Esperaba
en el charco agónico de un pathos de muerte. Pensándolo bien y después de
enfrentarse con su propia vida ¿se había ido al huerto a orar o con la débil
esperanza de esconderse en la maleza de la colina? El Hombre, como todos,
llevaba dentro la contradicción. Su inquietud, el presentimiento ese de la
muerte, que se verbaliza con humor en la frase “te quedan pocas”, lo llevó a
despertar a sus amigos: -Eh, amigos, vigilad. Pueden venir en cualquier momento
y sorprendernos. Y si tenéis sueño poned turnos de vela. ¡Que haya siempre
alguien para dar la voz de alarma! ¡Pedro, amigo, vaya un soldado para un
Rey, durmiendo con la espada sobre la barriga!
Entonces
el Hijo del Hombre sonreiría lleno de ternura: -¡Ay, Pedro, Pedro. Una espada
para enfrentarse a la policía del Imperio!
Bueno,
es una interpretación. La actitud de los amigos, (“Hombre, no será para tanto,
no seas pesimista”, etc.) les lleva a la tentación de dormir y se duermen, y el
desamparo del Hombre crece hasta lo insoportable: miedo, angustia, tristeza,
soledad … Vaya unos amigos que tengo. ¿No habéis podido velar una horita de nada?
Es
conmovedora la sencillez del texto, pobre de recursos y efectos literarios,
frente a la alta estética que desprende la “Apología de Sócrates”; el valor
estoico del filósofo que bebe la copa de veneno sin aspavientos, frente a la
angustia del Hombre que mira la muerte y la “degusta” imaginativamente en todo
su horror, como destrucción… Mi simpatía personal se inclina hacia la figura de
Sócrates.
La
estética de Sócrates es la que desprende su clara inteligencia de la vida y del
último momento de la vida. La de Jesús… Jesús carece de estética. No hablo del
pasaje, sino del personaje. El pasaje tiene la estética sencilla del autor y del lugar: un
huerto de olivos, higueras y granados; una gran luna llena del viernes de
Nisán, la sombra vacilante de los árboles, y la de un hombre solo y angustiado
que se entrega finalmente como… ¿Como un cordero?… ¡Claro! Los judíos toman ese
día un riquísimo meshui, de ahí la imagen que nos conmueve: el inocente cordero
de Abraham sacrificado en lugar del hijo. Basta que un cordero haya lamido tu
mano una vez, para saber definitivamente lo que es la inocencia y el crimen.
Pero volvamos a la figura. No tenía estética Jesús en sentido radical porque
era el impulsor de una idea exclusiva: el reino de Dios. Fundaba una religión
que no quiere discusión sino aceptación. Todo lo demás…
Sócrates
en el huerto de Getsemaní le diría al Hijo del Hombre: -¿Por qué te angustias,
amigo? ¿Tanto amabas la vida? La muerte tiene siempre un enigma bondadoso. Si
del otro lado no existe nada, entonces ES liberación de los dolores, miserias
y mezquindades que conoces y que la hacen insufrible. Pero si hay un Dios
como dices y ese Dios es tu Padre, la muerte es un paso amable a su encuentro y
conversación, en un “topos uranós” donde cesarán las paradojas, y la verdad
será la luz del mundo… de tu nuevo mundo. De modo, amigo mío que no es hora de
angustiarse sino de hacer música o poesía, porque como tú dices, "el que
ama la vida la perderá".
Quizá
Jesús pudiera contestar: -De acuerdo, querido amigo. Pero si todos los dolores del
hombre caen sobre ti, si eres la diana de todas las flechas envenenadas de la
injusticia, si el absurdo y la maldad te hubieran puesto cerco ¿qué sentirías?
¿Acaso no sentirías la misma angustia?
Seguro
que Sócrates se quedaría un instante perplejo porque, sobre lo que se puede
sentir nadie tiene conocimiento previo, pero enseguida volvería a la carga: -En
cuanto a los dolores si son agudos como será en tu caso… ya sabes que no duran
gran cosa. ¿Qué son las cinco horas que hay de aquí a la de tercia? Por otra
parte, si sufrir la injustica te angustia ¿no sería más atroz haberla cometido?
Y en cuanto al absurdo… ¿No te parece divertido y lleno de alegría poner tu
inteligencia a trabajar para disolver paradojas, que seguramente proceden de un
mal uso del lenguaje? Por eso amigo mío, deja la angustia para otro que no esté
al tanto de la verdad.
Y
Jesús callaría, pero seguiría angustiado. La inteligencia no lo consuela. Jesús
no acepta dictados de la inteligencia como consuelo. Jesús carece de estética.
Jesús vive en otras profundidades de las que no es posible salir cuando se ha
dado el salto religioso y se cae en el absurdo existencial. Es el gran Quijote
de la fe.
Unas
horas después en lo alto de un madero desangrándose y padeciendo la sed más
horrible, por probar su propio valor, rechazaría, recordando a Sócrates, la
esponja empapada de vinagre y ajenjo o beleño para soportar el dolor sin ayuda,
pero luego, antes de caer en el enigma, rezaría el salmo de la angustia. El
salmo veintiuno.
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