viernes, 1 de julio de 2011

SOMBRA QUERIDA

Todas las personas que ya no están se quedan unidas a las cosas que amamos juntos cuando estaban. Cuatro ojos ven más que dos y dos corazones aman más que uno porque un corazón que está solo no puede conocer el amor. Dos corazones aman más que uno y cuando aman juntos lo que sus cuatro ojos vieron, el amor alcanza a las cosas y estas quedan para siempre marcadas con el  delicado sepia de la nostalgia. Instantes de plenitud que nadie conoce, momentos que llevan el marchamo de la eternidad. Luego ocurre la muerte y separa lo que el amor unía y uno de los corazones deja de ser corazón  o se vuelve un corazón atribulado que revuelve los posos sagrados del recuerdo buscando en las cosas los ojos de la persona querida, el tacto delicado de la mano lejana la voz sedosa de los secretos íntimos comunicados.

Entre dos latidos hay un descanso y la muerte es ese descanso. Entre dos palabras hay un silencio y la muerte es ese silencio. Entre la inspiración y la espiración hay una pausa y esa pausa es la muerte. En cada pestañeo hay un instante mínimo en que la realidad se desvanece en la sombra y esa sombra es la muerte. Latiendo, hablando, respirando y abriendo los ojos negamos la muerte, pero la muerte se sonríe y no nos hiere directamente sino donde más nos duele, en el corazón hermano.

El que ama querría regalar latidos al corazón del amado. El que ama quiere hacer palabra hasta los silencios. El que ama quiere regalar su aliento al amado porque sabe muy bien que el aliento es la vida. El que mira los ojos del amado no pestañea para que nada de la luz del amado se pierda... pero la muerte procede, avanza, y sus pasitos inquietantes son el movimiento imperceptible de las manecillas del reloj: el latido se detiene, el silencio sucede, el aliento se para y los ojos se cierran. Y viene el descanso y cesa todo.

Dejamos muchas cosas sin decir o las dábamos por supuesto pero no las dijimos y ahora es inútil decirlas porque ya no está el oído que las comprendería, ni la sonrisa buena del acuerdo secreto. Sólo nos queda volver una y otra vez sobre las palabras dichas y entristecernos por no habernos dicho más veces lo que esperábamos oír con emoción. Y lo que esperábamos oír con emoción eran las cosas sencillas de la vida. ¿El jardín? ¿los gatos? ¿escribe Silvia? ¿vino Alberto? ¿los negocios? ¿todo bien? Y esa palabra vacía de despedida: venga, nos vemos; un beso para Blanqui.

Abrimos juntos los ojos a la belleza del río Torío y a la montaña. Fumamos el primer cigarrillo tosiendo, colorados, entre voladores y olor a churros en la romería. ¿Y cuando me caí de culo en la presa? Rieron los jilgueros de las salgueras pero no pestañeaste, porque yo estaba necesitado de tu mirada. Nos tumbamos en la orilla para ver las evoluciones de las truchas, tiramos perdigonazos a las bolas de anís, subimos en los caballitos y por la noche conversábamos hasta que las estrellas palidecían y nuestra respiración se hacía lenta y pesada. Papá cortaba jamón, mamá hacía magdalenas con nata, ¡come hijo, que tienes que hacerte un mozón! ¡qué ricas están tía Visi! Nos reímos juntos y conocimos nuestras primeras decepciones amorosas infantiles. ¿Quién puede comprender esto? ¿Quién podría adivinar el cúmulo, la galaxia de las emociones sutiles en cada gesto, en cada palabra, en cada silencio, en cada encuentro y en cada despedida? 

Carlos, no olvides que te queremos, -te dije antes de que pisaras el agua oscura. Ya no estás para guerras ni paces; las pequeñas cosas de la oficina (proyectos, presupuestos, actas, planos y planes, facturas y cuentas pendientes) esperan quietas una mirada buena que las haga brillar pero tus ojos se han vuelto a la profundidad abismática de la muerte y respiras su perfume con ansiedad.  Ahora que estás en la distancia del último horizonte, yo las miro por ti, nosotros las miramos por ti, hermano, esposo, primo mío querido, pero los cinco sabemos que no es lo mismo porque el amor les daba vida y en ellas vivíamos. Ahora empiezas a ver por nuestros ojos, pero nuestros ojos ven mucho menos porque nos faltan los tuyos y ¿qué son nuestros corazones sin los latidos del tuyo?

Ahora busco tu sombra enorme por las calles vacías. Pasan imágenes de hombres y, si prestara atención, hasta percibiría latidos, palabras, miradas y aliento, pero tu partida me ha dejado tan maltrecho que ni veo, ni miro, ni escucho, ni siento. Nada de lo que vivimos tan intensamente volverá, nada será lo que era porque cuando muere un hombre se rompe la malla secreta que nos une a todos y hay que recomponerla y después, suspirando, - ya no es lo mismo- decimos con desconsuelo.

En verano voy a volver a las orillas del Torío. Con toda su muda nostalgia, las cosas me preguntarán por ti: el espino blanco, las salgueras, los chopos y las flores de los prados; me preguntarán por ti las mismas aguas que llenaron de brillos nuestros cuerpos infantiles desnudos; ¿dónde se ha quedado Carlos? me preguntarán los cerezos silvestres, los endrinos y los pardales de ribera. Y también el aire de la tarde y el rumor nocturno de la presa. ¡No sé dónde se fue! les diré con tristeza. Quizá ya está su barca en el mar, quizá en el cielo, quizá en el alma de todas vosotras, queridas cosas y en la mía y en la de Blanca y Alberto y Silvia y Paco y José y Tino. Sólo sé que el amor de todos no pudo retenerlo porque tenía un destino que cumplir más allá de las estrellas. La casa del padre necesita reformas, sin duda, y él era un buen arquitecto.


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