domingo, 5 de febrero de 2012

La novela

Cuando llegó la muerte, el divino Aquiles, el más ligero en la carrera, la miró rectamente a los ojos y dijo: -"¡Has velado mi vida tantas noches!... He corrido mucho tiempo delante de ti y ya no quiero ir más allá. Por fin ha llegado tu hora. Te sigo, pues aunque no quisiera tendría que seguirte". ¡Qué bien sabían morir los héroes antiguos! ¡Qué hermosas palabras salían de su boca un poco antes de dar de ojos en la madre tierra. Y cómo se quedaban luego contemplando los rostros cambiantes de las nubes, en el mismo campo que los vio derrumbarse como montes eminentes sobre el palpitar esmeralda de la hierba. ¡Perfume amargo de la sangre! ¡Destino informe escrito en el cielo estrellado!

¡Aquiles, el heroe que tanto me ha hecho soñar!

Nadie, amando como él amaba la luz, ha mirado la muerte con tan perfecta seriedad, con la divina impasibilidad de quien sabe que hay cosas peores que la muerte. Cosas que ya han sucedido... como la pérdida de Briseida la de las hermosas mejillas. Pero Aquiles era... el más fuerte, porque era... el más fuerte  Educado para el combate y para las bellas palabras, Aquiles sabe vencer. Vencer es saber imponer la fuerza moral al vencido y señalarle su destino con la profunda voz de la verdad. Dice Aquiles antes de matar a Licaón que le ha pedido clemencia:

¿Por qué te lamentas de ese modo? Acaso no murió Patroclo que en todo te sacaba ventaja...  ¡Mira cuán gallardo y cuán alto es mi cuerpo, yo, a quien engendró una diosa y un mortal! ¿Lo ves? Pues también a mí me espera ella. También a mi el destino cruel. ¿Vendrá una  mañana, vendrá una tarde, un mediodía vendrá  en que alguien me arrancará la vida en combate hiriéndome con la lanza o con la  flecha del arco despedida?Así dijo.

Desfallecieron entonces las rodillas y el corazón del Teucro que escuchó las últimas palabras del héroe y arrodillado tendió sus brazos. Aquiles sacó la espada de su bien labrada vaina y la hundió en el cuerpo de Licaón clavándola por encima de la clavícula. La hoja de doble filo entró entera y Licaón cayó de bruces: brotó la negra sangre y empapó la tierra.
 
            Era fácil caer en el cuadro emotivo, profundamente musical. Era fácil dar rienda suelta a la piedad y que esa emoción traspasara la pintura. Pero la epopeya no lo admite. Esos tipos barbudos que danzan en los vasos o sujetan su escudo o amenazan son su pica, lanzándonos desafiantes una pregunta, carecen de piedad, porque la piedad es signo de la blandura del alma.

Mucho más tarde, cuando ya en el mundo  no caben los héroes o se han vuelto cosa risible, se dejan morir de un ataque de melancolía,  "Hunde tu lanza caballero, y pues me has quitado la honra quítame la vida"... -dice don Quijote, caído en la playa de Barcelona. Y luego, cuando recobrada la razón, espera la muerte con la conciencia sosegada, Sancho, los ojos arrasados de lágrimas, le dice a su señor: "Siga mi consejo y viva muchos años. No se deje morir sin que otras manos le maten que las de la melancolía"... Con el destino del héroe aparece el destino de una nueva forma literaria: la novela.
Es el de don Quijote un destino que no querríamos, porque don Quijote no muere dentro de la epopeya, sino dentro de la novela. El tramo narrativo que hay desde su vencimiento hasta su muerte, es nada menos que el momento en que triunfa la novela y desparece toda la epopeya en que, como en una burbuja, como una transparente e irisada pompa de jabón vivía el héroe. Un héroe crepuscular, un deslumbrado (había demasiados en ese siglo), que muere decentemente en su cama derrotado. ¡Piedad de la novela para el héroe de la epopeya! Piedad extraña, ambigua la mirada sobre el héroe que cae derrotado en la arena. Tras la máscara, la voz espiritada del héroe, al contrario de Licaón, pide la muerte porque no puede vivir sin honor. Sobre el lector cae como lluvia benéfica un sentimiento que no se hallaba en la epopeya: la piedad. Y la piedad es otra forma de la melancolía, el principio de estilo esencial a la novela.
Pero no es sólo de la contemplación del héroe de donde brota la melancolía, sino de la racionalidad también. Es el mundo lógico y metódico el que va a imponer definitivamente sus criterios. Es la tecnología la que en definitiva impondrá sus leyes a la naturaleza y para un héroe cuya vida se penetró de mitos el mundo se vuelve incomprensible e indócil a la mirada. Los datos de los sentidos se interpretan en el texto de los mismos, se comprenden dentro del mundo de concepciones del héroe. Y también esa razón metódica, sufre de melancolía. Eran las bellas mentiras las que daban a la vida un sentido que en la época de la novela ya no existe. Y aunque la razón va a volverse instrumento, herramienta y va a dirigir el mundo por caminos de deshumanización, ella misma es sabiduría melancólica de que el corazón del hombre no llenará nunca por esos caminos el amplio, el profundo hueco del sentido...
  Si yo no hubiera querido ser Aquiles, desearía haber sido don Quijote y no para morir como él de melancolía, no decentemente en mi cama, de acero si puede ser con las sábanas de Holanda. De ser don Quijote yo hubiera querido morir en la playa en que fuera vencido por otro caballero.


