sábado, 19 de febrero de 2011

MADERA DE BOJ Camilo José Cela.

Hay mucho mandanguero de la novela. Pero si quiere usted un libro hermoso y duro, lea este libro de Cela. Durante unas cuantas entradas lo trataré. Pero ya le advierto de que la "técnica crítica" corriente, creo que no vale para este texto alucinado y alucinante. Por ello prefiero acercarme a él por otro camino.

Eso va en gustos. Hay gente que escribe sutilezas y la novela dice muy bien, muy lógica  y muy finamente lo fina que es su forma de percibir, tan sutil que a veces no hay percepción siquiera, sino sólo artificio de lenguaje, y hay otra gente que escribe a cantazos y seguimos la trayectoria de la piedra que dice: así es la vida y al que le toca le toca. Me refiero a Madera de Boj donde también muchos lectores, muchos buenos lectores naufragan. No sé si esto que voy a decir irá ordenado. Se conoce que la vida impone orden o desorden según se mire. La vida en fin, parece una escollera; piedras que emergen, que asoman un momento en el vaivén de las olas.

Finis terrae, finis saeculi, finis narrationis.
Cela es el poeta de los bordes, de los límites extremos. Si se le preguntara para qué sirve una frontera, estoy seguro que respondería, para saltársela. Madera de Boj es una mirada sombría sobre dos bordes sombríos: el de la tierra y el del siglo. Precisamente cuando todo parece resuelto, cuando la palabra bienestar se ha instalado en el alma occidental; cuando hemos descubierto el pequeño paraíso… del chalet adosado y pagamos con plástico en cualquier sitio, porque se confía en nosotros; cuando nosotros, hombres de la calle, los que nunca fuimos nada, somos lo más importante según el poder que sube o baja; cuando nuestros representantes envían enseguida un avión de buena conciencia a cualquier catástrofe ¡tranquilos, hacemos lo que podemos!, entonces aparece esta novela tan poco amable… ¿Pero es que este señor siempre tiene que ser tan inoportuno? –me decía una buena y culta esposa de un buen médico aficionado al arte. ¡Al final de la tierra, al final del siglo, todos estos naufragios! Sí, todos. Náufragos en el mar y en la tierra confundidos vivos y muertos. Todo ha sido un inmenso naufragio. Todo en ti mundo adorado, todo en ti fue naufragio. Y la mirada del poeta fría, conmovedoramente lúcida, cruelmente testimonial, como en un arabesco complicadísimo da cuenta de ese inmenso naufragio que es la vida. Ah, desilusión de Occidente: la gaviota va por el mar hasta la Gavoteira, la cornisa en la que anidan centenares y centenares, quizá miles y miles de pájaros, mirando para el oeste, para el mar que sólo cierra el horizonte, por el que cruzan las ballenas. (Frente a un pesimismo tan atroz sería bueno recordar el optimismo nietzscheano del último aforismo de Aurora, cuando se cerraba el siglo XIX con tan negros horizontes. Otros pájaros volarán más lejos… etc. ) [1]
Cierto que cualquiera puede echar mano de unas cuantas categorías tradicionales y, sin más contemplaciones decir: Esto no es una novela. Bueno, pues no, si usted lo dice. Ya se ve que todo anda un poco revuelto. Seguramente no es una novela, por lo del desorden. Lo que pasa es que Madera de boj sigue ahí, no desaparece, y mira burlonamente al preceptista: ¿Conque no, eh? ¡Vaya, vaya!
No es lugar para una discusión teórica pero sí de señalar de pasada que cada novela, cada experimento propone una rectificación del concepto que nos permite llamar novelas al Lazarillo y al Ulysses sin demasiada inquietud teórica.
¿Qué tiene Madera de boj que la hace a mi juicio digámoslo atenuadamente,  (un gran) producto novelesco?


[1] NOSOTROS ERONAUTAS DEL ESPÍRITU. Todos esos pájaros atrevidos que vuelan hacia los espacios lejanos, cada vez más lejanos, llegará ciertamente un momento en que no puedan ir más lejos, en que se colgarán de un mástil o de un árido arrecife, felices todavía de encontrar ese miserable asilo. Pero ¿quién tendrá el derecho de concluir que no hay ya ante ellos una vía libre y sin fin y que han volado tanto que ya no hay ante ellos una vía libre? Sin embargo, todos nuestros grandes iniciadores y todos nuestros precursores han acabado por detenerse, y cuando la fatiga se detiene no toma las actitudes más nobles y más graciosas; ¡así será contigo y conmigo! “¡Otros pájaros volarán más lejos!” Este pensamiento, esta fe que nos anima toma impulso, rivaliza con ellos, vuela cada vez más lejos, se lanza como una flecha por los aires, por encima de nuestra cabeza y la impotencia de nuestra cabeza, y de lo alto del cielo ve, en las lejanías del  espacio, bandadas de aves, mucho más poderosas que nosotros que se lanzarán en la dirección en que nosotros nos lanzamos, hacia donde todo no es más que mar, mar, mar. ¿Adónde queremos ir nosotros? ¿Queremos remontar los mares? ¿Adónde nos arrastra esta pasión poderosa que domina sobre toda otra pasión? ¿Por qué ese vuelo perdido en esa dirección hacia el punto donde hasta hoy todos los soles “declinaron” y se “apagaron”? ¿Se dirá un día de nosotros que también nosotros, dirigiendo el timón siempre hacia el Oeste, esperábamos alcanzar una India desconocida, pero que nuestro destino era fracasar ante el infinito? O qué, amigos míos, o qué... 

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