sábado, 6 de agosto de 2011

L' infinito

Sempre caro mi fu quest’ermo colle
e questa siepe, che de tanta parte
dell’ último orizzonte il guardo esclude.
Ma sedendo e mirando, interminati
spazi di là da quella,  es sovrumani
silenzi, e profondíssima quiete
io nel pensier mi fingo; ove per poco
il cor non si spaura. E come il vento
odo stormir tra queste piante, io quello
infintio silenzio a questa voce
vo comparando: e mi sovvien l’eterno,
e le morte stagioni, e la presente
e viva, e il suon di lei. Cosí tra questa
immensità s’annega il pensier mio:
e il naufragar m’è dolce in questo mare.

Hace muchos años que este bellísimo poema de Leopardi me golpeó en la fuente misma de las emociones. Era mi caída en el camino de Damasco sin duda, y en el poema me llegó todo un mundo dormido en mi interior. Así comprendí que en el “alma” hay mundos que repentinamente alcanzan conciencia. Quizá ese sea el secreto de que algunos movimientos literarios aparezcan cuando suena su hora en el reloj del espíritu como diría Lucàks.
Se lo leía en clase, a mis alumnos del Instituto de Alcantarilla y en la lectura creo que alcancé la comprensión de un romanticismo que hasta entonces era no más que “literatura” en el peor sentido. Era como si los románticos alemanes e italianos del XIX me hubieran tocado una fibra especial en la que hubieran escrito todas sus inquietudes. Comprendí entonces lo que era la inalcanzable flor azul y la necesidad de buscarla; la tristeza del hogar perdido; la nostalgia como la herida de Filoctetes en la pierna del alma; el vacío infinito que sólo se llenaría con el amor, y la pasión que sólo encuentra concreciones limitadas, engañosas  que no pueden llenar ese vacío; la certeza de ser único y extraño, y la necesidad de corazones semejantes que ¡oh, desgracia! han podido nacer en otras épocas; el estremecimiento de sentirse vivo en la crisálida del misterio y, en fin, la expansión que abre el alma a lo infinito y se siente arrastrada a la vorágine de un espiritual agujero negro en el que uno se quiere perder sin resto ni retorno.
Esta última peligrosa sensación la viví años más tarde en mitad del Mediterráneo en la profunda media noche sobre un mar quieto y brillante. La atracción del infinito me hizo colgarme unos instantes fuera de la borda con la tentación de soltarme y hundirme en el abismo. Era ese punto que los físicos llaman horizonte de sucesos y los pilotos, punto de no retorno. Por suerte lo estoy relatando.
Ahora sólo quiero llamar la atención sobre una frase de poco contenido semántico, pero de una potencia alusiva extraordinaria: e il suon di lei. Una sola palabra llena semánticamente suon “sonido” en una frase de cinco palabras. El sonido de las estaciones, de las épocas pasadas y de la época presente y viva.
No es esta entrada un desnudo exhibicionista, sino una pequeña confesión romántica también, que quiere destacar aquí solamente la sensibilidad enferma de un poeta enfermo que escucha el latir del tiempo como Machado. Ese latido, ese silbo que asorda el sentido del oído, lleva en sí el abismo y el deseo de hundirse en la inmensidad  del mar interior cuya superficie es un espejo, pero  tras la cual está el abismo insondable. Bravo Leopardi. Dulce naufragio en la mar amarga. Al terminar el poema uno puede decir con Nietzsche: “Pues yo te amo eternidad”. Dicho sea con la desolación romántica. 
Si quieres, lector mío querido, escuchar el poema recitado de forma romántica, tal como podría hacerlo Leopardi busca en google L'infinito Vittorio Gassman. Es un gozo. Gassman recita lentamente, como meditando las palabras, convencido de que una música interior a los versos ejerce la misma función que un Lieder o un Nocturno. Pone el énfasis donde cree que lo puso el autor y deja que el ritmo penetre el alma de la misma nostalgia del infinito que el el poeta padecía desde su infancia.

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