5 comentarios:

  1. Isabel, sin conocerte me atrevo a terciar:
    El asunto no es el miedo a la muerte, sino a la vida, a su sinsentido. El héroe encuentra sentido a la vida en su muerte heroica, esa razón de la sinrazón de don Quijote que Cervantes le niega y con ello, como tan estupendamente nos dice don Venancio, inventa la novela, que no es más que un espejo que devuelve nuestra propia imagen y, por lo tanto, no responde a la pregunta.
    Me acuerdo de aquel soneto de un zagal de Murcia que terminaba "… el espejo en colgadura devuelve la razón del caballero".
    Cordialidad.

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  2. También me has recordado, maestro, “el séptimo sello” de Bergman: El caballero vuelve perplejo, pues vuelve vivo, y la muerte lo reclama, y él le dice: “Ahora no, joder. No ves que llegas con retraso. Ahora te exijo un rato para encontrar la respuesta. Vueve más tarde” o algo parecido.
    Abrazotazos.

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  3. Ningún arte como el nuestro del siglo veinte. La imagen en la que la temporalidad aparece como la sentimos en la subjetividad, pertenece al cine. Pero ni el cine ni la novela pueden ser épicos. Bergman proyecta en su personaje, toda la complejidad existencial del hombre del siglo XX. Todos los existenciarios que presionan en el alma del hombre de entreguerras, los proyecta sobre el caballero A.Block: el ser arrojado, el enigma de la muerte, el dolor, el absurdo, la nada… y en fin la pregunta por lo que pudiera estar al otro lado del muro de la muerte. La alegría de la partida a las Cruzadas y el regreso en la melancolía de no encontrar respuestas y tropezar con la muerte, no como problema sino como presencia inminente.
    El caballero es una alegoría de lo que es el héroe de la novela y el hombre del siglo XX.
    Creo que la melancolía y el “problema” marcan la hora de aparición de la novela en el reloj histórico/filosófico –Luckács?-. El personaje de Bergman lleva la sensibilidad y el “problema” de existencia en un momento que no sería el suyo, entendiendo como suyo el mundo de la epopeya.

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    1. El tema de la muerte ha suscitado mucha charla entre todos. Un saludo a los que no conozco y me escriben. Lo que sucede es que yo no tengo miedo a la muerte cuando me siento bien, pero, si la veo acercarse, me atemoriza la incognita del más allá, en el que digo creer, pero que no veo claro. ¿Os habéis sentido alguno tan cerca de la muerte como los héroes griegos o como don Quijote cuando habla de ella? Es lo que admiro de estos personajes, que parecen no sólo no temerla, sino necesitarla y sus palabras no son vacías porque la sienten cercana. Si no tenéis ese miedo también os admiro a todos. Es una pena este sentimiento mío porque es lo que tengo más claro, que voy a morir y además es algo necesario para la persona. Un abrazo Isabel

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