Los libros no tienen alma; son
alma desprendida de su asiento originario y vertida en signos enigmáticos (¿qué
relación hay entre la tristeza y el sonido de la palabra?). Como las otras
almas, las almas que llamamos libros tienen su propio destino. El autor, al
darlas a la imprenta, siente que las abandona a
su suerte, como cuando se envía un hijo a un lejano colegio extranjero.
¿En qué manos caerán? ¿Cuál será su destino? ¿Se morirán de frío y de moho en
algún húmedo sótano? ¿Serán fuente de luz, espejo en el se mirarán otras almas?
Esa angustia por la obra, la expresó muy bien Unamuno.
Todo es incierto cuando el
autor finalmente las entrega a la estampa. Quiero relatar aquí uno de esos
destinos espirituales que se ha dado a conocer en los últimos días. Un alma que
ha permanecido en el anonimato y que repentina, milagrosamente surge de la
sombra del olvido (el olvido es ese mundo oscuro en que yacen las almas que no
encuentra espejo). El libro se titula "En Decelia". Varios destinos cruzándose lo salvaron del olvido.
Decelia es
un demo, como un antiguo municipio, juntito a Atenas unido a ella por el camino
de Akarnas, donde se sucedían en la antigüedad diversos enterramientos entre
los cuales dicen que estaba el de Sófocles y su familia. No es inverosímil que
allí estuviera porque el camino pasa por Kolonós, la aldea donde el poeta nació.
Actualmente se encuentra el aeródromo de Tatoi y el Palacio Real desierto y
abandonado. Todavía planea sobre la colina la sombra de Atenea, la diosa del
olivo y la inteligencia, pues Decelia es
tierra de olivos. Tal vez el enfrentamiento de Atenea y Poseidón por el
patrocinio de Atenas no ocurrió en la acrópolis de Atenas sino en la de Decelia, mucho más
antigua. En ese lugar precisamente una entusiasta profesora de arqueología y
dos excelentes alumnas se pasan, allá por los años cincuenta, largas
jornadas escarbando el suelo con sus
azadas, acopian restos de cerámica, los transportan hasta su casa, los limpian
con amor, encolan dificultosamente las piezas y componen figuras de vasos
antiguos, vasos rituales. Lecitos, lutróforos, hidrias, kilix y cálpides van
saliendo de sus manos antiguas y casi infantiles. Su pasión investigadora las
lleva por senderos abruptos, caminos casi impracticables, lugares calcinados de
sol y vientos helados. Catalogan los vasos que componen y los guardan con ternura
en el pequeño museo del Rey Jorge I. Aquel museo que, con el palacio del
príncipe y los bosques del alrededor, fueron destruidos por un devastador
incendio "en días de furia" de 1916, aquel pequeño museo, digo, que fue
reconstruido por el rey Pablo: las arqueólogas son las princesas de Grecia, Sofía
e Irene y su profesora Theofanó A. Arvanitopoulou quienes, tras el inmenso
trabajo de acopio y reconstrucción, redactan dos hermosos opúsculos publicados
por la casa Real... Y colorín colorado. Los libros se perdieron por caminos ignorados: la familia se dispersó.
Por los años 70, en
Villaviciosa un profesor -don Etelvino González- es invitado a la feria
Internacional del libro de Frankfurt. Allá va con la editorial Naranco de
Oviedo. De repente una manifestación antifranquista, aparece por la feria. El
profesor se refugia en la caseta de libros que Grecia tiene en el recinto
ferial. Casualidades. Allí conoce a la representante griega en la Feria, Noria
Cristoforiou, amiga de la preceptora de las princesas. Don Etelvino y su esposa
viajarán invitados a Grecia y Noria Cristoforiou hará de guía. Antes de volver
a España Noria regalará a don Etelvino, doctor en filosofía y buen conocedor
del latín y griego, un par de libros en rústica: Fragmentos Arqueológicos de
Decelia y Miscelánea Arqueológica. Los firman sus Altezas Reales, las Princesas de Grecia doña Sofía y doña Irene con su profesora T.A. Arvanitopoulou. Los libros acompañarán al profesor por
diversos caminos y avatares, por distintos destinos de trabajo y mudanzas de
todo tipo. Los conserva con todo cariño porque entiende que son una joya, pero
pasan cuarenta años guardados en un sobre esperando como el arpa de Bécquer una
mano que saque su música de las cuerdas.
