Sólo en alas del lenguaje venimos al mundo y en brazos de la
madre sabemos cuánto nuestro existir es existir como promesa. ¡Qué atención
ponen los padres a la primera palabra, esa en que aparece por primera vez el
espíritu: mamá! Es la primera palabra que habla de salvación. No venimos
negándonos al mundo con la desdicha del sordo. Mamá, papá son palabras-reconocimiento: encierran todo el mundo del
niño, que por una parte se desliga de la madre, a quien ya ve como un tú, y por
otra le dice: estoy aquí, dispuesto a la palabra que me une a ti, a la palabra
que me hace yo separándome de ti, y a la palabra espejo en la que coincidimos
al conversar sobre lo otro, el mundo. De modo que en ese momento acepta los dos
lenguajes: el socializado de los padres que lo heredan a su vez de la sociedad y el
personalísimo poético que usando las mismas palabras, tratará durante toda la
vida de expresar un yo atrapado en los hilos de araña de la “libertad”. Es el
lenguaje poético, que no siempre es el lenguaje de los poetas, porque poetas
hay pocos. Así entiendo yo lo que decía Hölderlin y comenta con tanta agudeza Heidegger. Un texto muy conocido:
Mucho ha experimentado el hombre,
a muchos de los celestes ha nombrado
desde que somos una conversación
y podemos oírnos los unos a los otros.
Así lo entiendo porque somos
una conversación, es decir, escuchamos. Una conversación tiene como
fundamento el escuchar. Oír, como se
traduce a Hölderlin, es un primer paso, escuchar es un paso más, un escrutar el
fondo de la conversación, el alma: allí donde resuenan los nombres de los celestes. No
conozco el alemán, pero estoy seguro de que el sentido de oír es ese plus que recibe el nombre de escuchar.
(La foto ligeramente modificada para que se acerque a la pintura, pertenece al amigo Isidoro y se titula: Luna sobre el Sueve. ¿La elegí porque me recuerda su conversación? ¿O porque se asomó a la ventana de su casita de Asturias para escucharnos?)
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