jueves, 7 de febrero de 2013

EL SALMO VEINTIUNO



Esperaba en el charco agónico de un pathos de muerte. Pensándolo bien y después de enfrentarse con su propia vida ¿se había ido al huerto a orar o con la débil esperanza de esconderse en la maleza de la colina? El Hombre, como todos, llevaba dentro la contradicción. Su inquietud, el presentimiento ese de la muerte, que se verbaliza con humor en la frase “te quedan pocas”, lo llevó a despertar a sus amigos: -Eh, amigos, vigilad. Pueden venir en cualquier momento y sorprendernos. Y si tenéis sueño poned turnos de vela. ¡Que haya siempre alguien para dar la voz de alarma! ¡Pedro, amigo, vaya un soldado para un Rey,  durmiendo con la espada sobre la barriga!
Entonces el Hijo del Hombre sonreiría lleno de ternura: -¡Ay, Pedro, Pedro. Una espada para enfrentarse a la policía del Imperio!
Bueno, es una interpretación. La actitud de los amigos, (“Hombre, no será para tanto, no seas pesimista”, etc.) les lleva a la tentación de dormir y se duermen, y el desamparo del Hombre crece hasta lo insoportable: miedo, angustia, tristeza, soledad … Vaya unos amigos que tengo. ¿No habéis podido velar una horita de nada?
Es conmovedora la sencillez del texto, pobre de recursos y efectos literarios, frente a la alta estética que desprende la “Apología de Sócrates”; el valor estoico del filósofo que bebe la copa de veneno sin aspavientos, frente a la angustia del Hombre que mira la muerte y la “degusta” imaginativamente en todo su horror, como destrucción… Mi simpatía personal se inclina hacia la figura de Sócrates.
La estética de Sócrates es la que desprende su clara inteligencia de la vida y del último momento de la vida. La de Jesús… Jesús carece de estética. No hablo del pasaje, sino del personaje. El pasaje tiene la estética sencilla del autor y del lugar: un huerto de olivos, higueras y granados; una gran luna llena del viernes de Nisán, la sombra vacilante de los árboles, y la de un hombre solo y angustiado que se entrega finalmente como… ¿Como un cordero?… ¡Claro! Los judíos toman ese día un riquísimo meshui, de ahí la imagen que nos conmueve: el inocente cordero de Abraham sacrificado en lugar del hijo. Basta que un cordero haya lamido tu mano una vez, para saber definitivamente lo que es la inocencia y el crimen. 
Pero volvamos a la figura. No tenía estética Jesús en sentido radical porque era el impulsor de una idea exclusiva: el reino de Dios. Fundaba una religión que no quiere discusión sino aceptación. Todo lo demás…
Sócrates en el huerto de Getsemaní le diría al Hijo del Hombre: -¿Por qué te angustias, amigo? ¿Tanto amabas la vida? La muerte tiene siempre un enigma bondadoso. Si del otro lado no existe nada, entonces ES liberación de los dolores, miserias  y mezquindades que conoces y que la hacen insufrible. Pero si hay un Dios como dices y ese Dios es tu Padre, la muerte es un paso amable a su encuentro y conversación, en un “topos uranós” donde cesarán las paradojas, y la verdad será la luz del mundo… de tu nuevo mundo. De modo, amigo mío que no es hora de angustiarse sino de hacer música o poesía, porque como tú dices, "el que ama la vida la perderá".
Quizá Jesús pudiera contestar: -De acuerdo, querido amigo. Pero si todos los dolores del hombre caen sobre ti, si eres la diana de todas las flechas envenenadas de la injusticia, si el absurdo y la maldad te hubieran puesto cerco ¿qué sentirías? ¿Acaso no sentirías la misma angustia? 
Seguro que Sócrates se quedaría un instante perplejo porque, sobre lo que se puede sentir nadie tiene conocimiento previo, pero enseguida volvería a la carga: -En cuanto a los dolores si son agudos como será en tu caso… ya sabes que no duran gran cosa. ¿Qué son las cinco horas que hay de aquí a la de tercia? Por otra parte, si sufrir la injustica te angustia ¿no sería más atroz haberla cometido? Y en cuanto al absurdo… ¿No te parece divertido y lleno de alegría poner tu inteligencia a trabajar para disolver paradojas, que seguramente proceden de un mal uso del lenguaje? Por eso amigo mío, deja la angustia para otro que no esté al tanto de la verdad.
Y Jesús callaría, pero seguiría angustiado. La inteligencia no lo consuela. Jesús no acepta dictados de la inteligencia como consuelo. Jesús carece de estética. Jesús vive en otras profundidades de las que no es posible salir cuando se ha dado el salto religioso y se cae en el absurdo existencial. Es el gran Quijote de la fe. 
Unas horas después en lo alto de un madero desangrándose y padeciendo la sed más horrible, por probar su propio valor, rechazaría, recordando a Sócrates, la esponja empapada de vinagre y ajenjo o beleño para soportar el dolor sin ayuda, pero luego, antes de caer en el enigma, rezaría el salmo de la angustia. El salmo veintiuno.

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