lunes, 7 de noviembre de 2011

Nefas!


Hay días en que uno se levanta con una carga de sueños, con la que no puede dar un paso. ¡El estar para penas solamente –que dice Hernández. (Sé que me repito como un mal guiso de morcilla leonesa). Sueños grises, vacíos, tan parecidos a la gris realidad que no se llega uno a creer que haya dormido. Mal aliento, barba gris despuntando y falta real de ganas de pasarle la cuchilla. En el espejo hay un tipo que se parece al tipo que viste anoche pero ha envejecido un siglo más y uno dice con Quevedo:

Por límite a mis penas
aguardo que desate de mis venas
la muerte prevenida
la alma, que anudada está en la vida,
disimulando horrores
a esta prisión de miedos y de dolores,
a este polvo soberbio y presumido,
ambiciosa ceniza, sepultura
portátil que conmigo he traído,
sin dejarme contar hora segura.
Nací muriendo y he vivido ciego
Y nunca al cabo de mi muerte llego.

De tu vida se están yendo todos los seres queridos de la familia. Para colmo, sientes un inopinado dolor en un hombro, en la cintura, en una rodilla. Envejecen los huesos y su resistencia no se hace sin dolor. Después sales a la ciudad y ves mucha gente como tú. Las aceras están llenas. Día de Difuntos. Mucha gente pasa llevando grandes ramos de flores de plástico para sus muertos. Los rostros que pasan a tu lado han tenido sueños parecidos a los tuyos porque en su mirada te sientes explorado como tú los exploras y estás viendo en su rostro tu indiferencia, tu  vacío, la acidez estomacal de tu propia alma. ¡Halitosis en la mirada! Y como puedes suponer, aparece la melancolía y una cierta misantropía. Aquí la palabra “cierta” parece llevar la noción de “un poquito”; pero no es “un poquito” sino que se refiere a la clase de melancolía: la más fiera. Porque un poquito de odio es un odio enorme. Ves en el rostro de los demás lo que tanto odias en ti mismo… Entonces tienes ganas de poner en la cancela de tu alma un letrero que todos los viandantes lean con claridad y que diga: perro manso, cuidado con el dueño. Sí. Mi melancolía es mi fiero perro manso.
Y pa' encima, como dicen en el campo,  empieza a llover y frías gotas de lluvia te acuchillan la calva. Como no tienes paraguas y, si lo tuvieras, no lo abrirías, te acercas a una marquesina  y esperas que pase el chaparrón, hasta que miras atrás y te das cuenta de que estás ante eso que lleva el espantable nombre de una entidad bancaria, un Banco, ¡vaya! (Banco rima en asonante con atraco –piensas- y si estuvieras de mejor humor harías una redondilla, como una gran rabadilla que incluyera esas rimas.) Entonces sabes que has perdido a Dios, que el mundo ha perdido a Dios y que Dios ha huido horrorizado ante el rostro del hombre insomne. Todos hemos escapado de Auswitz. Todos vivimos el más asqueroso reality show. No has acabado de dar forma a tan desgraciado pensamiento cuando, clin, clin, recibes un mensaje en el móvil. 
-Querido amigo: dentro de unos días doy una conferencia sobre “la felicidad”. Seguro que puedes aportarme alguna idea interesante…  Ji, ji. Es un buen amigo, catedrático de ética.
Entonces se te atraviesa una idea amarga y contestas con otro mensaje: -Querido amigo. Regala a tus oyentes unas cajas de lexatín… Pero no llegas a darle a la tecla de enviar y lo guardas en la capeta “borrador”. Todavía te queda un poco de bondad. A ver si dura. Los amigos es lo que tiene... Parece que te siguen, con una sonrisa, en ese día nefasto.

1 comentario:

  1. Me levanto. Voy a preparame un café. Desde la ventana de la cocina contemplo a los gatos tomando su baño de sol mañanero, ajenos, divinamente ajenos diría yo, a eso que denominamos mundanal ruído y que se ha tornado estrépito. No traicionan la gracia de la luz ni su ritmo, se diría que no hay frontera entre sus cuerpos y ella.
    Esta mañana no pienso "informarme" de nada, voy a sumarme al ritual felino y a procurar diluirme en la cálida luz que va extendiéndo su caricia por el patio.
    UN ABRAZO.

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