforiou, amiga de la preceptora de las princesas. Don Etelvino y su esposa viajarán invitados a Grecia y Noria Cristoforiou hará de guía. Antes de volver a España Noria regalará a don Etelvino, doctor en filosofía y buen conocedor del latín y griego, un par de libros en rústica: Fragmentos Arqueológicos de Decelia y Miscelánea Arqueológica. Los firman sus Altezas Reales, las Princesas de Grecia doña Sofía y doña Irene con su profesora T.A. Arvanitopoulou. Los libros acompañarán al profesor por diversos caminos y avatares, por distintos destinos de trabajo y mudanzas de todo tipo. Los conserva con todo cariño porque entiende que son una joya, pero pasan cuarenta años guardados en un sobre esperando como el arpa de Bécquer una mano que saque su música de las cuerdas.

Doña María Jesús Fernández Rodríguez catedrática de griego del Instituto Ordoño II de León, se ha jubilado y baja con frecuencia a Villaviciosa donde tiene una casita de campo. La amistad con don Etelvino es fácil. El pueblo es pequeño y, en el bar Vicente, su esposo se reúne con él y un pequeño grupo de intelectuales... -Ah, tu mujer es de griego... tengo yo un libro interesante que me gustaría que viera porque podría traducirse... ¡Casualidad! Doña María Jesús toma el texto y se encuentra con un auténtico desafío. El griego... Desgraciadamente en trance de extinción, el griego de las princesas es de una pulcritud y una elegancia extraordinarias. Es la lengua llamada kazarévusa, especializada como lengua científica, literaria y culta por excelencia. ¡Manos a la obra! No hay referencias de otras traducciones donde contrastar la propia. Es preciso conocer la lengua Griega Antigua y la Moderna; conocer, al menos, rudimentos de Arqueología y su léxico, Historia Antigua y Moderna, Historia del Arte, Mitología Griega... Es preciso conocer la tierra, conocer el alma de la que el libro salió en el sentido mismo que Heidegger da al término "tierra". Decelia. Reproducir lo que las autoras dicen no es fácil, pero lo verdaderamente difícil es la música. El tono, la emoción, la tensión narrativa, la elegancia de los períodos, el rigor científico de las descripciones y la retórica que asoma alguna vez con rara naturalidad. La pérdida de una lengua es una catástrofe. La pérdida del la kazarévusa, casi promovida en favor de la lengua demotikí, tan hermosa también, es una catástrofe que podía evitarse.

En Astorga, el editor don Juan Manuel Martínez Valdueza y su esposa doña Catalina Seco de la editorial CSeD que han conocido a la traductora y al dueño del libro, saben que es una buena oportunidad de dar a conocer un libro valioso. La idea de la publicar la traducción del libro cobra forma. Es preciso tomar contacto con la Casa Real y solicitar su permiso. ¡Sorpresa! La reina no dispone de un sólo ejemplar de los libros. La obra hermosa de sus años juveniles volverá a casa. Se prepara pues la edición en facsímil y la edición en castellano de la misma bajo el título "En Decelia" que reúne los dos. Y en estos momentos difíciles, se decide que los beneficios se destinarán al Banco de Alimentos. Cada libro dará tres comidas al Banco. 
Hace unos días, la traductora y el editor llevan los libros a Palacio. El alma ha vuelto a casa. La reina la recibe en facsímil griego de las manos de la traductora y en castellano de la manos del editor. En la memoria de esas dos mujeres de excelencia intelectual (Arvanitopoulou falleció hace tiempo) tiembla la emoción de los caminos juveniles, los dorados caminos de aquella extraordinaria aventura intelectual. Caminos de Decelia.  El alma de la joven Sofía y de la jovencita Irene y el alma de su preceptora han vuelto a casa y la casa se llena de nuevo de la alegría juvenil, de estar todos.

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