sábado, 3 de septiembre de 2011

Antonio Gamoneda o la poesía de la pobreza

Al  definirse como poeta de la pobreza de la pequeña ciudad fría y provinciana, es posible que muchos de los que escucharon el hermoso discurso de Antonio Gamoneda, en la recepción de su bien merecido premio, se hayan llamado a engaño. La pobreza es un hecho duro, muy lejano a cualquier romanticismo y a cualquier bohemia decadentista. No hay muchos que amen la pobreza, que abracen la pobreza y el pequeño formato de la vida escondida, que la pobreza proporciona. La mayoría tiene nostalgia de la vida en gran estilo que la riqueza promete. Pero hay que ser muy poeta para aceptar lo indispensable como sustancia de la materialidad misma de su vivir y después trabajar el verso del desasimiento que es la forma más hermosa de la pobreza; la de quien, como Sócrates, pasea por la calle más comercial, mira un gran escaparate y dice para su capote provinciano: -Hay que ver, cuántas cosas no necesito.
Gamoneda parece un hombre que, repentinamente, ha reparado en que nunca hizo ningún esfuerzo para salir de la pobreza, porque nunca sintió el aguijón de la ambición, la nostalgia de la vida “grande”, donde la abundancia y la posesión de medios es más un obstáculo que un acicate a la creación literaria. Ha preferido la escondida senda y la ha preferido porque estaba seguro de que, el camino trillado no tiene en sus márgenes una flor verdadera, sino sólo lo que los viandantes arrojan al pasar.
Más aún: la elección que el poeta hace de la pobreza como elemento condicionante de su vivir poético, no es frase que revele la nostalgia de una obra y una vida brillantes. El brillo externo de una obra alude, siquiera sea como tensión, al oropel que tantas veces se confunde con el brillo del oro. “Pobre es el que no sabe servirse de la felicidad”. El poeta no es pobre por haberse empobrecido o por falta de pasión necesaria para fabricarse una posición económica más alta, a la que es honesto aspirar; su pobreza no debiera entenderse con parámetros económicos, pues bien mirado, la pobreza del poeta tiene como carácter el desasimiento. Nada que le aleje del verso y la pasión del verso, porque, en el verso, es donde se encuentra la verdadera riqueza. De modo que de pobreza, nada. Lo mismo que Fray Luis o Juan de Yepes, fueron pobres por decisión de libertad, por voto, para alcanzar la riqueza más alta, en la acción de desvivirse, en la nostalgia de un mundo más alto, el poeta renuncia a la concreción de la experiencia inmediata, para elaborar un mundo cuyo brillo y riqueza hay que buscar con el pico y pala de la lectura silenciosa que lo reelabora. Esa es la riqueza del poeta “pobre”, o mejor, esa es la riqueza del lector de un poeta pobre.
Si tuviera que buscar un paralelo en el que la pobreza abrazada fuera querida y vivida como pobreza, desasimiento y fuente de creación literaria lo encontraría en Charles-Louis Philippe. En él encontraría situaciones hondamente líricas que Gamoneda podría aceptar con cariño como suyas. Uno de sus personajes, Marie Donadieu define el amor con una sencillez maravillosa. Lejos de la tradición romántico burguesa, -“El amor –dice- es sentarse juntos el domingo por la tarde y que eso sea suficiente”. ¡La obviedad del amor! Reposo, silencio, rodar tranquilo de la mirada por los objetos familiares reunidos en el salón, donde el reloj marca el tiempo sagrado del corazón: una pregunta por las niñas, (¿Llamó Amelia? ¿Qué tal está Angelines?) una lectura anotada, una mano que acaricia la mano vecina de la esposa, un presagio que atraviesa la penumbra de la tarde que se muere, una llamada al teléfono en el que las palabras resuenan cordiales, sencillas y breves; una salida a la ciudad y el ratito amable de una amable tertulia de amigos… y el verso, siempre el verso, cada vez más hondo y conceptual. ¿Qué más se puede pedir? En la tarde de un domingo provinciano puede encontrarse todo lo que el verso meditativo requiere para reflejar el hondón del alma. -¿Experiencias? Sí, pero no. El poeta no quiere relatarlas en su inmediatez, porque, sobre la experiencia personal nada seguro se establece, y no es infrecuente que la experiencia sea un jugueteo vano con el lenguaje, que termina en sí mismo, sin la transfixión necesaria que lo haga verdad y poesía. Y aquí hay verdad y poesía; o más brevemente, poesía, que es concepto que reúne los dos.

Hay otros caminos hermosos, como dice la afectuosa voz y comprehensiva de Eduardo Aguirre. Sí que los hay. Otros y hermosos. Pero el poeta sigue el suyo, el que considera más hermoso porque, otros muchos grandes poetas del desasimiento lo han seguido y su estela deja brillos fugaces a los que Gamoneda lleva muchos años atento, como un navegante que no apartara sus ojos de la estrella polar y su mano del timón.

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