domingo, 12 de diciembre de 2010

Carta de amor a una alumna



PUBLICADA el 19 de Febrero 2008. DIARIO DE LEÓN

Querida, no le busques significado que no lo tiene. “Te quiero” es una frase que hace lo que dice en el momento en que la dice quien la dice. Si te la digo es porque, la frase, como un beso, pone en acto emociones que no tienen palabras.
Me miras desde tu pupitre y desde tus ojos claros, y te miro desde el mío y desde la tristeza de los míos. Pero ¿te has dado cuenta de que, desde que comenzó el curso, todas mis palabras eran frágiles componentes de una declaración de amor?
No te asustes, querida. No temas. Siempre ha sido así. Todo profesor que sabe enseñar, se asoma a la profundidad del abismo y encuentra voces y miradas, gestos y palabras de amor a lo lejano, a lo que todavía no es, no eres. Y con esas palabras, trata de poner ante tus claros ojos, un modelo precioso que te haga decir: “quiero ser esa divina construcción del amor que mi profe me profesa”.
¿Sabes? Entre las amenazas que se hacen pesadillas en mis noches, la más temible, se llama tedio. Es la pálida forma de la muerte, que corta este hilo de amor que he puesto entre tus ojos y los míos. Ir a clase, sentarme en mi pupitre, mirarte y no tener nada que decir, nada que proponer, ninguna idea que contagiarte me convencería de que he perdido mi vida; de que la vida se me ha escapado de las manos y ha caído rodando por la basura de un horrible muladar de vidas podridas.
Pero tú existes a diario y nunca eres la misma. Todos los días un pequeño cambio, apenas perceptible, (ya comprendes que no hablo de tu vestido o tu peinado o tu perfume infantil) me dice que todas mis palabras de la clase, todas mis largas explicaciones, las resumes en esa dulce frasecita de dos palabras que contienen el infinito y el límite: te quiero. El tú que se encierra dentro de ese objeto directo “te”, se abre por tus ojos al infinito, al complicado infinito de las posibilidades. ¿Hay algo más hermoso que la posibilidad? ¿Hay algo, al mismo tiempo, más terrible? De millones de atardeceres posibles, ese hermoso que contemplas es el más hermoso por irrepetible. Nunca volverá, nunca volveremos a contemplarlo, pero en nuestros ojos quedará la huella de su belleza. De los millones de formas que la Naturaleza podría dar a tu belleza, esta concreta que tus ojos guardan, es la más bella y la más terrible porque niega a las demás. Terrible maravilloso es el hombre, dice un trágico griego. Terrible/maravillosa es tu belleza y la belleza de tu mirada porque es concreta y destinada a ser aire.
Si lees, cada palabra abre inciertas perspectivas a tu amor. Si escribes, a través de tus dedos de aurora, traza la vida sus delicadas líneas, sus sinuosas volutas, sus fracturas en las que la alegría se desborda y la amenaza de la muerte, también, pone una brizna de melancolía a la expresión cándida de tu amor. Si respiras mientras lees un poema, las palabras del poema, el aire de sus formas, te impregnan el alma de verdad, mientras el poeta respira con tu aliento sagrado.
Y cuando yo hablo, cuando digo versos, cuando reflexiono y te pido que reflexiones conmigo y tú me miras desde las profundidades de tus ojos, cumplo el acto de amor perfecto que ningún “te quiero” podrá contener jamás. Es tan breve la frase, la síntesis, como el amor preñado de intensidades. Y, ay, es tan inmenso el amor y tan dilatada la muerte. Tenemos tanta muerte por delante que es preciso apresurarnos a decirnos: “te quiero”.
Vendrán al final del curso las separaciones. Después habrá reencuentros y, un día, cuando volvamos a estar juntos y yo tenga la mirada más triste de lo que la tengo hoy, me dirás con melancolía: -Mi vida ha cambiado de rumbo tantas veces. Y yo te diré. Todos los rumbos estaban escritos en la rosa de tu espíritu, digo de los vientos. O mejor dicho de tu espíritu. Aunque bien mirado viento y espíritu son la misma cosa. Y el espíritu sopla a la vez desde todos los ángulos y te ha empujado por caminos que no sospechabas, pero todos ellos te llevaban a ti misma y al bello núcleo de tu respirar, pues has sido fiel al amor. Porque vas a ser fiel al amor, a la imagen bella de ti misma que todos los días, arduamente dibujo para tus ojos. ¿Verdad, amor mío? ¿Vas a ser fiel al amor que quiero para ti? ¿A las ideas que estamos viviendo juntos? Si sí, la frase “te quiero” que estaba al fondo de mis clases, se habrá llenado de sentido. Si no, daremos la razón al filósofo que nos definió como “pasión inútil”.

Es muy tarde. Ya es día de San Valentín. Esta carta te llegará con retraso, pero está escrita para más tarde: para cuando pase la fiebre de las tonterías vanas que se dicen los enamorados, el día que oficialmente está consagrado a los pavos y a comerciar con los sentimientos de los pavos.

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