lunes, 14 de febrero de 2011

EL CINISMO DEL PODER Y EL PODER DEL CINISMO



Cualquier observador imparcial del cotarro parlamentario sabe cuánto de estafa tiene la actividad que se desarrolla en el hemiciclo, actividad “parlamentaria” que, como su nombre indica, está hecha de largos parlamentos (largos aunque duren un minuto) y cuánto de estafa tiene la actividad política que, en ellos, busca justificación.
¡Gobierno y oposición! El diálogo de la indecencia. Los dos saben que el diálogo es imposible, porque ambos declaran la sordera y la mala fe del otro como supuesto previo. Y así uno dice: -usted no escucha y el otro: usted no quiere oír. Y lo terrible es que los dos están sordos de verdad. Los dos están dominados por la misma pasión: el poder. Y el poder los deja sordos. De modo que, todo lo que se habla bla bla bla, esconde un monólogo previo que, en el gobierno dice: -Agárrate al sillón todo el tiempo que puedas. Y en la oposición: -Trata de echar a ese sordo del sillón para sentarte tú.
Sólo en ocasiones especiales, sobre todo al final de las legislaturas, el monólogo aflora como con el famoso “Váyase, señor González” o el famoso “Usted miente, señor Aznar, los españoles se merecen otra cosa, cualquier cosa”.
Los dos, gobierno y oposición, se caracterizarán por un discurso pobre que revela, sin embargo, de forma inequívoca sus intenciones.
El gobierno dice: -Puesto que tengo la razón y, por consiguiente, la verdad y la corrección en la gestión de la realidad (como certifica el hecho de ser el más votado), la oposición se mueve en la mentira, el engaño, la información parcial y sesgada (el gobierno se encarga de no informar demasiado a la oposición, porque informar es dar poder) y un pernicioso deseo de alcanzar el poder para gestionar torpe, interesada e insensatamente SU particular realidad.
El gobierno dice: -La visión teórica de la realidad, que la oposición tiene, está contaminada de “prejuicios”, intereses de partido y deseos nefandos de pervertir el orden que represento.
El gobierno dice: -Puesto que la razón está de mi parte, la oposición, a lo sumo que puede aspirar es a tener algunas razones colgadas en una palabrería destinada a desgastar, roer, degradar, descalificar, y levantar toda clase de sospechas sobre el “talante” del gobierno… La oposición me golpea… ¡Oídlo! No busca más que bronca. Así que tengo el derecho inalienable de devolver el golpe.
Por su parte, la oposición dice: -El gobierno no escucha. El gobierno está sordo, porque no hay mayor sordo que el que no quiere oír. A pesar de todo le diré, a gritos, la verdad, poniendo por testigo al pueblo que me escucha.
La oposición sostiene que el Gobierno gobierna de manera partidista, lleno de rencor contra la “realidad” que, siendo verdad, es inmutable.
La oposición asegura que el Gobierno miente, engaña, falsea, oculta, en función de intereses de grupo.
La oposición da por supuesto que el Gobierno dirige al país a la ruina, el caos, el desconcierto y el desprestigio ante naciones que ella declara prestigiosas.
La oposición certifica que el gobierno usa los bienes de todos en función de intereses particulares o de partido (amiguetes, cuñaos o correligionarios).
La oposición asegura que el Gobierno no sabe gestionar y le quita al pueblo las ilusiones. (Siempre que los políticos usan la palabra ilusión o imagen me ataca una náusea irreprimible y la necesidad de apoyarme en una esquina y vaciar el estómago, porque desde niño aprendí que “sólo vive de ilusiones, el tonto de… las narices” y no me gusta que me consideren tonto.)
Amigo mío, lector ingenuo: gobierno y oposición se diferencian, en que uno lo ejerce en contra tuya y la otra espera ejercerlo de la misma manera. Así que vuelve conmigo a decir: -Aguanta corazón (y estómago) que cosas más vergonzosas has aguantado, para ir desesperadamente a votar por alguien. Mejor que se lo coman todo y qué más da. Y cuando llegue una jornada de reflexión apaga tu móvil y tu correo electrónico, para no aguantar a la oposición o al gobierno otra vez, aquella indecencia que inclinó el voto de tanto ingenuo: se creen que somos tontos. Créeme. Ese cínico halago, dicho por quien sea, revela en qué medida, el poder y la oposición nos consideran tontos de verdad, de capirote a nativitate y usque ad mortem. Y verdaderamente ejercemos nuestra tontería cuando escuchamos el discurso político y cuando vamos a las urnas como borregos. Con lo contentos que estamos de nuestro sentido común.
Ya sé. Ya sé, lector, que muchos de los que viven ese diálogo de sordos me clasificará despectivamente como ácrata, anarquista, pesimista, catastrofista, etc. Porque, lo primero que hay que hacer con el discurso que no interesa, es descalificar al discursero. Y además, no me importa, porque mi tribuna de hoy es también cínica, pero de segundo grado: desde la mirada de san Diógenes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario