lunes, 5 de septiembre de 2011

El diálogo como perversión

Diálogo es una palabreja de mucho prestigio, pero su prestigio tiene los mismos orígenes que el de los “famosos” de nuestras teletardes idiotas. Ni siquiera se salva el concepto filosófico de diálogo, porque basta repasar la historia de la filosofía, para comprobar que el diálogo fue siempre, defensa a ultranza de intereses de clase, de escuela o de partido; expresión de, no deseos, sino ansias de grupos de ideólogos o de partidos políticos y más aún: vocerío de reivindicaciones de identidad, individual o nacional, que busca justificar la violencia y la sangre derramada y por derramar. Se añora una supuesta época de diálogo libre (al estilo del pensar de Platón o Spinoza) pero esa “época” no existió nunca. En la miserable situación actual, incluso la filosofía se ha dedicado, ella misma, a mantener la ficción del diálogo libre. ¿Libre? ¿Libre de que? Se da la paradoja de que el diálogo libre, de lo único que carece, es de libertad. El diálogo es vicario de presupuestos, axiomas, consignas, aprioris banales, que circulan en la farándula de la política o en los medios de comunicación, como comodines para llenar vacíos de información. La palabra es una perversión.
El concepto de diálogo se supone unido a otro concepto de prestigio que es el de “tolerancia”. Es éste, concepto de mucho adorno, como la limpieza y la asepsia son adornos de la “auténtica” prostitución y la actividad de las letrinas. La tolerancia, en el diálogo, reivindica ya el “respeto” a la opinión del otro, sea esta la que sea. Pero, mi querido lector, hay opiniones que no son respetables sino detestables y no sólo por su carencia de fundamento histórico-filosófico, lógico o cultural, sino porque, además, se han convertido en máximas y principios irrenunciables que hay que defender, menos con la palabra que con las armas… defenderlas “como sea”, o sea, caiga quien caiga. Por ejemplo: Una banda repugnante, ha matado a mis hermanos (policías, niños, padres, madres etc.) pero me ha insinuado una convocatoria:
-Dejaré de matar, si se sientan a la mesa conmigo a dialogar. (¡perdón por la rima!)
-¿A dialogar sobre qué?
-Bueno, si me hacen determinadas concesiones, dejaré de matar definitivamente y se acabará el conflicto en esta nación.
-Pero eso no es dialogar, es decir: discutir razonablemente, aceptar el error del crimen, dejar las armas, reclamar justicia (¡justicia, no legalidad simplemente!) contra el delito, sufrir la pena correspondiente y satisfacer el agravio hecho a las víctimas.
-Ya. Pero eso es lo que hay y, además, me tienen que dar…
-Ah, bueno. De acuerdo. Para que vean que soy tolerante.
Hace falta estómago para aceptar semejantes presupuestos en una negociación. Porque se trata del negociete, y no de un diálogo. Aquí hay que recordar los versos de Machado y espero, lector, que no lo consideres racista: Cuando dos gitanos hablan / es la mentira inocente: / se mienten y no se engañan.
En la confusión idiomática, la palabra “conflicto” se las trae. Claro. A usted le apalea, en la calle, una banda de gamberros y, a continuación, los canallas aseguran que hay un conflictúa y que hay que dialogar. Y usted, gestor mío, querido gestor, trata de convencerme de que, en efecto, hay que dialogar. Y por qué no usar sin rebozo la palabra negociar. Ah, la palabra negocio suena feo y está cerca de la palabra trapicheo. La palabra diálogo tiene mucho más prestigio. Seguramente convenceremos uno por uno a todos los componentes de la banda, de que sus posiciones teóricas y los “ideales” ji, ji, por los que han derramado unos seis mil litros de sangre inocente, estaban equivocados. Y los convenceremos con nuestra tolerancia y nuestro talante tolerante.
Y luego está la palabra “perdón” y las palabras “vencedores y vencidos”. La palabra “perdón” queda muy cristiana y muy elegante y adornada de la otra palabra trampa: la “generosidad”. Y se dice: “la sociedad debe perdonar…” Pero “perdón”, un sentimiento muy poco estudiado en psicología, implicaría que el asesino reconociera su crimen, y que él mismo exigiera el peso de la ley sobre su cabeza y que la víctima, en un gesto de blandura inhumana, quisiera olvidar el daño que se le hizo y dar, incluso, un abrazo al asesino. Demasiado cristiano y demasiado para el cuerpo.  En cuanto a las otras dos palabrejas, ni siquiera se debiera tener la desvergüenza de usarlas, a no ser que hayamos aceptado lo del conflictúa y la guerra justa… No existen vencedores ni vencidos, porque no existió ninguna guerra y sólo hay asesinos y víctimas y las víctimas están en la tumba o en silla de ruedas y los asesinos ponen en la mesa su triste recuerdo para “dialogar”. Y hay más: axiomas como “las víctimas no pueden condicionar la política”… ¿Y eso? ¿Pero no se repitió hasta la saciedad por parte de los mismos políticos negociadores que “víctimas éramos todos”? Bueno, bueno, bueno. ¿Entonces para quién trabajan los políticos? ¡Qué tontería! Los políticos, en general, no trabajan, van a votar. Y más aún. Llegará el día que, cuando alguien nos diga que se dedica a la política, nos echemos la mano a la cartera instintivamente.
Todo esto, amigo lector, si tienes buen seso y estómago, lo estás viviendo en la euforia estúpida de un cuerpo social, que dobla la rodilla ante la injusticia y el terror. Ya lo hiciste otra vez, cuando el terror decidió derribar un gobierno y lo consentiste, pero por lo menos deberías pedir que se usen con probidad y propiedad las palabras y no se dé un paso, sin la certeza de que no se traiciona ni al lenguaje, el sagrado vehículo de la vida, ni a los muertos, a los que se les arrebató el lenguaje y la dorada existencia con una previa perversión idiomática de palabras que no contienen más que: mentira, traición, robo, crimen, fanatismo, secuestro, extorsión y desvergüenza y de fondo, la coartada de otra palabra sangrienta: Nación. Otra palabra traicionada a diestra y siniestra, o sea, por la derecha y la izquierda, abertxales o moderadas, nacionales o autonómicas que para el caso son lo mismo.
 -¡Hala! ¡Todo el rebaño tranquilo! Han dicho los lobos que van a dar una tregua. -¡Pero oiga!... - Chisss. A callar. - Es que me llamo Miguel Ángel Blanco. - Chisss, vuelve a la tumba desgraciado. Tú ya tuviste los honores preceptivos.  Esto no va contigo. Las víctimas no deben interferir… deben saber perdonar. 

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