lunes, 5 de septiembre de 2011

Los problemas del subjuntivo.

También esta entrada tiene unos cuantos años, pero no ha perdido sentido. Me ha divertido releerla y la coloco aquí por si te divierte, amigo.

            ¿Qué es lo que nos ha pasado, Evito, que no veo más que desastres alrededor? (Evito debería ser Evita, como la de Argentina, pero descubrimos tarde que era gato)
El dermatólogo me dice que no me exponga al sol porque puedo ser víctima de un melanoma. El médico de cabecera, por no llamarme viejo, me dice que haga ejercicio porque a partir de determinada edad se expone uno a la artrosis. El cardiólogo de la tele ha dicho lo mucho que mi alimentación puede influir en un posible infarto de miocardio. El de digestivo me miró con unas gomas por semejante parte y torció la gaita, tienes unos pólipos en el colon (lo llaman colon) que no me gustan nada, hay que quitártelos. El endocrino, uy, me parece que tienes un nódulo frío en el tiroides; va a haber que extirpártelo porque puede malignizarse. La próstata pa’ qué te cuento. Y el dentista… no sé lo que se puede hacer: tienes la encía muy débil y las piezas muy desgastadas… Cuando fui a renovar el carné de conducir, mira Venancio, vas a necesitar gafas. Tienes que ir al oculista, ya no puedes conducir sin ellas. Y me ha salido un juanete y tengo el alma, digo el pie con un par de callos del copón.
En el instituto me dicen que no hay esperanza para los males de la educación, y los asuntos políticos, pues ya se ve como andan. Y encima, los griegos me dicen que lo mejor es no haber nacido y lo que le sigue en bondad es morirse cuanto antes.
La caducidad es una luz deslumbrante; el deterioro, un hecho; la limitación, una fuente de desesperanza; la fealdad, un dato inequívoco que nace de dentro, anda por las calles e invade los medios de comunicación; la basura que echamos en enormes vertederos, la mantenemos en casa, con adoración, cada tarde de tele; los políticos son los gestores de la basura. Dime, Evito: ¿de dónde saco yo un poco de esperanza?
Mi gato deja en el césped un topillo que acaba de cazar, me mira y me dice: -Pareces tonto. ¿No hiciste lingüística?
La mente se me ilumina con su mirada felina. La esperanza no se da en el presente. No se interesa en el pasado. ¿Cómo tener esperanza de que la guerra de Troya no ocurra (tendría que llamarme Giraudoux) o que el Holocausto y Nagasaki sean fantasías delirantes. Pero la esperanza tampoco es un proyecto que se lanza al futuro, porque el futuro tiene, en su almendra, la amenaza. La esperanza, me dijo mi gato, es ese recinto sagrado, idiomático, donde se proyectan los deseos que configuran nuestras más alegres expectativas, haciéndonos olvidar que somos cosa perecedera, como las hojas de los árboles. La esperanza es una cuestión lingüística como casi todo. La esperanza está en el subjuntivo y el condicional o en expresiones que proyectan los deseos hacía un futuro posible pero no probable: “si volvieras, amor mío; si me tocara la primitiva; cuando venga el PP; si aprobaran el estatut; si a Rovira se le cayera el bigote de esa carona de pan ácimo, sin levadura y dura como el cemento armado; cuando saquemos las patatas y matemos el gocho; cuando mi hijo termine la carrera; cuando el abuelo palme; cómo me gustaría que; ojalá lo supiéramos; si el alcalde dimitiera; si encontráramos un político decente; mira que si quebrara la SS; cuando me jubile; ya se encargará Rubalcaba de echar la culpa a los otros; ojalá supriman la religión de la escuela; ya vendrán los otros a hacer una nueva ley de educación; habría que endurecer el código; a lo mejor este otoño le da por llover; a los que queman el monte habría que echarlos al fuego desde el avión contra incendios; las inmobiliarias nos están devorando el paisaje; mi amigo Pedro Blanco siempre dará buena literatura; qué raro que los “intelectuales” anden a la mamandurria del poder: serán de izquierdas; Norma Duval seguramente volverá a bailar para Aznar; Acebes y la anciana Vicepresidenta parece que van a ir al logopeda; a Zaplana tendrían que pintarle de rojo, esa cara que tiene de duraluminio; por lo menos; seguramente; tal vez ; quizá el problema es mío; estoy hasta las narices... etc., etc.” Sí: la esperanza está en el subjuntivo, pero también el temor y la desesperanza y el subjuntivo y todas las expresiones desiderativas están implantadas en mitad del idioma.
Así las cosas habría que pedir socorro a la Real Academia Española, para que suprima algunos modos verbales, pero corremos el peligro de que Pérez Reverte nos sacuda un discurso sobre germanía o nos escriba otra novela.
¡Y sin el consuelo de la Religión!...
Mira Evito, por más que busco no encuentro un hueco especial para la esperanza en el subjuntivo, ni en el condicional ni en el presente por futuro, sino motivos de nuevos temores.  Así que sigue con tu topillo y déjame que me consuele de la mejor manera. Fatima, tráeme el sacacorchos, por favor.

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