Doña María Jesús Fernández
Rodríguez catedrática de griego del Instituto Ordoño II de León, se ha jubilado
y baja con frecuencia a Villaviciosa donde tiene una casita de campo. La
amistad con don Etelvino es fácil. El pueblo es pequeño y, en el bar Vicente,
su esposo se reúne con él y un pequeño grupo de intelectuales... -Ah, tu mujer
es de griego... tengo yo un libro interesante que me gustaría que viera porque
podría traducirse... ¡Casualidad! Doña María Jesús toma el texto y se encuentra
con un auténtico desafío. El griego... Desgraciadamente en trance de extinción,
el griego de las princesas es de una pulcritud y una elegancia extraordinarias.
Es la lengua llamada kazarévusa, especializada como lengua científica,
literaria y culta por excelencia. ¡Manos a la obra! No hay referencias de otras
traducciones donde contrastar la propia. Es preciso conocer la lengua Griega
Antigua y la Moderna; conocer, al menos, rudimentos de Arqueología y su léxico,
Historia Antigua y Moderna, Historia del Arte, Mitología Griega... Es preciso
conocer la tierra, conocer el alma de la que el libro salió en el sentido mismo
que Heidegger da al término "tierra". Decelia. Reproducir lo que las
autoras dicen no es fácil, pero lo verdaderamente difícil es la música. El
tono, la emoción, la tensión narrativa, la elegancia de los períodos, el rigor científico de las descripciones y la retórica que asoma alguna vez con rara naturalidad.
La pérdida de una lengua es una catástrofe. La pérdida del la kazarévusa, casi
promovida en favor de la lengua demotikí, tan hermosa también, es una catástrofe
que podía evitarse.
En Astorga, el editor don
Juan Manuel Martínez Valdueza y su esposa doña Catalina Seco de la editorial
CSeD que han conocido a la traductora y al dueño del libro, saben que es una
buena oportunidad de dar a conocer un libro valioso. La idea de la publicar la
traducción del libro cobra forma. Es preciso tomar contacto con la Casa Real y
solicitar su permiso. ¡Sorpresa! La reina no dispone de un sólo ejemplar de los
libros. La obra hermosa de sus años juveniles volverá a casa. Se prepara pues
la edición en facsímil y la edición en castellano de la misma bajo el título
"En Decelia" que reúne los dos. Y en estos momentos difíciles, se decide que los beneficios se destinarán al Banco de Alimentos. Cada libro dará tres comidas al Banco.
Hace unos días, la traductora y el editor llevan los libros a Palacio. El alma ha vuelto a casa. La reina la recibe en facsímil griego de las manos de la traductora y en castellano de la manos del editor. En la memoria de esas dos mujeres de excelencia intelectual (Arvanitopoulou falleció hace tiempo) tiembla la emoción de los caminos juveniles, los dorados caminos de aquella extraordinaria aventura intelectual. Caminos de Decelia. El alma de la joven Sofía y de la jovencita Irene y el alma de su preceptora han vuelto a casa y la casa se llena de nuevo de la alegría juvenil, de estar todos.
Hace unos días, la traductora y el editor llevan los libros a Palacio. El alma ha vuelto a casa. La reina la recibe en facsímil griego de las manos de la traductora y en castellano de la manos del editor. En la memoria de esas dos mujeres de excelencia intelectual (Arvanitopoulou falleció hace tiempo) tiembla la emoción de los caminos juveniles, los dorados caminos de aquella extraordinaria aventura intelectual. Caminos de Decelia. El alma de la joven Sofía y de la jovencita Irene y el alma de su preceptora han vuelto a casa y la casa se llena de nuevo de la alegría juvenil, de estar todos.
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