Tendemos a juzgar a los hombres por lo que llamamos gustos y a valorar, sobre todo, al que
tiene gustos que consideramos refinados. En las tardes de lluvia, me gusta
escuchar el violín de Tchaikovsky en su concerto en D mayor op. 35. ¡Ese
instrumento divino que parece traspasar el alma con el dulce estilete de la
lluvia en los cristales!… El oro de las tardes otoñales lo disfruto con un
paseo entre los arces y fresnos de junto al río, que se desnudan lentamente de
sus hojas de luz mientras el río parece volverse llanto silencioso; en la
montaña, los peñascos, gigantes redivivos
que parece que nos miran pensativos y que rezan por nosotros su plegaria (Ardavín)… son conversadores, testigos mudos del
bello tiempo pasado irrecuperable; contemplo, en primavera, las evoluciones de
las golondrinas en el jardín, observo como rozan el agua de la piscina
convertida en estanque y dejo volar el pensamiento con ellas hacia otros países
lejanos, otras edades felices; acompaño al anciano en el paseo húmedo y acepto
agradecido sus palabras despaciosas, sus sentencias perfumadas de experiencias
alegres o dolorosas; contemplo las torres de la catedral, seria, inmóvil,
sereno receptáculo de plegarias y esperanzas, y las nubes, las maravillosas nubes, que le dan fondo sagrado a la gravitación
de la piedra; sin perder de vista la brutalidad y ceguera del mar, me siento a
veces, a contemplarlo, iluminado por el sol que se apaga y converso con él
sobre las ansias infinitas que agitan mi corazón… Todos estos momentos podrían
considerarse placeres refinados, gustos de una sensibilidad hiperestésica que
caracterizarían a un alma sensible. PERO... Ah, siempre un pero. Esa
emocionalidad refinada no dice absolutamente nada acerca de un alma que puede
estar llena de rencores, indiferencia para el dolor ajeno, avaricia o desamor
para el más cercano. Por debajo del espejo del mar, hay muchas veces, cieno
revuelto.
¡Qué bonito! Este texto que has escrito nos dan ganas de leerlo y leerlo y cada vez pararnos en algo distinto. Los árboles que se desnudan las montañas que rezan por nosotros, las sentencias perfumadas del anciano, el sol que se apaga... Cualquier palabra en este texto es belleza. Gracias Venancio por hacernos disfrutar así.
ResponderEliminarSólo con que un amigo disfrute un sólo minuto, me doy por bien pagado.
ResponderEliminar"Ninguna palabra puede esperar otra cosa que no sea su propia derrota".
ResponderEliminarGregorio Palamas
Querido Anónimo. Es cierto que el crimen del siglo XX ha vaciado el lenguaje. Tal vez el trabajo humano sea recuperarlo y con él el rostro del hombre. Muy interesante la paradoja de las expresiones maximalistas. Palamás debiera haberlo percibido, porque ese "ninguna" niega la validez de la frase.
ResponderEliminar¡Claro!
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